Resonancia interior

Cartas a una joven poeta | Crítica

Inéditas hasta ahora entre nosotros, las cartas de Rainer Maria Rilke a Anita Forrer testimonian la estrecha relación que unió al poeta ya maduro con su joven admiradora

Rainer Maria Rilke (Praga, 1875-Raroña, 1926).
Rainer Maria Rilke (Praga, 1875-Raroña, 1926).

La ficha

Cartas a una joven poeta. Rainer Maria Rilke. Trad. Manuel Cuesta. Errata Naturae. Madrid, 2024. 232 páginas. 21 euros

Los lectores de Annemarie Schwarzenbach, es decir los que apreciamos a la gran escritora suiza por sus cualidades literarias, al margen de su fascinante leyenda, sabemos de Anita Forrer por su condición de íntima amiga de la también arqueóloga y fotógrafa –excelente retratista– y albacea de su legado. Y quizá hayamos leído su nombre, aunque no lo recordáramos, en alguna biografía de Rilke, entre los de las decenas de mujeres que tuvieron trato con el poeta austriaco, famosamente dado a las amistades femeninas, en distintos momentos de su trayectoria. Las cartas que cruzaron ambos, el ya maduro Rilke de su última etapa –la cenital de las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo– y la admiradora todavía adolescente, cuando se inició el intercambio, seguían inéditas en español y se ofrecen por primera vez en traducción de Manuel Cuesta, en una edición de Errata Naturae cuyo título, Cartas a una joven poeta, parafrasea el del famoso volumen que reunió, también póstumamente, las dirigidas por Rilke a Franz Xaver Kappus, uno de los epistolarios más difundidos del siglo, leído con devoción por generaciones de lectores que se acercan al género desde el entendimiento de la poesía como oficio sagrado.

La intimidad que alcanzaron por escrito contiene pasajes verdaderamente conmovedores

La relación de Forrer con Rilke comenzó cuando la muchacha de diecinueve años, en enero de 1920, dirigió su primera carta al poeta, después de haber asistido a una lectura en San Galo, su ciudad natal y la de Regina Ullmann, también amiga y corresponsal de Rilke. En esta primera misiva, firmada por “una joven que ama sus libros”, de los que cita las Historias del buen Dios, Forrer le hace saber que se sintió profundamente conmovida, sin acertar a precisar “si fue por sus manos, por su frente, por sus palabras o por el tono de su voz”. Rilke le responde unos días después, impresionado, dice, por la “autenticidad” que percibe en su voz, y pronto se establece entre ellos una comunicación franca y directa. Perteneciente a una influyente familia de la burguesía y criada en un ambiente de severa respetabilidad, la joven, poco dotada para la poesía, según le transmite Rilke sin reparos, muestra en cambio una especial sensibilidad, muy apreciada por un escritor todavía convaleciente de la angustia que le provocó la Gran Guerra. Formado por casi setenta cartas, el epistolario llega hasta agosto de 1926, apenas unos meses antes de la muerte de Rilke en diciembre de ese año. Sólo tuvieron dos encuentros y más bien infructuosos, el primero en Meilen, en octubre de 1923, y el segundo en Bad Ragaz, en agosto de 1926, pero la intimidad que alcanzaron por escrito contiene pasajes verdaderamente conmovedores.

Rilke desempeña un papel de mentor y confidente, menos educador que maestro de vida

En las cartas, que al contrario que las escritas a Kappus no profundizan en asuntos literarios, Rilke desempeña un papel de mentor y confidente que se dirige a su interlocutora –aunque en este terreno no era precisamente un modelo a seguir– como maestro de vida. Muy poco después de iniciada la correspondencia, acepta que la “gran transgresión” que le confiesa su amiga –la pasión correspondida que había sentido hacia otra niña– no es un mal que necesite redención o cura ningunas, sino una forma tan legítima de amor como otra cualquiera. Y lo expresa en términos inequívocos: “Escuche, Anita: deponga esa aflicción de un día para otro, ya; nada es más fácil. Pues no hay el menor ápice de culpa o fealdad en esto que usted lleva consigo”. Para el poeta, el componente espiritual de los vínculos verdaderos está por encima de cualquier convención, y le insiste a su corresponsal en que no debe renunciar a la inocencia, animándola a liberarse de las ataduras para asumir su propio destino. Más que en los consejos de lectura, de su propia obra o de autores como Baudelaire o Bettina von Arnim, de quien le recomienda, con toda intención, su correspondencia con Goethe, el Rilke que más emociona en estas páginas se encuentra en las exhortaciones benevolentes, que adoptan un aire paternal pero no paternalista. Es un Rilke más cordial y empático, alejado de la imagen intransitiva y aristocratizante plasmada en otros escritos, que también sabe alejarse para dejar a su amiga emprender el vuelo.

Ya anciana, Forrer, que había colaborado con los servicios secretos de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, en misiones vinculadas a la lucha contra la Alemania nazi, y ejercido como grafóloga, anticuaria y galerista de arte, dejó constancia, cuando se decidió a divulgar el epistolario, de lo mucho que había influido Rilke en su formación y en el rumbo independiente que le dio a su vida. “Tiene usted un lenguaje que resuena y vive en nuestro interior”, es la primera frase que le escribió la joven: algo de esa resonancia, que sigue latiendo en la obra del poeta y se percibe también en sus cartas, envuelve al lector de esta correspondencia.

Anita Forrer (San Galo, 1901-Locarno, 1996).
Anita Forrer (San Galo, 1901-Locarno, 1996).

Un corresponsal generoso

Infatigable escritor de cartas, más de diez mil según el recuento que aún no ha culminado, Rilke ponía un cuidado especial en su correspondencia –dejó permiso expreso para que se publicara después de su muerte– y no extraña que varios de los conjuntos, por ejemplo los dedicados a Lou Andreas-Salomé, Marina Tsvietáieva o Marie von Thurn und Taxis, por citar a otras mujeres, se hayan convertido en obras tan perdurables como sus libros. El epistolario con Anita Forrer, sin embargo, no empezó a ser conocido sino muy tardíamente, gracias a la edición alemana de Insel en 1982 –a cargo de Magda Kerényi, esposa del gran filólogo e historiador húngaro y también notable estudiosa– y en tiempo más reciente a la traducción francesa de 2021. Por encima de la calidad, importa lo que revela del carácter. Quien fue uno de los poetas mayores de su siglo era además un generoso corresponsal que, como observaría Todorov, empleaba muchas horas de su tiempo en atender a personas anónimas, en vivo contraste con la mentalidad calculadora y avarienta de esos escritores que tasan cada una de sus palabras y no se permiten –menos aún en nuestra época, donde la posibilidad de llegar a la vez a incontables destinatarios ha casi proscrito las comunicaciones personales– desperdiciar las que no tienen garantías de eco.

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