Dos cabalgan juntos
En la impulsiva inercia tuitera que me acompaña, ayer por la mañana escribía que, con la muerte de actores (de "raza", dirían algunos tirando rápidamente del tópico) como Sancho Gracia o Juan Luis Galiardo, España (o el cine español, tampoco hay que exagerar) era un poco menos España (o menos español).
Supongo que se me entiende la boutade perfectamente, aunque en todo caso conviene matizar y aclarar. Gracia, como todos aquellos actores de su generación, muchos de los cuales (Pepe Sancho, Álvaro de Luna, Francisco Algora) lo acompañaron en la mítica serie de TVE Curro Jiménez por la que se le recordará siempre, pertenece a una tipología del galán varonil y latino aparentemente poco pulido, al tipo guapo pero rudo o poco sutil, al actor-actor que ha entendido perfectamente que el naturalismo o el realismo a palo seco no son exactamente los modelos que mejor definen una cierta esencia de la interpretación patria, ya se trate de hacer un Shakespeare o un Benavente.
Siempre a un paso del exceso, anteponiendo la robustez y la verticalidad de su cuerpo (de apenas 1,75 de estatura) y su poderoso e inconfundible grano de voz a los métodos interpretativos o al propio texto, Gracia pertenecía a esa estirpe clásica no demasiado alejada del teatro popular o el esperpento que trasladó perfectamente a los escenarios y a la pantalla un modo de vida (de actor, en aquella España de mueble-bar de los sesenta y setenta) que quedó para siempre pegado a los personajes, películas y series que lo convirtieron en una de nuestras estrellas más reconocidas y apreciadas.
No es casual por tanto que hayan sido directores como Álex de la Iglesia, Daniel Monzón o Enrique Urbizu, francotiradores nostálgicos de ciertas esencias del cine de género artesano, de los viejos modos industriales revisitados bajo la adaptación, el respeto o la ironía posmoderna, los que lo recuperaran en su última etapa como gran figura icónica, como presencia física y voz resonante de toda una profesión en vías de extinción, en títulos como Cachito, La Caja 507, El robo más grande jamás contado, La Comunidad, 800 Balas o Balada triste de trompeta.
Convertido ya en leyenda viva de un cine y una televisión sin demasiada leyenda, Sancho Gracia, como Juan Luis Galiardo, deja más huérfano de intensidad, incorrección, autenticidad e identidad propia, en definitiva, a un cine que hace ya tiempo apostó por las asépticas, insípidas e inodoras formas de la imitación sin patria ni tradición.
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