‘Capilla ardiente’: un lugar en el mundo

Tras el éxito de ‘Yo soy gente rara’, la compañía Ekléctica estrena en La Fundición una obra sobre “la pertenencia a los lugares y el desarraigo” 

Vaiana sigue deslumbrando

Nieve Castro da indicaciones al reparto.
Nieve Castro da indicaciones al reparto. / José Ángel García

A veces, uno deja atrás sus raíces y comprende que un lugar es más que un trozo de tierra, que a ese enclave se vinculan, en el recuerdo, los rostros de las personas que amamos. ¿Somos del sitio en que nacemos o del destino que elegimos? ¿Por qué el sentido de pertenencia, en la distancia, se parece por momentos a la orfandad? ¿Y si aquella ambición que imaginaba una vida plena fuera del pueblo se revelara con el tiempo un espejismo?

Tras Yo soy gente rara, el espectáculo con el que triunfaron en la CINTA (Cita de Innonadores del Teatro Andaluz), una radiografía del malestar y la ansiedad tomada desde el prisma de la ironía, la compañía Ekléctika y la directora y dramaturga Nieve Castro se enfrentan a “preguntas que nos afectan a todos” sobre “la pertenencia a los lugares y el desarraigo” en Capilla ardiente, un montaje que busca captar los sentimientos ambivalentes que nos unen a los orígenes y que estrenan hoy jueves en el Teatro La Fundición, donde la obra tiene programadas ocho funciones hasta el domingo 15.

Un momento de un ensayo de 'Capilla ardiente'.
Un momento de un ensayo de 'Capilla ardiente'. / José Ángel García

Son cuatro personajes los que encarnan todas estas contradicciones: Cecilia y Rey acuden al entierro de su tío Eusebio, y ese velatorio los unirá a la mujer que fue la cuidadora de su familiar en los últimos años y al marido de ésta. El encuentro con los recién llegados sacude especialmente a Lucía, la cuidadora, “alguien que se ha criado en ese pueblo, que cree tener una vida tranquila, pero que realmente se ha planteado ciertas inquietudes. El contacto con los sobrinos de Eusebio hace que se pregunte en voz alta: si la senda que se había trazado es el camino o por el contrario hay otras alternativas para ser feliz”, señala la actriz Alba Suárez, coprotagonista junto con Nieve Castro de Yo soy gente rara y embarcada en esta obra en un reparto más coral. 

“Parte de la compañía tenemos bastante arraigo a un pueblo, y sabemos los obstáculos que supone vivir en él, el estigma que conlleva proceder de allí. No eres moderno ni emprendedor si decides quedarte”, apunta Castro, que en esta pieza no participa como intérprete y dirige a un elenco en el que a Alba Suárez la acompañan Irene Barrera, Gonzalo Validiez y José Carlos Pérez. “Pero también hemos comprobado cómo se endiosan las ciudades”, prosigue Castro, “cómo la gente se va para comerse la Gran Vía y al final la Gran Vía se los come a ellos. Nosotros también fuimos a Madrid y decidimos volver para crear desde aquí. Y lo que hacemos en esta obra es poner en la balanza qué se pierde y qué se gana cuando te vas o cuando decides que no te irás”.

Castro firma un texto “no tan autobiográfico como el de Yo soy gente rara, en el que volcábamos detalles más personales”, pero sustentado en las “energías” de los actores, “escrito para ellos”, dice la autora, que destaca el trabajo enfocado esta vez “desde los sentidos: aquí tienen importancia el tacto, las vista, el habla. Escribir esta obra ha sido un proceso muy bonito, en el que ellos me han dado su sensibilidad, su bagaje, y yo he desarrollado una capacidad de escucha”, expone la dramaturga. 

Gonzalo Validiez y José Carlos Pérez, en una escena de la obra.
Gonzalo Validiez y José Carlos Pérez, en una escena de la obra. / José Ángel García

En la búsqueda formal que emprende Capilla ardiente, Castro y su equipo investigan las posibilidades expresivas del movimiento, “cómo se plasma en escena un conflicto sin verbalizarlo”, para lo que cuentan con la bailarina graduada en Danza Clásica Irene Barrera. “Yo escribo mucho texto, y quería preguntarme por el modo en que los personajes pueden transmitir sin necesidad de la palabra”, comenta Castro.

En su vestuario, Gloria Trenado refleja los contrastes de los personajes: siempre dentro de una paleta de colores que combina el rojo y el azul, los extraños que vienen de fuera se presentan “más producidos. Él lleva un traje con brillo, ella un look muy preparado, mientras los personajes que se han quedado en el pueblo tienen un atuendo más común”. 

Quizás por la complejidad de las cuestiones que aborda, esa dualidad que inspiran las raíces, Capilla ardiente despliega un tono que sus creadores no preveían. “Tiene menos humor del que esperaba, pero también menos dolor”, reconoce Castro. “Es una obra que te abraza, pero tiene que doler porque en ella cada uno ha puesto sus miedos. Es un drama que también tiene sus respiraciones”, asegura la directora. 

“Cuando tomas una decisión, al fin y al cabo, tienes algo que ganas y algo que pierdes”, concluye por su parte Irene Barrera, que defiende que el montaje habla de “la vida misma, eso es lo que va a ver el público”. Una reflexión sobre cómo nos marcan las raíces con la que el espectador se preguntará, también, si él ha encontrado su lugar en el mundo.

stats