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El catecismo republicano de Diego Martínez Barrio

Historia

Leandro Álvarez Rey devuelve la voz al político sevillano · Emerge la figura gigante de un hombre liberal y un convencido demócrata

Recepción en el Ayuntamiento de Sevilla al presidente del Gobierno Diego Martínez Barrio (1933)
Jaime García Bernal

14 de abril 2008 - 05:00

Resulta paradójico que en medio de la tendencia actual de recuperación de voces y testimonios personales de las víctimas de la represión franquista y de la notable tarea de rehabilitación que han emprendido fundaciones vinculadas a organizaciones políticas y sindicales, la memoria institucional de la República y de aquellos que la representaron en sus principales magistraturas (si exceptuamos el caso de Azaña) siga siendo la gran olvidada del panorama historiográfico español.

Diego Martínez Barrio, presidente del Gobierno de la República y de las Cortes del Estado en la última etapa de la Guerra y durante el exilio, es ejemplo paradigmático de esta ignorancia, acentuada, en su caso, por las descalificaciones que Alejandro Lerroux y Alcalá-Zamora vertieron sobre su persona y, tal vez, por su sincera autocrítica que contrasta con las posturas auto-exculpatorias de otros responsables republicanos; leyenda en que se ha mecido, por cierto, buena parte de la crítica histórica que sigue dando una visión sesgada de su personalidad.

Es cierto que Martínez Barrio contó con amigos que demostraron su lealtad dentro de las filas republicanas y despertó simpatías en personalidades de ideología muy dispar que supieron reconocer su sentido del equilibrio político y su valía personal. Sin embargo, las insidiosas acusaciones pesaron más que sus descargos y fueron elevadas a categoría de "verdad oficial" en el proceso de 1941 por el que sería condenado, en ausencia, como modelo de antipatriota y taimado masón.

Deshilar esta fruncida malla de descalificaciones, en la que se cruzan las sospechas de sus correligionarios con las condenas de sus enemigos declarados, para recuperar con objetividad la dimensión real del hombre y del político, no es tarea fácil y una manera, inteligente, de empezar a hacerlo es dejando al protagonista que se defienda con su palabra como ha conseguido, permaneciendo en un discreto segundo plano, el profesor Leandro Álvarez Rey.

La recopilación que ha reunido, después de años de investigación en archivos públicos y privados, puede calificarse de enciclopédica. Más de 800 páginas de discursos, mítines, artículos de prensa, alocuciones radiofónicas, declaraciones institucionales, circulares dirigidas a cargos políticos andaluces, apuntes y evocaciones personales... organizadas en ocho secciones desde la juventud al destierro, con especial atención a las declaraciones en las horas decisivas de la Segunda República y la Guerra, pero sin descuidar la intrahistoria de la masonería y de la política doméstica del partido radical.

Indagar en estas últimas permite despejar las primeras dudas sobre la maltratada imagen del político republicano. La masonería fue, en opinión de Álvarez Rey, factor fundamental en su formación pero Martínez Barrio nunca utilizó la República para promover los ideales masónicos, si acaso, al contrario, se sirvió de la red de las logias andaluzas para cooptar apoyos en su gobierno republicano. Algunos le acompañarían en la primera aventura política de formar un Bloque Responsabilista durante la Dictadura de Primo. La iniciativa no llegó a buen puerto pero puso las bases de su línea ideológica en el seno del partido radical de Alejandro Lerroux. Una posición moderada en lo político y posibilista en la gestión que ha sido destacada por Octavio Ruíz Manjón.

Como titular de la cartera de comunicaciones del gobierno provisional de la República empieza a definir su estilo de político sobrio y responsable que siempre le acompañó. Una postura de defensa de la legalidad que consiguió aglutinar a muchos descontentos del desbordamiento por la izquierda de joven República y atraerse a antiguos monárquicos. La misma actitud que exhibió en el gobierno de 1933, tratando de evitar el secuestro de la legalidad republicana por las fuerzas filo-fascistas de Gil Robles, que le obligó a renunciar a su cargo -quizás el único reproche que se puede hacer a su gestión- que no haría sino empeorar las cosas.

En momentos determinantes luchó por abrir un espacio político de centro en la malherida República, hasta querer salvarla durante la agonía de julio del 36, tratando de reunir un gobierno de concentración nacional que pudiese levantar el régimen de su deriva. Una iniciativa que como otras, fue primero incomprendida y, más tarde, desvirtuada.

En conjunto, los textos aquí reunidos permiten trascender la dimensión del prócer republicano, incluso del líder de la nación en su etapa presidencial, para erigirse en ejemplo de una actitud de servicio al orden y a la democracia que, lamentablemente, no fue secundada por toda la izquierda republicana. Es más, desde su verbo puede reconstruirse la historia española de la primera mitad siglo XX, con las luces de una cultura democrática en ciernes y las sombras de un clientelismo decimonónico del que, a su modo, también participaron los republicanos. El estudio introductorio de Álvarez Rey (que por sí mismo tiene fuste para un libro independiente) concluye recordando los años del exilio, tristes porque se fueron cerrando sucesivas esperanzas de resurgimiento y, casi más, por las divisiones internas de los exiliados. Lenta extinción de una República de hombres rectos y cabales, que no pudo ser... y que además quiso ser callada. Martínez Barrio le devuelve la palabra este 14 de abril de 2008.

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