REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA
Pasión juvenil y técnica
Salir al cine
El azar ha querido que en una misma semana hayamos visto la nueva película del francés Quentin Dupieux, Le dèuxieme act, comedia del absurdo estrenada en el pasado Cannes que pone a sus intérpretes en el espejo autoconsciente de la propia representación y que especula con la idea de un filme rodado por una inteligencia artificial, y un documental de Canal Arte, IA y cine: la vida soñada de las máquinas, de Mario Sixtus, que apunta a las derivas, interrogantes, temores y consecuencias inmediatas de la aplicación de la inteligencia artificial a los distintos procesos de elaboración de las películas, de la escritura de guiones al tratamiento de la imagen o el sonido, pasando por las repercusiones laborales o judiciales de la sustitución de ciertos trabajos por procedimientos algorítmicos.
En la hilarante película de Dupieux, cuatro actores (Louis Garrel, Léa Seydoux, Vincent Lindon y Raphaël Quenard) se desdoblan en sus personajes, también actores, mientras dirimen sus problemas, gestionan el ego, las inseguridades o las crisis nerviosas a la espera de las instrucciones remotas de un director virtual que evalúa científicamente sus prestaciones o los amenaza con recortes de salario por no haber cumplido los objetivos y el plan de rodaje. El director de Rubber, La chaqueta de piel de ciervo, Yannick y Daaaaali! vuelve a reflexionar con ironía sobre el medio y, de paso, se suma con sorna al debate sobre su transformación al hilo de los imparables cambios tecnológicos y los límites éticos de su implementación.
En las claves siempre rigurosas y ortodoxas marca de casa, y dentro de una colección de piezas dedicadas al asunto, el documental de Arte aborda unos mismos temas desde diversas perspectivas históricas, estéticas, filosóficas, éticas o legales. Títulos populares como Blade runner, Terminator, Desafío total o Matrix han prefigurado escenarios apocalípticos o pesimistas sobre la toma de control y la autonomía destructora de las máquinas sobre la humanidad.
Otro asunto tiene que ver con la propia condición de la imagen como trampantojo capaz de simular casi hasta lo imperceptible no sólo paisajes naturales o construir con asombrosa capacidad fotorrealista escenarios imaginarios (los derroteros de la animación han ido por ese camino, es más, cada vez es más difícil separarla o distinguirla de la imagen real), sino también a la sustitución de la figura y el rostro humanos, a través del deepfake, como posibilidad que, superando incluso en viejo concepto de valle inquietante, pueda suplantar por completo a los actores (véanse títulos como Simone o El congreso para ejemplificarlo) para crear un gran archivo virtual a la carta que pueda usarlos una y otra vez sin necesidad de su presencia. Los casos recientes de la aparición de Carrie Fisher, ya fallecida, en Star wars: the rise of Skywalker, o los procesos de de-aging o rejuvenecimiento digital cada vez más habituales (de El irlandés de Scorsese a Here de Zemeckis pasando por el último Indiana Jones) se suman también al catálogo de un nuevo imaginario creado por IA que se debate entre las limitaciones tecnológicas, el rechazo y la nostalgia mitómana.
Aquí entran también en juego las reivindicaciones sindicales que provocaron la huelga reciente de actores de Hollywood que, entre otras demandas, exigían que los contratos incluyeran cláusulas específicas sobre el uso de determinados escaneados integrales que, en manos exclusivas de los estudios o las productoras, pondrían en peligro las carreras de muchos intérpretes, especialmente las de aquellos de segunda línea, especialistas o figuración. Se impone al respecto, y esa es la principal reivindicación del gremio, una regulación del uso de la IA a la hora de clonar a actores en relación a los derechos de imagen. Otro tanto ocurre con la suplantación o la réplica de voces originales, como le ocurrió recientemente al actor Stephen Fry, y que también puede poner en peligro la profesión de actor de doblaje.
El documental también nos habla de cómo la implementación de la IA va llegando a los procesos de escritura de películas y series. Experimentos pioneros y aún poco precisos y sensibles a lo emocional han parido ya cortos (Sunspring, 2016) cuyo guion ha sido gestado por aplicaciones generativas del tipo ChatGPT. En cualquier caso, los argumentos generados por IA suelen estar plagados de clichés y lugares comunes que todavía no parecen poner en riesgo la profesión de guionista. Otra cosa es ya la de analista, consultor o asesor de guiones, donde los programas sí empiezan a alcanzar resultados más satisfactorios.
Sin embargo, es en Youtube, Instagram o Tik Tok donde podemos encontrar las imágenes creadas con inteligencia artificial generativa más experimentales y vanguardistas: vídeos que apelan a lo surreal o a la fantasía distópica como territorio donde las nuevas imágenes imperfectas, emancipadas ya de su condición de suplantación o simulación de lo real, vuelan libres en nuevas configuraciones nacidas de los prompts y abiertas al asombro de lo grotesco, lo perturbador o lo subconsciente. Creadores como Bianca Tse, Eugenio Marongiu, Justin Hackney, Fritz Gnad, Anonyma, Melody Bossan o Karpi nos muestran universos visuales inquietantes donde las referencias se transfiguran en mezclas y fusiones tan atrevidas como sugerentes.
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