Las que tienen que servir

Prolongación de su corto homónimo de 2020 y avalada por Steven Soderbergh, Calladita explora las dinámicas de clase, las consecuencias de la inmigración y el abuso de poder en las claves de una suerte de comedia de costumbres sobre la vida de una empleada del hogar de origen colombiano en el seno de una familia de la alta burguesía catalana y su veraneo de lujo en un chalet de la Costa Brava.

Un plano inicial nos sitúa ante un idílico paisaje marino pronto emborronado por el spray con el que una mujer limpia lo que era un gran ventanal con vistas. Miguel Faus encuentra en esta imagen primordial la metáfora visual para su historia de paulatina humillación y venganza que tiene trazos hanekianos pero también apuntes de fábula satírica. Calladita se mueve entre uno y otro registro sin decidirse por ninguno en su escalada de pequeñas vejaciones a nuestra protagonista por cada uno de los miembros de la familia, de la madre agria que interpreta Ariadna Gil a los dos cachorros insensibles entretenidos con Instagram, Tinder y las cryptomonedas, pasando por un padre (Luis Bermejo) bajo cuya aparente amabilidad también se esconde la misma altivez clasista y condescendiente.

Es ese tal vez en principal lastre de la cinta, la sobrecarga negativa en el trazo grueso de unos personajes cuyas acciones son siempre ruines y deleznables, sin apenas contrapeso, como si Faus necesitara recordarnos todo el tiempo el asunto de su filme. En su desequilibrio, Calladita se reserva para su desenlace un nuevo quiebro de tono y argumento que rompe su tendencia al minimalismo arquitectónico por nuevos gestos algo caprichosos destinados a darle una salida airosa a su protagonista, una Paula Grimaldo que aguanta el tipo y la dignidad como prueba de resistencia.