Chantal Maillard, escritora: "No hay mayor censura que la que deriva de la conformidad general"
La autora de 'Matar a Platón' pronuncia este viernes a las 19:00 en el Rectorado de la UMA el pregón inaugural de la Feria del Libro de Málaga
Antes, atendió a 'Málaga Hoy' para conversar sobre libros, lecturas, escrituras, géneros y otras cuestiones
Protagonistas de la Feria del Libro de Málaga
"Nada, absolutamente nada, es independiente de otra cosa"
Málaga/"Llevo ya varios años hablando de lo importante que es agujerear el lenguaje para ver a su través lo que ha dejado de contarnos con el uso. Para volver a escuchar el mundo en las infinitas lenguas que posee (...) Porque el lenguaje tiene eso de que cuando se repite demasiado se endurece y termina ocultando en el nombre lo que nombra, en vez de señalarlo", escribe Chantal Maillard (Bruselas, 1951) en su pregón inaugural de la Feria del Libro de Málaga, que pronunciará este viernes a las 19:00 en el Rectorado de la UMA (Avda. de Cervantes, 2). Reticente a los géneros y las etiquetas, la autora malagueña pertenece al escaso puñado de escritores contemporáneos que han logrado hacer de la lectura una experiencia definitiva en cualquier lengua. Así lo atestigua el volumen Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua, que, publicado el año pasado por Galaxia Gutenberg, reúne su obra poética alumbrada desde 2004, el año en que obtuvo el Premio Nacional de Poesía por Matar a Platón. Ya sea en sus poemas, su obra filosófica, sus diarios, sus textos para la escena y esa frontera sutil que sabe plantar cara a cualquier etiqueta, Maillard ha tejido una obra única e imprescindible. Antes de su pregón, la escritora atendió a Málaga Hoy para conversar sobre libros, lecturas, escrituras y otras cuestiones.
-Si la lectura entraña, a su modo, un aprendizaje, ¿en qué medida necesita generar cierta incomodidad para que resulte de provecho?
-La lectura que no nos descubra algo, que no nos sorprenda abriendo nuevas perspectivas o poniendo en entredicho nuestras posiciones no pasa de ser una lectura de entretenimiento: no desplazará nada, reforzará el orden interior. El asombro, la incomodidad o el rechazo, en cambio, son reacciones que ponen de manifiesto nuestro grado de adherencia a determinados posicionamientos. El asombro y la sorpresa nos sitúan en un terreno desconocido en el cual se abren nuevas vías. La incomodidad, en cambio, es defensiva. Con ella, el lector se defiende de lo que contraviene sus juicios, sus valores, sus convicciones. A mayor adherencia, mayor rechazo. Cuando, en una sociedad, la reacción de incomodidad frente a algo se generaliza, es señal de que ha tenido lugar una uniformización de las ideas, lo cual no sólo empobrece la cultura, también contribuye a su degradación y, lo que es más, permite la censura o, incluso, la crea. No hay mayor censura que la que deriva de la conformidad general con unas ideas determinadas ya que, en este caso, la población toda entera es la que hace oficio de censor. Y eso, además de grave, es peligroso, pues es el camino más directo hacia los totalitarismos.
-El prestigio cultural asociado al libro se entiende a menudo por acumulación: cuanto más lees, más vales. ¿Puede esa especie de veneración inflada por el libro contradecir lo que se espera de la lectura misma?
-Un día le pregunté a mi tío abuelo, que por entonces debía de rondar los setenta, por qué, teniendo una importante colección de música, ponía, sin embargo, siempre el mismo disco. Un concierto de Mozart, si no recuerdo mal. “Porque no me queda tiempo”, contestó. Llega un momento, en efecto, en que todo lo que no sea imprescindible sobra. Y lo imprescindible suele ser aquello que no hemos acabado de descubrir en toda su dimensión. Hay quien presume de la cantidad de coches o de relojes que posee y hay quien presume de libros, según el valor se atribuya a una cosa u otra. Cuando todo se convierte en mercancía, el sentimiento que se exacerba es el de posesión, y lo mismo da que sean coches, relojes, o libros. Siempre me ha hecho gracia esa costumbre que tienen muchos intelectuales o escritores de posar delante de su biblioteca, como si ese fuese, además del logo de su oficio, el signo distintivo de su inteligencia: cuanto más libros, más sabio, parece ser la idea. Pero nunca es el más lo que importa, sino el cómo. Y tampoco es cierto que acabe más sabio el que más lee, no. Suelo decir que la mucha lectura ensucia la mente como la mucha comida el estómago. Porque lo que se lee, hay que poder asimilarlo y, de los libros buenos como de los malos, extraer una enseñanza.
-¿Diría que, en su caso, ser escritora es una manera especial de ser lectora? ¿De intentar contener en el lenguaje todo lo que lee más allá del mismo?
-Hay algo, más allá de la lectura, a lo que la lectura, a veces, nos conduce y que es del orden de la experiencia o de la vivencia. Bien leído, un buen libro nos puede conducir a comprender algo o a ver algo que antes no veíamos. Cuanto más se establece en su uso, más pierde el lenguaje su capacidad de referencia. A eso me refiero cuando hablo de agujerearlo. Hacer agujeros en el uso para ver eso que las palabras han dejado de señalar, o que hemos olvidado que señalaba. Como volver, de repente, a ver la montaña, esa montaña, más allá de la palabra montaña, en lo que la montaña está siendo o deviene, la montaña que el concepto montaña, tan familiar, tan abstracto, nos oculta. Para ello, la escritura poética es, sin duda, la más adecuada. Posee recursos de des-estructuración lingüística (y no me refiero a esos malabarismos estilísticos a los que algunos poetas aficionan) que otros géneros no tienen. Escribir, para mí, consiste fundamentalmente en ese intento de volver-nos y devolver-nos a esa realidad que late bajo el lenguaje al uso, reconvertir los signos, nuevamente, en señales.
-¿Es la fidelidad histórica a los géneros literarios, entendidos como etiquetas, un obstáculo para el desarrollo de la lectura misma y su creatividad? ¿Quizá, incluso, un modo de controlar el criterio del lector?
-Las etiquetas son molestas, en efecto, y una vez que te las colocan son tan difíciles de despegar como las de los tarros de conserva. Cierto es que facilitan la vida (dígase el negocio) cultural: ya pueden situar lo que escribes en la sección correspondiente y dirigir al lector, ciertamente, hacia lo que le gusta. Sólo que, de este modo, no se le ofrece otra cosa que lo que ya conoce, una retroalimentación en bucle que contribuye al empobrecimiento. Y si a ello le sumamos que el me gusta fomenta el gusto de lo mismo por parte de otros, al empobrecimiento habremos de sumar la uniformización de la que antes hablábamos. La lógica ordena y, por tanto, simplifica pero, cuando se trata de entender la vida o la propia existencia, también nos hace perder de vista lo más interesante, pues qué duda cabe de que descubrir los pasajes y las secretas conexiones entre las diversas formas de ver o de construir mundo es bastante más atractivo que remover las aguas del propio estanque. Es importante que le hagamos caso a las voces que alertan de los peligros de la especialización y la falta de perspectiva que comporta frente a la complejidad del sistema orgánico del que formamos parte.
-¿Qué opinión le merece esta cita de José Ángel Valente: "El poema no es un texto que se lee, sino un lugar que se habita"?
-Cuando se trata de escritura poemática, el verbo habitar es más adecuado, en efecto, que el de leer. La lectura es una actividad lineal, sigue un trazado en el que la comprensión adviene, paulatinamente, siguiendo el desarrollo de las frases. El poema, en cambio, abre un espacio que, al igual que la obra plástica, requiere una demora. En el poema uno se demora. La escritura será poemática siempre que logre trastocar o descomponer el orden lineal del pensamiento dando lugar a comprensiones en las que el entendimiento no interviene o no tan sólo.
-Algunas de sus obras han sido objeto de representaciones escénicas. ¿Piensa en la posibilidad de leer la escena cuando escribe para la misma, o cuando lee sus poemas ante el público?
-No pienso en leerla, no. Pienso en decirla. Y tampoco: en realidad, cuando escribo, no pienso en nada que no sea lo que escribo. Si pensase en otra cosa, estaría disociando y la escritura no tendría lugar o sería falsa. Lo que ocurre es que cuando escribo siempre me dirijo a alguien, a alguienes. Por eso aparece tan a menudo un Usted en mis libros, o un nosotros. No prescindo nunca del oyente. Yo misma soy la primera oyente, pues cuando la escritura me atraviesa -pues de un atravesar se trata- me descubro siempre hablando en voz alta lo que escribo. Para mí la escritura es ante todo voz. Voz que se dirige en principio a la página, que es una forma de cerrar un círculo de vuelta a uno mismo, y luego, conmigo como oyente, a todas las otras que me soy en ese instante. Representar, entonces, la escena en público es como cumplir el círculo mayor. Y es maravilloso, pues te das cuenta de que esa voz, intensamente enajenada, vuelve a ti poderosamente multiplicada. Leer, en mi caso, es ante todo, decir.
-Ahora que la inteligencia artificial se abre paso, ¿quizá lo más interesante de la misma no es lo que escriba, sino lo que lea? ¿Tal vez la consideración de la lectura como un fenómeno no exclusivamente humano pueda ayudarnos a comprender mejor qué significa leer?
-Las máquinas nos leen, es evidente. Pero el problema no es precisamente que nos lean, sino que, de lo que leen, extraen lo que más se repite y que, de esa manera, nos devuelve el modo de hacer, pensar, o hablar de la mayoría, una mayoría que no es necesariamente la que piensa, actúa o escribe de la mejor manera. Me interesa mucho esa pregunta tuya de si considerar la lectura como una función no exclusiva de lo humano puede ayudarnos a conocer mejor la lectura misma, porque creo que esa reflexión puede aplicarse a muchas otras cosas que hasta ahora hemos creído exclusivas de nuestra especie. Considerar, por ejemplo, que la compasión, la ayuda mutua, el lenguaje o la creatividad no son comportamientos exclusivos de lo humano, sino que también pertenecen a los otros animales y al reino vegetal nos ayudaría a entender mejor lo que llamamos compasión, ayuda mutua, lenguaje y creatividad. Pronto nos daremos cuenta de que, en este universo, todo está mucho más relacionado de lo que pensamos.
-¿Leer puede permitirnos también beber el agua envenenada?
-Si lo que leemos y cómo leemos nos permite comprender mejor las reglas de la existencia y sentirnos compartiéndola entre todos, con toda su muerte y su violencia incluidas, imagino que puede ser menos difícil aceptarlas.
-¿Le gusta la idea de que la literatura nos permite ponernos en el lugar del otro? ¿O es mejor dejar al otro donde está sin acercarnos demasiado?
-(Ríe) Depende del día. Lo primero es por supuesto lo deseable. Tal como lo entiendo, es un aprendizaje. Un aprendizaje que demanda una ascesis: un ejercitarse en ello. Lo segundo, lo dejo para los días aciagos.
-Al final, ¿leer es escuchar? ¿O debería serlo?
-Sí. Leer es escuchar, por supuesto. O debería serlo, pues hay quienes, cuando leen, sólo se escuchan a sí mismos. La escucha forma parte de esa ascesis, ese ejercicio de enajenación que consiste en situarse en el lugar del otro, de todo lo otro.
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