En busca del original perdido
¿Qué significa, hoy, el concepto de "imagen artística"? D'Acosta se lo pregunta en un ambicioso proyecto.
Toda obra de arte está tensada entre dos fuerzas opuestas: de un lado el afán de autenticidad, del otro la tendencia a la difusión. La primera nos hace rechazar la obra no original pero la segunda dice que una, si es valiosa, exige ser conocida y admirada lejos de su emplazamiento. Decididos creyentes en la primera expulsarían del Museo del Prado las excelentes copias romanas de la estatuaria griega, mientras que el partidario de la difusión puede contentarse con las imágenes en alta definición que circulan por la red.
Eduardo D'Acosta (Gerena, Sevilla, 1975) ha explorado esta contradicción en un ambicioso proyecto fotográfico, aún abierto, del que la muestra recoge algunos resultados hasta hoy.
Son múltiples las alternativas de reproducción de esculturas. He citado el afán romano por contar con el prestigio de la escultura griega. Parecido deseo surge en el Renacimiento: a instancias de los humanistas llegaron a Italia obras griegas y también hábiles falsificaciones, por lo que los compradores buscaban expertos en la materia, entre los que Donatello fue uno de los más solventes. Miguel Ángel, por su parte, enterró literalmente una obra suya para recuperarla después como antigüedad: un modo de demostrar su emulación de los clásicos.
Ya en esa época aparece la réplica: no es una falsificación porque se presenta sin tapujos como copia del original, pero también nutrió colecciones de quienes buscaban poseer obras como timbre de prestigio o para disfrute de la mirada. Réplicas destacadas fueron los vaciados en yeso de esculturas célebres que eran además medios de aprendizaje para aspirantes a pintores. De esos yesos D'Acosta ofrece una gran fotografía de la gypsoteca de Canova que conserva los puntos empleados para construir el vaciado. Otra foto muestra la convivencia entre yesos y atlas anatómicos.
Desde el siglo XX las cosas van más lejos. Se han hecho réplicas por razones de conservación u homenaje como las dos del David de Miguel Ángel en las calles de Florencia. Más dudosas son las dedicadas a la decoración: hay réplicas, más o menos cuidadas, para ciertas instituciones, pero no faltan las que desde viveros y polveros llegarán al jardín del chalet adosado. D'Acosta ofrece este amplio panorama que a veces remite al disfraz y otras, a un kitsch inmisericorde. La muestra indaga así en nuestra cultura pero además plantea fértiles preguntas: ¿qué significa hoy la imagen artística?, ¿dónde se encuentra realmente?
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