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Bajo la sombra del Vesubio | Crítica
Bajo la sombra del Vesubio. Daisy Dunn. Siruela. Madrid, 2021. Trad. Victoria León. 344 páginas. 23,95 €
Este libro sobre la vida de los Plinios, tío y sobrino, conocidos como Plinio el Viejo el Viejo y Plinio el Joven, comienza con la muerte del primero, cuando se aproxima a la costa pompeyana, en agosto del 79, con un doble fin: investigar de cerca la erupción del Vesubio y rescatar a la población amenazada, utilizando la flota bajo su mando (además de autor de la célebre Historia natural, Plinio el Viejo era almirante). Ninguno de los dos empeños resultó particularmente fructífero: el estudio del volcán le costaría la vida y los barcos se vieron impedidos por la efusión de lava, ceniza y piedra pómez. Aún así, dicho episodio engrandecería la figura del historiador y soldado. Gracias al testimonio del sobrino, disponemos de un relato fidedigno de las últimas horas de Plinio el Viejo. Pero también, y acaso principalmente, de un preciso testimonio del propio fenómeno volcánico, cuya descripción aún sobrecoge el ánimo del lector.
Todo aquella destrucción del mundo antiguo se vería corroborada, diecisiete siglos después, mediante las excavaciones del ingeniero Alcubierre, instigadas por Carlos VII de Nápoles (el futuro Carlos III de España) en la ciudad de Pompeya. Los extraordinarios hallazgos, de ancho y perdurable influjo, serían fijados y preservados por la corona, tanto en los tomos de la Antichità di Ercolano esposte, como en el Palacio Real de Portici, reconvertido en museo arqueológico pompeyano. También gracias a la invención de una máquina de desenrrollar papiros, obra del padre Antonio Piaggio, que permitió el acceso a los documentos conservados bajo la ceniza. Fue esta inesperada floración de la Antigüedad la que añadiría una dramática actualidad al rigorismo neoclásico, encabezado por Winckelmann, y la que propiciaría la ensoñación anticuaria y la fantasía arqueológica que abundaron en el XIX y las primeras décadas del XX. Todo lo cual queda dicho, tanto para explicar nuestro interés de hogaño, cuanto para subrayar que Bajo la sombra del Vesubio, a pesar de su título, no es una obra centrada en la destrucción de Pompeya, ni en los testimonios y hechos que atañen a aquel suceso, y que se infieren de lo escrito por Plinio el Joven. Tampoco en la muerte del autor de la Historia natural, cuya importancia en la historia cultural de Occidente sólo puede calificarse de mayúscula. Bajo la sobra del Vesubio lleva el subtítulo, suficientemente expresivo, de Vida de Plinio. Si bien este Plinio al que se refiere Dunn es Plinio el Joven, senador, abogado y autor de una correspondencia, de suma importancia, en la que tenemos acceso, entre otras, a las voces domésticas de Tácito y Trajano.
Es esta domesticidad la que ha empleado Dunn para revitalizar cuanto quedó congelado, abruptamente, en Pompeya: el íntimo discurrir de un mundo que nos reclama con su proximidad y su extrañeza. Lo cual implica que las visiones del mundo clásico que hemos heredado del Renacimiento, del Barroco, del Neoclásico, de la bruma romántica, de la Antigüedad instintiva que postula Nietzsche, sólo acuden al texto para acotar y elucidar las descripciones en curso. De este modo, el texto de Dunn (texto traducido con la solvencia acostumbrada por Victoria León) se nos presenta como el relato de una vida, que es también la marcha de las estaciones y el despliegue militar de un imperio. El propio Plinio el Joven terminaría en Bitinia persiguiendo al incipiente cristianismo del siglo II, contra el criterio más cauto de Trajano.
Es, pues, la vida de un senador del orden ecuestre, con extraordinarias dotes retóricas, la que comparece en estas páginas; y ello gracias a la atención que Dunn presta a los distintos aspectos políticos, sociales, económicos, sentimentales, gastronómicos, filosóficos, etcétera (se recuerda aquí la proximidad de Plinio a los estoicos), que conforman la figura de un hombre honesto, brillante, vanidoso y poco dado al lujo. La vanidad de Plinio, como recuerda Dunn, era la de aparecer en las obras de su amigo Tácito para alcanzar el juicio favorable de la posteridad. Su celebridad, no obstante, se debe al extraordinario valor de sus Cartas. El mundo que desprende de ellas, como parece obvio, será el mismo mundo que su tío compendió en una Historia natural y que Lucrecio había mirado con sereno desdén un siglo antes.
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