De artefactos y encantamientos

El castillo ambulante - 20º aniversario | Crítica de cine

Una imagen de 'El castillo ambulante', de Hayao Miyazaki.
Una imagen de 'El castillo ambulante', de Hayao Miyazaki.

La ficha

**** 'El castillo ambulante'. Aventuras-anime, Japón, 2004, 119 min. Dirección y guion: Hayao Miyazaki. Música: Joe Hisaishi. 

Tras Nausicaä del valle del viento, El castillo ambulante se suma a la política de reestrenos en salas de clásicos de Miyazaki en nuevas versiones restauradas tras el éxito reciente de El chico y la garza, su nueva película en diez años.  

A los seguidores les resultará familiar el protagonismo de un castillo gigante y ambulante, a mitad de camino entre universos y dimensiones, como el que aparece en este largo de 2004 que llegó a la cartelera española dos años después. Y es que ya en Laputa, la fortaleza celeste y El castillo en el cielo encontrábamos ya plasmada la pasión de Miyazaki por los artefactos voladores, los mecanismos sofisticados y orgánicos o las arquitecturas articuladas y móviles en un mundo forjado desde la literatura fantástica, la pasión técnico-científica y una capacidad fabuladora desbordante.

Inspirada en la novela del mismo nombre de la británica Diana Wynne Jones, a la que Ghibli volvería adaptar en su fallida y única incursión en la animación digital en 3D de Earwig y la bruja (2020, Goro Miyazaki), El castillo ambulante se despliega como metáfora antibelicista y ecologista desde la más desatada fantasía, en el trazo prodigioso de formas, espacios, criaturas y personajes salidos de una visionaria, grotesca y mestiza concepción del dibujo, dotando de sentido estético pleno a la animación como lenguaje para la materialización de los sueños, los mundos (im)posibles y la infinita trasmutación de los objetos y los seres. Véase así, por ejemplo, cómo el pesar del mago Howl se visualiza en la descomposición de su cuerpo en una materia viscosa, o cómo el propio castillo se contorsiona, expande y retrae como si de un ente vivo se tratara.

El castillo ambulante nos sitúa en mitad de una batalla entre brujas y magos con un trasfondo realista (la II Guerra Mundial, Inglaterra) sobrevolado por la aventura y el viaje iniciático en una estructura de cajas chinas y una continua digresión argumental que nos lleva de un sitio a otro en lo que se tarda en cruzar el umbral de una puerta: de una montaña nevada a palacios imperiales, de la penumbra neblinosa al minúsculo universo de los insectos o los animales. En el epicentro de este relato en fuga, una joven desorientada busca desesperadamente volver a su aspecto original y recuperar su identidad tras un encantamiento.

No es difícil perderse a veces dentro de este frondoso bosque animado, pero esa parece ser siempre la apuesta decidida de Miyazaki: abrir puertas a mundos inesperados, criaturas mágicas, paisajes y perspectivas que hacen de la animación un refugio esencial para la materialización de la fantasía desde un artesanal dominio técnico acompasado siempre por una inspiradísima música del maestro Joe Hisaishi

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