De la canción protesta hedonista
Pony Bravo, que compartirá escenario con Santa Rita, cierra hoy 'Nocturama' en el CAAC con un repertorio centrado en 'De palmas y cacería', su particular tratado de rock político
Frondosa, sonriente y desprovista por completo de rutinas promocionales, la conversación con Daniel Alonso, compositor, cantante y responsable de los sarcásticos y psicodélicos avatares visuales de Pony Bravo, acaba desembocando en reflexiones sobre el modo en que, de entrada y a la postre, en cualquier momento imaginable, "todo depende de las dinámicas afectivas que se establecen con la gente que tienes alrededor". Esa convicción innegociable vibra, con potencia -con músculo y una paleta de colores cada vez más vivos- en el oblicuo tratado de rock político que es De palmas y cacería, tercer álbum de la banda, publicado el pasado mes de marzo, una inyección de sentido, de presente y de futuro al prejubilado término canción protesta por la vía del hedonismo cotidiano y de un sentido del humor juguetón y cáustico, pero nunca -nunca- cínico, esa forma pagada de sí misma y fraudulenta del pesimismo.
"Estamos muy contentos, sobre todo porque vemos que el público ha entendido lo que queríamos hacer. Cuando metes un poco más de caña nunca sabes cómo va a reaccionar la gente, pero el feedback está siendo estupendo", dice el cantante del grupo sevillano, que esta noche cierra -tras la actuación de las barcelonesas Santa Rita- el ciclo Nocturama en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. "Lo que intentamos por todos los medios es huir de los lugares comunes, porque hay tantas cosas hechas ya que a veces sin darte cuenta acabas repitiéndolas sin un verdadero porqué", continúa el cantante, que promete alguna sorpresa para esta noche, una de ellas -para no desvelar demasiado- un sui generis homenaje a Silvio Fernández Melgarejo.
Melómano impenitente como el resto de sus compañeros -apunte que, aunque pueda parecerlo, no es redundante-, Daniel Alonso ha vivido en los últimos años con la música electrónica una auténtica epifanía. En esa clave puede interpretarse también la apuesta del grupo por la concepción lúdica de la experiencia musical, del gozo como rebelión individual y resistencia colectiva. "No sólo importa la música: importa también, y mucho, las condiciones en las que la escuchas, el acto de compartirla con los demás. Hay cosas que yo disfruto mucho si las escucho tomando un botellín con un amigo a mediodía, pero no me las pongo en casa si estoy solo. Porque no la voy a disfrutar igual. En ese aspecto, a mí por lo menos me ha cambiado la percepción. Se da más por hecho en la electrónica, pero en el rock también puede haber disfrute; tiene que haberlo. Yo he pasado de ver la música de baile como algo frívolo a considerarla mucho más interesante que el típico tema triste que escuchas tirado en el sofá. Cada día estoy ante una catarata de música que en ocasiones es difícil de asimilar. Techno, electro, reggae, dub... Son músicas que te van cambiando el oído, que son más bien luminosas y que no suelen tender a la épica ni al romanticismo porque sí. Y ya en casa me vuelvo loco escuchando discos de flamenco, cosas antiguas".
Alonso admira "el sentido comunitario" que explicó el nacimiento de la cultura de club y el sentido originario -a estas alturas casi totalmente contaminado de vicios del viejo personalismo del rock- de la figura del discjockey: lo verdaderamente esencial es la música, la experiencia de escucharla reunidos en un lugar concreto. En ese discurso se inscribe plenamente la apuesta lúdica de Pony Bravo, resumida más que elocuentemente en una letra de una canción todavía inédita escrita por el bajista/guitarrista Pablo Peña: "Bailar y pensar a la vez". "Pero es que está tan extendida esa idea, ¿no? O me pego la fiesta o me meto en casa y me veo cinco documentales. Bueno, yo creo que se pueden unir las dos cosas".
En su intento de demostrarlo, De palmas y cacería aumenta además un grado más la estimulante tensión sobre la que ha crecido la música del grupo, balanceándose en todo momento, pero en este álbum más si cabe que en los anteriores Si bajo de espalda no me da miedo y otras historias y Un gramo de fe, entre el latido popular y la premisa conceptual; un ideal que Alonso extiende también a las letras, de las que se siente especialmente orgulloso. "Hay que aprender a escribir como uno habla con un amigo. Pero tampoco puedes fiarlo todo a la intuición, porque si eso es así, algo acabará fallando. Detrás de eso hay también mucho trabajo, hay una parte que se intelectualiza. Y en eso llevamos mucho tiempo, ahí están Superbroker o La rave de Dios...".
"Hay que ser casi cruel con lo que uno hace, porque como uno haga música sólo mirándose a sí mísmo... Así no sale. Es necesaria una humildad brutal", afirma sobre el proceso de trabajo del grupo. "Además, ese trabajo ha de ser de verdad en grupo. Si no, para qué: no hay más que fijarse en esos músicos que cambian de banda cada dos años, para sonar siempre igual y hacer siempre lo mismo. El ego es enemigo del arte. Y por eso hay que controlar también mucho el contexto en que vas a trabajar, porque si te pones a currar con gente chunga es evidente que tú mismo te vas a volver chungo. Con esas cosas hay que tener mucho cuidado, y en eso consiste el trabajo del día a día, en hacer lo que de verdad quieres hacer, aunque ganes menos pasta incluso. Como te relajes con estas cuestiones, en dos meses has dejado de trabajar en el proyecto que querías".
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