La cabeza de la esfinge
Impedimenta reúne trece relatos de Stanislaw Lem, publicados ahora por primera vez en castellano, en un delicioso juguete que sintetiza todo el abrumador imaginario del autor de 'Solaris'.
Máscara. Stanislaw Lem. Trad. Joanna Orzechowska. Impedimenta. Madrid, 2013. 424 páginas. 22,95 euros.
Seguramente, la empresa editorial que Impedimenta ha decidido levantar a mayor gloria de Stanislaw Lem (Lvov, 1921 - Cracovia, 2006) nunca será suficientemente reconocida; pero, por el momento, lo mejor que pueden hacer los lectores es recibir cada nueva entrega como se recibiría la correspondencia de un pariente lejano dispuesto a darnos buenas noticias (si es que algo así fuese posible). El último episodio de este idilio lleva por título Máscara y reúne trece relatos escritos por el autor de Solaris entre 1957 (apenas un lustro después de debutar en la ciencia-ficción con Los astronautas) y 1996, con lo que el juguete en cuestión ofrece una representación nada desdeñable del vasto imaginario del escritor. Las trece piezas, además, se presentan por primera vez al lector español de la mano de la brillante traducción de Joanna Orzechowska, responsable también de las versiones de Solaris y La investigación para Impedimenta desde los originales polacos. Tal y como se indica en el prólogo, estos trece cuentos fueron descartados de las sucesivas ediciones de los libros de relatos de Lem en cuanto escapaban de la unidad argumental (o, cuento menos, evocadora) de títulos como Ciberíada y Relatos del piloto Pirx. Así que los textos aquí reunidos comparten el regusto desheredado del descarte, pero, curiosamente, funcionan muy bien integrados en un solo libro, lo que ya de por sí resulta revelador: Lem mantuvo a lo largo de toda su escritura una coherencia íntegra e inusual, un ideario autorreferencial que tenía, claro, sus maestros (de Borges a Swift), pero que se nutría esencialmente de sí mismo. De modo que el ejercicio de juntar en un volumen dos relatos tan aparentemente dispares como La invasión de Aldebarán y La verdad termina arrojando una luz muy concreta sobre la obra de Lem: todo tiene que ver y todo se dirige al mismo principio. Posiblemente esta cualidad originaria sea la que más vincule al gran Stanislaw Lem con los viejos sofistas. Pero mejor vayamos por partes.
Tal y como escribe el poeta y periodista malagueño Lucas Martín en la solapa del libro, "Lem no es un genio del género, sino un genio a secas". Posiblemente sea el catálogo de Impedimenta el que más ha contribuido a que de una vez se reconozca así a semejante luminaria en España, demasiado confundido, a estas alturas, en las orillas freak de la edición y la exposición en librerías. Lem es uno de los escritores que mejor se ha aproximado a la noción de lo humano en el siglo XX, y muy a pesar de los horrores vividos que cristalizaron en su primera novela, El hospital de la transfiguración, fue el mito consignado en la ciencia-ficción el que le permitió alcanzar esta posición. En Máscara está, ciertamente, el Lem más lúdico, el que decide tomarse un respiro, el que disfruta jugando con sus cacharros; pero también late el más lúcido, el más agudo, el que llega más lejos en sus intenciones aun a costa de resultar doloroso, el que juega a ser profeta y no tiembla al anunciar que el presente ya es pasado. Eso sí, ambos autores son, indisolublemente, uno: como en Shakespeare, el aspecto humorístico de Lem no es complementario al que se hace pasar por respetable. Son exactamente el mismo.
De modo que en Máscara el lector vuelve a encontrar el argumento esencial de Lem. Toda su obra puede resumirse en el encuentro mítico entre Edipo y la Esfinge: alguien sabe más del Universo y de nuestro origen, así como nuestra condición y nuestro destino, que nosotros mismos. Y, por más que intente expandir su sabiduría, bien a través de la disciplina o de toda suerte de ingenios, el ser humano no está capacitado para conocer la realidad en su totalidad, hasta el último ápice del Cosmos. Aunque exista el instinto de descubrir y colonizar otros mundos, el hombre es una criatura condicionada por su experiencia, su inteligencia y sus emociones: directrices que deberían ser superadas para emprender la asunción del logos, pero sin las que el hombre dejaría de ser tal. Por eso, como ocurre en Golem XIV y en relatos como El diario y El amigo, incluidos en Máscara, Lem concede ventaja a la inteligencia artificial en la carrera hacia la verdad, ya que ésta crece desprovista de tales obstáculos. Donde más claramente dio cuenta el polaco de esta tara que afecta a la especie humana (y que se traduce, necesariamente, en la frustración cuando no en el desconcierto) fue en Solaris (1961), y el mismísimo Stephen Hawking le dio la razón (otros físicos como Roger Penrose consideran, no obstante, que la criatura bípeda puede ponerse aún en camino para descifrar la realidad). Al final, el pensamiento de Stanislaw Lem es profundamente cartesiano: su filosofía se desplaza como un caracol que se arrastra por el límite de la experiencia, a partir de donde es imposible comprender nada. La cuestión es que, de vez en cuando, como a Edipo, la Esfinge formula sus preguntas a la espera de una respuesta. Y esto es precisamente lo que hacen los relatos de Máscara: interrogan al lector, ponen a prueba su inteligencia (sin resultar pedantes, desde luego), le obligan a indagar en su equipaje. Por eso, la satisfacción que proporcionan es mayúscula. Hace poco contaba el escritor Juan Jacinto Muñoz Rengel que su lectura de Solaris fue ya tardía pero de una consecuencia fundacional, similar a la de los inolvidables títulos de la adolescencia. En realidad, cada nueva ocasión dada a Lem constituye una oportunidad de volver a comprobar que la literatura es capaz de obrar semejantes milagros; y de volver a dejarse encantar, como un niño asombrado ante su cuento de hadas predilecto.
Así que, más que otra cosa, Máscara es un festín servido en un mantel de lujo. El cuento que abre la remesa, La rata en el laberinto (un descarte editorial de Diarios de las Estrellas), anticipa ya el eje de Solaris al abordar la imposibilidad de una comunicación entre los humanos y otras inteligencias del cosmos. Invasión reinventa el registro de H. G. Wells, tal y como El amigo hace con Stevenson. La invasión de Aldebarán es un divertido scherzo sobre una conquista alienígena que empieza con mala pata en la Polonia rural, y La verdad, posiblemente el relato más logrado, habla de vidas y estrellas. El cuento de hadas acontece en Máscara, y el pánico cercano a Philip K. Dick en La colchoneta. Todo lo que la Esfinge guarda en su cabeza.
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