Salir al cine
Manhattan desde el Queensboro
Poesía
"La izquierda por la derecha, / azúcar por sal marina, / y en el cajón de las medias, / los paños de la cocina", escribe Carmen Camacho en Que ni sé lo que me digo, uno de los poemas de Deslengua (Libros de la Herida), un delicioso conjunto de "letras, cantares, proverbios, jaicus, tankas, juguetes, falsas calaveritas y ayeos" con el que la autora reivindica la inteligencia de los registros populares y el lirismo de la oralidad, territorios infravalorados por una poesía que a menudo prefiere enredarse en lo solemne y a la que le gusta adoptar "una voz campanuda".
"El otro día hablaba con mi amigo José Luis Calvo, director del Museo Etnográfico de Castilla y León, y él opinaba que libros como éste eran necesarios. Libros que no fueran sino un manojito de coplas, que no tuviesen la pretensión de la intelectualidad", cuenta Camacho (Alcaudete, Jaén, 1976). "Me gustó eso que decía, porque propuestas como ésta son vistas como hermanas menores de una cultura mayor. Y hay que defender que esto es cultura, también".
La poeta, profesora de escritura creativa y colaboradora del Grupo Joly dedica en Deslengua un emocionante homenaje a dos mujeres, la abuela Carmen, que "quizás no era feliz, pero era dulce" y se expresaba "suave, por lo bajo", y la tía Dolores, que "era el grito del amor, y la risa desplegada como el mantel. Fresca, despeinada, cabal, portentosa", anota Camacho en el prólogo, en el que sus familiares se erigen en símbolos de todas esas mujeres menospreciadas por carecer de formación, pero que "en su no saber sabiendo custodian un tesoro", un "verbo en ascuas", un habla riquísima que alumbra el mundo y encierra una poderosa sabiduría.
"En ese sentido, este libro tiene una misión política, plantea un recorrido contrario al que hacemos siempre", señala la escritora. "Le han dicho mucho a esas mujeres que ellas no sirven, que no saben, y no es que no sepan, es que saben otras cosas. Y, entre esas otras cosas, son tesoreras de una cultura popular, de una tradición que yo no llamaría en realidad así, porque si una se detiene a escucharlas se da cuenta de que su lengua, su modo de expresarse, es pura vanguardia".
Camacho quería así "reinvidicar que hay un tesoro en la boca de mi abuela o de mi tía Dolores, de esas mujeres de una generación muy concreta a las que quieren callar y que también se callan a sí mismas, que están hablando contigo y te dicen: 'Yo no te lo voy a saber contar, que no tengo estudios', y no sospechan que tienen un tesoro, un tesoro que está muy vivo. Ese legado forma parte de mí, y quise darle un sitio", afirma la autora, antes de matizar esa idea. "Hay que tener cuidado, porque a veces los poetas pensamos que le vamos a dar al pueblo lo que ellos no saben decir, y qué coño, no es así. Este libro no le da voz a nadie; este libro, más bien, recoge el aire de esa voz".
Deslengua aparece en la colección Vivezas de Libros de la Herida, una línea que "precisamente está destinada a esas voces que entroncan con la poesía popular", celebra Camacho, y que se abrió con Coplas de nadie de Francisco Díaz Velázquez. Autores que se adscriben al "linaje de lo culto que indaga y admira la sabiduría popular, y la incorpora en la propia obra", como dice Camacho. "A mí hay algo que me entristece", confiesa la jiennense afincada en Sevilla, "que parece que ese linaje no ha existido, que no han nacido Bécquer, ni Demófilo, ni Machado ni la Generación del 27... Y en esa lista metería también a Cervantes, a Shakespeare, creadores que recogen en sus obras una lengua viva, una forma de escribir que llega hasta Agustín García Calvo, Isabel Escudero o a Francisco Díaz Velázquez. La pena es que si yo hubiese escrito un libro de haikus, en vez de un conjunto de coplas que se pueden cantar por flamenco y que entroncan con la tradición lírica castellana, ese libro tendría una consideración más chic. Una obra como ésta se ve como algo costumbrista, rancio, y es absurdo porque justo quiere ser lo contrario: revuelo, vida".
Esa última palabra, vida, asoma con frecuencia en la conversación de Camacho, que hasta tal punto cree que biografía y obra están ligadas que en su semblanza irrumpe el verbo "vivescribe". La autora de Campo de fuerza o Zona franca ha advertido a lo largo de su trayectoria que "cuando tú vas creciendo por dentro y te pasan cosas por fuera, también te crece la letra, se te transforma. Y ocurre al contrario: tu poesía te forja a ti, si cambia eso repercute en tu forma de ser. Yo creo que las metáforas producen cambios orgánicos en nosotros", asegura riendo.
Desde una voz juguetona, ingeniosa y en apariencia intrascendente, Deslengua refleja con rotunda precisión la complejidad y las contradicciones del corazón humano. "Tuve un querer de verdad / con un muchacho embustero / y otro de mentirijilla / con el que me fue sincero", dice una de las coplillas, toda una radiografía del absurdo y la paradoja de las relaciones sentimentales. "Cualquiera puede hacer un haiku o una soleá si reproduce la estructura, pero lo difícil es conseguir lo que ha hecho lo popular durante todo este tiempo, hablar de forma muy certera de algo tan escurridizo como la intuición, los sentimientos, las emociones... Una letra como 'De tu último portazo / todavía se estremece / el agüita de mi vaso', por ejemplo, te está sugiriendo muchas cosas, contar eso en prosa te llevaría tres páginas".
Camacho explica que el título del libro "hace dos caminos que parecen inversos pero finalmente convergen. Deslengua se refiere a dar marcha atrás hasta llegar a lo oral, a la lengua viva, no a lo escrito, y también a tratar de desmembrar el lenguaje, fijarse en su arquitectura, en su milagro musical, como decía Valle-Inclán. Este es un camino como para atrás, pero hay otro que va hacia delante: el de deslenguarse, soltar la lengua, decir lo que no está mandado. La ilustración de Patricio Hidalgo de la portada refleja bien esas dos direcciones que confluyen".
También te puede interesar
Lo último