La cerámica, un discurso liberador
CURRO GONZÁLEZ | exposición
El artista sevillano reúne en el Centro de la Cerámica de Triana piezas como bandejas, tibores y pequeñas esculturas que ha policromado y donde conviven el humor, el sarcasmo y la ironía
Curro González expone hasta el 27 de enero en el Centro de la Cerámica de Triana varias de sus series más estimulantes y accesibles al gran público. Sobre jarrones, tibores, platos y bandejas ochavadas, el artista ha pintado motivos recurrentes en su carrera -el autorretrato sarcástico, la vanitas, la crítica al mundo del arte...- demostrando las infinitas posibilidades de la cerámica para la reflexión contemporánea.
De algún modo, de cualquier manera se inserta en el programa Contemporánica del que son comisarios Iván de la Torre y Juan Ramón Rodríguez Mateo. Por él han pasado ya artistas como Concha Ybarra, Miki Leal y Fer Clemente. El título de la muestra alude a la convicción que Curro González tiene de ir por el mundo sin un destino preciso. "Esa falta de rumbo define mi vida y la de mucha otra gente", considera.
Concha Ybarra ha sido una aliada esencial para articular este proyecto pues le abrió las puertas de su taller en la plaza del Pelícano. Allí, ella y el ceramista Julio Gordillo le ofrecieron sus conocimientos técnicos para la realización de la policromía de las piezas.
González reconoce que nunca fue ajeno al interés por la cerámica. "Me gustan mucho las artes decorativas y aparentemente menores a través de las cuales podemos comunicar ideas de un modo menos rimbombante que cuando manejamos los grandes discursos artísticos como la pintura o la escultura".
Como corresponde al resto de su producción, esas ideas están muy lejos de la simplicidad y lo frívolo. Curro González nos invita a pensar, tanto en los objetos pintados como en las figuras que él además ha modelado, sobre cuestiones filosóficas, sociales y políticas. Y además sin perder nunca de vista el gusto por la poesía, una constante en su obra plástica. Así, vemos a un Walt Whitman que lleva el rostro del propio artista y que pisa con gracia sus Hojas de hierba, la casa que Hitchcock filmó en su película Vértigo, o un chimpancé vestido de flamenca que le sirve para ironizar sobre el duende en la obra de García Lorca.
"Cuando visito los museos me atraen los objetos expuestos más allá de su uso, algo que en la cerámica resulta muy evidente porque hoy apenas tiene un valor práctico sino ornamental", prosigue.
En ocasiones, los contenidos simbólicos nos sorprenden desde piezas de barro en las que el artista sevillano ha empleado engobe, la pasta de arcilla que se aplica a los objetos antes de cocerlos. Así ocurre con la bandeja de duelo que, con su calavera, ofrece comida a los asistentes a un funeral, y con el plato que parte de una animación previa sobre "la hidra del arte" donde aparecen todos los gremios (comisario, director, crítico de arte, coleccionista, político cultural...) que pueden "llegar a fagocitar el discurso artístico, chuparle al artista la sangre y acabar con él", resume con ironía.
Mientras los platos los ha modelado, cocido y policromado, en las piezas mayores, como los jarrones y tibores, ha partido de piezas preexistentes sobre las que ha desplegado su fantástico imaginario pictórico. "Compré varios jarrones de loza y porcelana que presentaban una sola cocción, lo que se llama bizcocho (ese estado antes de recibir algún barniz o esmalte). La experiencia ha sido muy satisfactoria y me gustaría en el futuro trabajar con un alfarero que me permita intervenir en el diseño de las piezas para que lo que yo quiera policromar tenga también la forma que deseo", añade.
En las distintas series, agrupadas por vitrinas, confluyen muchas ideas propias, elementos alegóricos y sus múltiples lecturas (Nietzsche, Pound, el citado Whitman...). Merece la pena acercarse a las piezas de bulto redondo para admirar las frases poéticas que, como "yo solo vivo dentro de la primavera" de Juan Ramón Jiménez, ha camuflado como si fueran ornamentos vegetales y tramas. González bromea en algunas de ellas sobre la idea del artista encerrado en un mundo donde supuestamente existe o podría existir la belleza. "El arte está donde esté el corazón", leemos en otra obra cerámica.
La pared final reúne la única serie no creada ex profeso para esta muestra: una colección de quince caras que realizó en 1993 y que, a simple vista, evocan las mascarillas funerarias. Son autorretratos donde indaga en la deformación del rostro, la caricatura y lo grotesco, asuntos que ha seguido abordando con fuerza años después.
No faltan reflexiones sobre su ciudad natal y el peso que en ella tienen las tradiciones, especialmente en la obra que alude al lecho de Procusto (que comprimía al que no cabía en su cama pequeña y rompía al que no daba la medida de la grande). Con ella nos invita a meditar sobre esta urbe "que no te deja ser como tú eres y que, por exceso o por defecto, intenta alterar tu propia identidad".
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