Ri Te en el Teatro Central
Un diálogo en clave de pantomima
Análisis
Parido el cartel anunciador del abono taurino de la Maestranza, parece existir el consenso de que, visto lo visto en años anteriores, resulta al menos aceptable. El prestigioso arquitecto inglés Norman Foster ha dado a luz una obra que, aparentemente, cumple con la función que debe tener un cartel: un grito en la pared. Colores vivos con predominio de los habituales y taurinos rojo y amarillo. Y sólo dos elementos centrales: una cabeza de toro y un burladero deformado por encima del cual se asoma el animal. Simpleza a primera vista. ¿Basta con eso para anunciar lo que se pretende? Después de lo del vietnamita Danh VoDanh Vo en 2022, hasta podría sobrar.
Ocurre, no obstante, que esa aparente simpleza no casa con el aura y la trayectoria de su firmante, gurú mundial de la arquitectura. Un año más, la Maestranza ha apostado por una firma de prestigio, quien no tenía más consigna que colocar en lugar visible la leyenda "Toros en Sevilla. 2023". A cambio de ofrecer libertad total al creador, la institución sevillana recibe lo que pretende: una consagrada firma que pasa a engordar la ilustre nómina de su museo. Al conceder esa libertad sin cortapisas, resulta lógico deducir que el resultado final de la obra no preocupa demasiado a la casa convocante... ¿Buena firma o buen cartel? Por supuesto, gana la firma. Y no por poco. Es su apuesta.
Foster asistió por vez primera a un festejo taurino, según una entrada de Facebook de la Fundación Toro de Lidia, el 21 de mayo de 2022. Hace menos de un año. Ello no fue óbice para que se declarase, antes de una presentación de la que se ausentó, "impresionado" por el "simbolismo" de algunas de las pinturas exhibidas en el museo maestrante. No parece de recibo, pues, que un autor tan laureado despache su compromiso con una simple viñeta de cómic. Se deduce de sus palabras que haya querido plasmar en su trabajo esos símbolos que tanto le impresionaron en otros. Las interpretaciones que haga el espectador a lo presentado por Foster son igual de libres que las del autor a la hora de crear. Al fin y al cabo, no tratamos de realismo, sino de simbología.
Tras una primera mirada en la que se vería la simpleza ya mencionada, surgen las preguntas: ¿Qué hace un toro tras el burladero? ¿No es ese el lugar del torero? ¿Por qué dicho burladero aparece deformado? ¿Qué particularidad existe en la imagen para que pueda ser asociada a Sevilla y su plaza de toros? Aunque no es novedad, ni un solo motivo hay que vincule lo que se anuncia con Sevilla y su coso taurino, a excepción de la leyenda "Toros en Sevilla. 2023". Sobre un fondo de líneas circulares, emerge la cabeza de un toro. Un toro infantil, cabría añadir. Sólo se ve la cabeza, nada del resto del cuerpo. La expresión del animal, ojos muy abiertos que miran al frente, parece de asombro. O de susto. En apariencia, se protege tras un burladero. Sabemos del toro bravo que es un animal que no se esconde y acomete con fiereza a todo lo que considere peligroso. Pero la sociedad de hoy tiende a humanizar al animal al tiempo que, a la vista está, se deshumaniza a sí misma. Y, claro, este toro humanizado de Foster tiene miedo porque ha visto algo que, evidentemente, lo asusta. No a él. Al ser humano que se pone en su lugar. ¿Qué provoca esos ojos tan abiertos? ¿Qué ve que lo obliga a taparse?
El segundo elemento central del cartel, después de la cabeza, es lo que simula ser un burladero. Lo parece, sí, pero pierde sus líneas rectas porque da la sensación de que están tirando hacia fuera desde sus cuatro esquinas. La figura resultante es similar a la de una res desollada que cuelga del techo. Sus contornos son idénticos. Tenemos un ejemplo en El buey desollado, de Rembrandt. También en el Toro desollado, que pintó el barcelonés Miquel Villa Bassols en 1939. La similitud en la forma es sorprendente y extraordinaria y escaso margen queda para una interpretación diferente. El toro de Foster deja entonces de estar detrás de un burladero y ahora aparece su cabeza disecada sujeta a una pared, bajo la cual se extiende su cuerpo abierto en canal. El anuncio de los toros en Sevilla cobra así un cariz que sí que debería asustar a maestrantes, taurinos y aficionados cabales.
Resultaría inconcebible tal conclusión si ese cartel fuese obra de una persona que a lo largo de los años se hubiera dejado ver en determinados ambientes taurinos, por diversas plazas o junto a ganaderos o toreros. Pero sí se concibe si el autor vio por vez primera un festejo el 21 de mayo del año pasado. ¿Qué pretende un artista al exponer un toro abierto en canal en un cartel anunciador de la Fiesta Nacional? Si esta pintura, en lugar de una eventual incursión, fuese una más de la producción personal del artista, no habría nada que objetar.
El mundo taurino intuye que el futuro de la llamada Fiesta Nacional es oscuro tirando a negro. Pero el mismo mundo taurino, que por ese motivo debería tener activadas todas las antenas de forma permanente, parece no estar atento para impedirlo. Su responsabilidad única es la defensa del motivo por el cual existe. Y aquí parece haber dejación, o delegación, de esa responsabilidad. Es más, en este caso son los propios guardianes de la tauromaquia los que le dan a esta obra una visión pública global al colocarla en un escaparate de repercusión mundial. Son quienes parecen haber permitido que un movimiento muy bien organizado, y que trabaja con denuedo por la desaparición de la lidia, acceda hasta el mismísimo corazón del templo del toreo.
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