El camino que vuelve: dos exposiciones

Exposiciones

Dos muestras en el Colegio de Arquitectos de Sevilla y en la sala Arquemí reflexionan sobre la arquitectura hoy

Tríptico de los tres autores (Campuzano, Fernando Alda y Clemente Delgado) para la Exposición del COAS. / D. S.
Félix De La Iglesia · José Ramón Moreno

22 de marzo 2022 - 18:43

La inauguración este mes de marzo de dos exposiciones, De clausuras y vestigios (de Jacinto Pérez-Elliott y Gabriel Campuzano, en Arquemí Galería de Arquitectura) y Una conversación pendiente (de Fernando Alda, Gabriel Campuzano y Clemente Delgado, en el Colegio de Arquitectos de Sevilla) ponen el foco de atención –una y otra– en el tránsito que va desde el mundo interior de los autores hasta la exteriorización plena de cada obra en el encuentro y relación con el receptor e intérprete, en cómo la realidad que se manifiesta, con el orden de la representación o la manera de su presentación, constituye un nuevo acontecimiento de su ser. Algo que ha sobrevolado la historia del arte, también de la arquitectura, y se ha formulado de formas muy diversas.

Superposiciones, encabalgamientos, difracciones,… capas de materia, huellas, formas, iconos, imágenes o textos buscan una superficie de encuentro, exigiéndole prestaciones que nunca acaban, pues cada vez es más diverso el tiempo del que proceden. Así se vive ahora el desafío, que antes nos enfrentaba a la realidad. La naturaleza laberíntica de esos procesos busca desesperadamente una guía que los encamine hacia una salida que no existe, la desesperanza no es aquí renuncia sino empeño ciego, persistente.

Dos situaciones frecuentadas por el comportamiento humano nos permiten aterrizar sobre un cuenco de expectativas, hemos aprendido de la espera y la escucha, sabemos que en contacto con ella alcanzaremos respuestas inesperadas. Por ejemplo, dos paredes blancas en paralelo nos invitan no sólo a un caminar hacia el final, también a detenernos en las dos superficies enfrentadas, como una mosca o una telaraña: una con su revoloteo caótico, la otra con la geometría de su tela; los humanos aprenden ahora de lo animales, desde siempre de los niños.

Una terraza con sus mesitas, a la espera, en una abierta e infinita convocatoria a cualquiera que llegue, sirven de motivo para aprestarse a una conversación aplazada largamente, pues el empeño en el encuentro no es sino fruto de compartir un aprendizaje. Tal es la enseñanza que nos ofrecen dos hormigas en el suelo del jardín, su detención por un momento no es sino el cambio de dirección hacia su coincidencia.

En las paredes paralelas de ese pasillo se depositan superposiciones de capas sobre un azaroso soporte, guiadas por la intención o el deseo: ahora cubren las paredes. ¿Quién se expone? ¿Las capas de materias, iconos, imágenes o figuras, información o la manualidad que los junta? ¿Qué pretende el paralaje, tal vez como las derivas náuticas, poder trazar trayectorias que nos guíen por el laberinto? O simplemente éste es un juego, constituye una parte de los modos de vida de los neuróticos europeos. Podría ayudar para contestarnos salir del pasillo, del influjo cruzado de sus paredes informacionales.

Caminemos ahora hacia esa terraza con mesitas, una metáfora del encuentro, que ahora hemos descubierto como una dimensión esencial de la vida, ausente como estaban antes por las rutinas del consumo, paradójicamente hemos aprendido su necesidad, forzado por la soledad del aislamiento. Están allí, se ofrecen disponibles, aún nadie las ha ocupado, las mesitas nos esperan con el ágape servido: un plato compuesto por tres pruebas, en los efectos de su mezcla en el paladar está su último mensaje y el metre atento, acude a dar una explicación de sus intenciones, cuestión de gusto pero, también, de interpretación del primer encuentro. Cada plato viene acompañado de un título –ya sabemos de la intelectualización de los pucheros– conocido, al juntarse todos ellos explicitan un campo del encuentro feliz: el de la arquitectura con la fotografía, alguien decía que ese fue el vehículo cultural de la difusión de la primera, pues antes de habitarla la vimos, inaugurando tal vez las prácticas que vinieron después.

Una obra realizada en colaboración por Jacinto Pérez-Elliott y Gabriel Campuzano para la exposición de Arquemí. / D. S.

Pero los platos presentados están al final de una larga ruta de pruebas, aciertos, desengaños… de los que los elaboraron y ahora se encuentran, saben de todo ello, son como las hormigas del jardín, hace tiempo que sus antenas se detectaron y ahora, finalmente, están aquí en una conversación, a la que se presentan triangulando con imágenes el espacio de la convocatoria: el plato, la mesa, la terraza. Como decía esa canción de la Transición: “Vengan a ver el espacio ideal, que inauguramos ayer…”

Bien es cierto que “lo que vemos delante nos mira dentro”, como nos dijo Georges Didi-Huberman a propósito de Lo que vemos, lo que nos mira. Y aventuramos más: que lo que nos habla, y mira, en estos eventos –apenas separados por 500 metros– nos situará en un lugar de encuentro con otros y otras arquitecturas, en un escenario virtual donde compartir miradas e interpretaciones, un lugar de complicidades mutuas que aquí se arma con el impulso de la construcción artística y la sugestión de la fotografía y la palabra; eso sí, inevitablemente nos veremos desplazados al margen del tiempo instantáneo de un presente de consumo rápido, saldremos del continuo fugaz e inaprensible para vislumbrar lo inestable e incierto: vaivenes de idas y vueltas que se manifiestan con temporalidades envolventes.

En la primera de ellas, la configuración del espacio de la sala Arquemí remite a la virtualidad del ir y venir, desde el afuera al interior más profundo (y no necesariamente en este orden), al interminable umbral de la mirada como formulara Didi-Huberman, invitándonos a compartir la inmersión; en la segunda, el espacio del COAS y la casual itinerancia entre las piezas, hace que valoremos cada punto de demora como acontecimiento singular en los que los fotógrafos sacan a la luz esos mundos interiores, en un diálogo explícito entre ellos que se nos abre a nosotros con la mirada.

Una y otra plantean un orden del lenguaje que se evidencia y pone de manifiesto: en De clausuras y vestigios, con la organización que ambos artistas –recurriendo a estas metáforas– habilitan como soporte de los distintos elementos que componen cada pieza para, enfrentadas a uno y otro lado de la línea virtual que las separan, trenzar la red de relaciones precisa de lo figurativo con la abstracción geométrica entre dos paredes cercanas y enfrentadas; en Una conversación pendiente, acudiendo los tres fotógrafos a voces provenientes de las técnicas de la arquitectura (lugar, construcción, hábitat e historia) o la fotografía (objeto, mirada, imagen y memoria) que han podido utilizar en momentos distintos y con distintas valoraciones para, con ellas y su representación, habilitar también virtualmente el espacio circular de la conversación.

Hemos descubierto ahora el encuentro como una dimensión esencial de la vida

Mucho tiempo hemos estado atentos a lo que nos mostraban las fotografías de arquitectura y de las ciudades; muchas han sido partes –elementos- sustanciales del dispositivo de aproximación y promoción de la arquitectura más interesante o interesada. Ahora, una conversación aplazada –por ellos y con ellos– nos sitúa en un punto de vista distinto. Con tres miradas, la de Fernando, la de Gabriel y la de Clemente, o, mejor, con una poliédrica, más avispada y certera para los tiempos que vivimos y para un relato –hecho de susurros recompuestos para la ocasión con un orden aparente– que invita a revisar el valor del medio, de su constructividad, a partir de la experiencia de cada cual y en el que las categorías conocidas se disuelven y entrecruzan en la conversación.

En la línea de fugas o en el círculo envolvente. Hablamos desde ese espacio que nos proponen y configuran con susurros o la aparición de los relatos, desde las discontinuidades que se evidencian al transitar por la sala lineal, entre sus composiciones plásticas y sugerencias, o los vacíos elocuentes propuestos en la conversación, con sus silencios incómodos y la presencia inevitable del otro. Ir para luego volver, entre mundos personales, propios, que se cruzan en cada paso y superponen. Introducirnos en la piel dibujada por las voces para ver las cosas de la otra manera.

Diríamos recuperando aquella lectura de Giorgio Agamben sobre Henry Darger en Ninfas, “como todo artista verdadero, no quería, sin embargo, construir sencillamente la imagen de un cuerpo, sino un cuerpo para la imagen”, que los artistas presentes en ambas muestras, liberando las imágenes de su destino espectral, nos desvelan un nuevo cuerpo y el espacio de interés para la reflexión más actual.

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