Calle rioja
Francisco Correal
El filósofo de Cerro Muriano
Literatura
Salvo en un caso –Los santos inocentes– el cine no ha estado a la altura de Delibes. Tal vez se interesara tardíamente por él y en un mal momento, los terribles 70. Los años 30 hasta la guerra y los 50 hasta mediados de los 60 son las únicas estaciones en que, al margen de la obra de algún solitario talento, se alcanza una producción media de calidad en nuestro cine. Justo cuando empezaba a declinar la segunda de esas estaciones, en 1962, el cine se interesó por Delibes. El escritor había empezado a ser conocido en 1948, cuando obtuvo el Nadal por La sombra del ciprés es alargada, novela que no fue llevada al cine hasta 1990 por Luis Alcoriza. ¿Era 1948 demasiado pronto para que el cine pudiera interesarse por esta novela?
Nada de Carmen Laforet, que lo había ganado en 1945, fue filmada por Neville en 1947. ¿Por qué la novela de Delibes tuvo que esperar 42 años? ¿Por qué en casi todos los casos los realizadores se interesarán por sus obras décadas más tarde de su publicación? Misterios del cine español.
En 1950 El camino supuso el inicio de las cinco asombrosas décadas en las que Delibes mantuvo el ritmo medio de un libro por año hasta El hereje, su última novela, publicada en 1998 con éxito editorial y crítico, rica en material narrativo muy apropiado para la resurrección del cine histórico y, sin embargo, no llevada al cine pese a las tentativas de Garci y Cuerda.
El resultado cinematográfico no se corresponde en su modestia al esfuerzo creativo del escritor. Ha sido llevado en nueve ocasiones al cine, la primera en 1962 por la actriz y directora Ana Mariscal, que adaptó aceptablemente El camino. Mientras el autor acumulaba novelas, lectores, prestigio y premios, el cine se desentendía de él. Hubieron de pasar 14 años (lo que nos lleva a los cinematográficamente terribles 70) para que Giménez-Rico convirtiera Mi idolatrado hijo Sisí –publicada 23 años antes– en Retrato de familia (1976). Con esta película, El disputado voto del señor Cayo (1986) y Las ratas (1997) es el director que más veces se ha interesado por Delibes; desafortunadamente los resultados no han estado a la altura de su interés.
Tras él es Mercero quien, también sin gran fortuna, más se ha interesado por Delibes con La guerra de papá (1977, horroroso título muy de la época para El príncipe destronado) y El tesoro (1988). Si a ellas se suma Una pareja perfecta de Betriu (1988, no lograda adaptación de Diario de un jubilado) se completa la poco estimulante presencia de Delibes en el cine.
La excepción es la extraordinaria recreación de Los santos inocentes en 1983 por Camus, nacida de uno de esos estados de gracia creativa colectivos que, al confluir, producen una obra maestra. Las recias músicas de inspiración popular de García Abril, la fotografía de Burmann, la severa visualización de Camus y los conmovedores trabajos de Alfredo Landa, Francisco Rabal o Terele Pávez lograron una obra perfecta que, pasado ya un cuarto de siglo, se impone como una de las obras mayores del cine español. Sólo ella ha hecho justicia al talento del gran escritor.
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