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Carmen Camacho dedica su último poemario, ilustrado por la obra plástica de Pepe Benavent, a heroínas que "nunca tendrán una calle a su nombre"

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La poeta Carmen Camacho (Alcaudete, Jaén, 1976), fotografiada en el exterior de Espacio Colombre, en Triana. / Juan Carlos Muñoz

"Pende el día de una mano, sostengo la pura realidad con esta otra. Todo cambia sobre el lienzo perpetuo, la mutación necesita un plano fijo y me necesita a mí", se lee en uno de los primeros poemas del nuevo libro de Carmen Camacho. "Soy el motor primero y la última que se acuesta en esta casa", prosigue la misma voz, unas líneas más adelante. "La demiurga. Creadora y criadora según los hexagramas del I Ching. Yegua sobre la tierra, prendo el fuego eterno con folletos de ofertas".

En La mujer de enfrente, un volumen editado por Maclein y Parker e ilustrado por Pepe Benavent, Camacho recorta unas figuras del paisaje del día a día, situadas en un tendedero o de camino al mercado, para remarcar la heroicidad y el componente celeste que hay en ellas. "Son diosas", explica la autora, "que veo por la calle vestidas de bambito, mujeres que nunca tendrán una calle con su nombre y que sostienen el mundo".

Amazonas menospreciadas en su lucha por las que sin embargo corre la sangre de Astarté, Isis, Pachamama. "Parece que lo mítico forma parte de una etapa anterior de la humanidad, y que lo tenemos que suplantar por el positivismo y por la ciencia. Pero si yo creyera eso no escribiría poesía. Hay que vincular de nuevo lo simbólico y lo arquetípico con lo que nos sucede", defiende Camacho, que en esta semana arranca una intensa gira con la que presentará su obra en el Centro José Hierro de Getafe (este jueves) y la Fundación Círculo Burgos (este viernes). La Fundación Carlos Edmundo de Ory, en Cádiz, el sábado 20; el festival Marpoética de Marbella (el miércoles 24) y el Teatro Municipal de Martos (el jueves 25) serán otras paradas de una ruta que continúa en mayo con la participación en la feria Edita de Punta Umbría, el día 2, y una presentación en Morón de la Frontera el 26. En el horizonte, en junio, aguarda también la visita al Instituto Cervantes de Amán, en Jordania.

Cubierta del libro. / D. S.

La mujer de enfrente propone junto a su galería de mujeres atlantes un retrato de la vivienda como un contenedor de recuerdos y experiencias, una memoria sentimental por la que también pasean los muertos a los que quisimos y que se aleja de esa desafección que impregna los apartamentos turísticos. "Antes, / antes de antes, / aquí hubo un cine de verano, / muchachos con sus termos de domingo, / muchachos con sus ternos de domingo, / mocitas salerosas de Triana, / las sillas de madera, el albero, / el eco de Rock Hudson en los muros", escribe Camacho en un pasaje del libro. "En el poemario hay mucha casa, y mucha vuelta a casa", dice esta jiennense afincada en Sevilla, "mucha arqueología de cuánta gente fue infeliz en la vivienda en la que tú ahora eres infeliz también...", apunta riendo, antes de pasar a la reflexión.

"Ubicar el territorio, situarse, tiene una misión política, sobre todo en este mundo en el que todo es líquido y todo es disperso. Es necesario saber el sitio en el que estás y a partir de ahí establecer vínculos, aunque sean callados. La mujer de enfrente y yo no hablamos nunca, pero hay unos hilos, unos cordeles invisibles que unen nuestras vidas", argumenta una autora que encuentra un filón en lo cercano. "Muchas veces los poetas nos perdemos en lirismos superfluos que se quedan volando en el aire, cuando lo fascinante es bajar a tierra: cuando más te sitúas ante algo que puedes tocar y arañar más trasciende aquello que estás contando. Hablas de un tiempo y un país, de un barrio, pero al mismo tiempo eso nos lleva a otro sitio".

“Yo no quiero encontrar mi propia voz, resonar una y otra vez en la misma nota”, asegura Camacho

Camacho recomienda en La mujer de enfrente llevar siempre un poema en el bolso. "Quizás su valor radique en que es algo aparentemente inútil. María Zambrano decía que el saber más válido es el desinteresado, y van por ahí los tiros. En algunas ocasiones, los poemas son como clavos ardiendo a los que te agarras, cacharros necesarios para la vida". La artífice de libros como Zona franca o Deslengua y colaboradora del Grupo Joly escribe esos poemas "a contrapelo, contra la inercia, en contra de las leyes del mercado", como proclama en otro de sus textos. "Si no es para desmontarte a ti misma, para quitarte capas, para ir asombrándote de lo que tú misma tenías que decirte y decirle a los demás, no entiendo hacer este camino", asegura en persona.

Carmen Camacho. / Juan Carlos Muñoz

Camacho sabe que hay "una zona en las grietas", donde "es posible el hallazgo y la espera", un lugar "despreciable para los taxidermistas de la certeza", en las antípodas de ese suelo resbaladizo y fértil de la búsqueda que ha pisado junto a Rocío Márquez, con quien investigó para Tercer cielo, el disco que la cantaora sacó junto a Bronquio.

La poeta, en todo caso, siempre ha cultivado un riesgo que no reniega de las raíces: en La mujer de enfrente da una vuelta de tuerca a villancicos o nanas. "El primer chute de poesía que tuve fue con lo popular, como le ocurre a mucha gente en Andalucía, las picardías que me soltaba mi tía o los romances que me cantaba mi abuela. Soy de un pueblo de Andalucía, de una familia trabajadora... ¿Qué voy a decir si no? Una puede sofisticarse, pero sería absurdo desperdiciar esa riqueza", sostiene la creadora, cuya poesía se caracteriza por "la variedad de voces. Yo siempre digo que no me interesa encontrar mi propia voz, que eso tiene que ser un coñazo... Resonar una y otra vez en la misma nota, por el amor de Dios... Yo eso no lo quiero para mí", zanja, de nuevo entre risas.

En La mujer de enfrente, Camacho se alía con el diseñador gráfico Pepe Benavent, un diálogo ante el que se muestra entusiasmada. "La obra de Pepe no discute con la mía, la amplifica. Es el trazo y el genio de un artista bailando con mi palabra", celebra la poeta, y pone como ejemplo la ilustración de Or not to be, un poema que habla sobre los roles de género, "y el color que acaba mandando en la escena es el azul, el que representa lo masculino. Es un trabajo lleno de detalles sutiles".

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