Borgo | Crítica
Una mujer en Córcega
Primavera de 1994. Un grupo de jóvenes estudiantes de Imagen y Sonido de la primera promoción de Ciencias de la Información de Sevilla prepara un documental para la asignatura de producción. El título es toda una declaración de intenciones: ¿Existe el cine andaluz?
Sobre las bases de los trabajos pioneros de algunos historiadores e investigadores, los estudiantes y sus interlocutores no parecían demasiado convencidos de que los contados hitos y títulos del cine hecho en Andalucía o por andaluces (de Elías a García Maroto, de Picazo a Summers, de Diamante a García Pelayo, de Molina a Bollaín, de Távora a Cuadri) pudieran constituir la idea de un cine netamente andaluz, con sus señas de identidad culturales definidas o con una estructura industrial propia y asentada.
Uno de aquellos jóvenes era Alberto Rodríguez, en cuya casa paterna se editó con dos rudimentarios vídeos VHS, nocturnidad y mucho café aquel trabajo amateur con más interrogantes e intuiciones que certezas. El mismo Alberto Rodríguez que ayer triunfó en los Goya por La Isla Mínima después de seis largometrajes y 15 años haciendo cine, siempre en Andalucía.
La Isla Mínima, un thriller efectivo, vibrante y turbio con el paisaje local como poderoso marco dramático y la España de la Transición como trasfondo histórico, ha logrado también el reconocimiento de la taquilla y la crítica, y con su irrupción parece culminarse un glorioso ciclo mediático para el cine hecho por andaluces y en Andalucía, un ciclo que inició su fulgurante despegue en 2000, con los cinco goyas de Solas, de Benito Zambrano.
Zambrano (Habana blues, La voz dormida) y Rodríguez (El traje, Siete vírgenes, After, Grupo 7) han abanderado una década y media de éxitos (también algún fracaso) que ha posibilitado el paulatino reconocimiento de nuestros directores, productores, guionistas, intérpretes o técnicos más arriba de Despeñaperros, en una industria fuertemente centralizada en Madrid y amparada cada vez más por la estrecha relación entre los productores independientes y los dos grandes grupos mediáticos Atresmedia y Mediaset.
Han sido muchos los nuevos nombres que se han sumado en este periodo a la dirección de largometrajes de ficción: los sevillanos Santiago Amodeo (Astronautas, Cabeza de perro, ¿Quién mató a Bambi?), Jesús Ponce (15 días contigo, Déjate caer), Paco León (Carmina o revienta, Carmina y amén), Álvaro Begines (¿Por qué se frotan las patitas?, Un mundo cuadrado), Ana Rosa Diego (Siempre hay tiempo), Paco Cabezas (Aparecidos, Carne de neón), Paco Campano (La furia de Mackenzie), Francisco Baños (Ali), Alfonso Sánchez (El mundoes nuestro), Fernando Franco (La Herida), Jorge Naranjo (Casting) o José F. Ortuño y Laura Alvea (The extraordinary tale); los malagueños Chiqui Carabante (Carlos contra el mundo, 12+1), Ramón Salazar (Piedras, 10.000 noches en ninguna parte) o Enrique García (321 días en Michigan); el almeriense Manuel Martín Cuenca (La flaqueza del bolchevique, La mitad de Óscar, Caníbal) o los cordobeses Antonio Hens (Clandestinos, La partida) y F. Javier Gutiérrez (Tres días), entre otros. Muchos trabajando en su tierra y con sus equipos técnicos y artísticos, otros en Madrid; algunos, como Antonio Banderas, entre Hollywood y Málaga, a donde ha vuelto para dirigir (El camino de los ingleses) o producir animación digital (El lince perdido, Justin y la espada del valor) con vocación internacional.
La lista de actores y rostros andaluces que se han incorporado al cine y la televisión nacional en este periodo es inmensa, de Antonio Dechent a Inma Cuesta. Muchos de ellos superan poco a poco los estereotipos y tópicos regionales en sus papeles, otros no tanto. Pero ahí están, en las películas y series de más éxito del momento o incluso presentando los Goya.
Todo este fenómeno ha sido aprovechado para la consolidación y amplificación de la etiqueta "cine andaluz" por parte de asociaciones veteranas como Asecan, revistas de nueva creación como Cineandcine, festivales o film commissions, que se mueven a mitad de camino entre los servicios de producción y la promoción turística, atrayendo o gestionando rodajes para Andalucía, algunos de ellos muy bien rentabilizados políticamente.
Mientras tanto, los productores reclaman más apoyo y ayudas de la televisión pública autonómica, Canal Sur, que parece haber aparcado y reducido su vinculación con el cine andaluz justo cuando mejor empezaban a irle a éste las cosas. Hasta la presidenta de la Junta, Susana Díaz, se ha reunido para fotografiarse con los artífices de este éxito y quiere apuntarse el tanto de una futura Ley del Cine de Andalucía que proteja y consolide esta realidad profesional, industrial y económica.
A la vista de todo esto, y contestando una pregunta lanzada hace más de 20 años, se diría que sí, que el cine andaluz existe.
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