Un bucle de 99 masculinidades para una impresionante María Hervás
The second woman | La crónica
El pasado sábado, a las seis de la tarde, el Teatro Central era un auténtico hervidero. El motivo, la performance de 24 horas que la actriz madrileña María Hervás iba a interpretar con cien hombres elegidos mediante un casting. Mejor dicho, cien masculinidades, puesto que también hubo alguna que otra persona en tránsito, por no hablar de un Spiderman que se presentó con todos sus atributos.
Muchos de los espectadores aún teníamos impresa en la memoria la maravillosa maratón de Jan Fabre y su Monte Olimpo. También aquella obra duró 24 horas, pero en ella pasaron por el escenario del Central las 33 tragedias griegas, con 27 actores-bailarines y un trabajo de dramaturgia de cinco años.
The second woman no tiene nada que ver. Basada en la película de John Cassavates Opening Night, fueron las australianas, expertas en performance, vídeo y cine, Anna Breckon y Nat Randall las que decidieron llevarla a escena con este arriesgado formato que la propia Nat Randal interpretó en cinco ocasiones antes que otras actrices americanas, y ahora María Hervás, con producción del Festival Grec de Barcelona y del Teatro Central de Sevilla, recogiera el testigo.
La obra tiene un pequeño guion, bastante ambiguo, que implica una complicada relación de pareja y cada uno de los partenaires ha recibido previamente su texto (con la indicación de acciones como servirse una copa, comerse unos fideos chinos y bailar el Taste of love de Aura con la protagonista). Sin embargo, cuando entra en escena, en una pequeña salita de estar, no tiene idea de lo que puede pasar.
Con un traje rojo y una peluca rubia, mezcla de Marilyn y de la Gina (Rowlands) de Cassavates, el personaje de Virginia (Hervás), los recibe de espaldas, de modo que la sorpresa es para ambos, que tienen que aproximarse, que olerse, que saber si entre ellos queda algo de ternura, o de rencor, o de indiferencia…
El abanico de relaciones, de masculinidades, es enorme y su visión nos va conquistando poco a poco. Hay algunos actores, pocos, y muchas personas de la calle, sin experiencia actoral alguna. Están los tímidos, que se dejan llevar por ella; los creativos, que se inventan historias queriendo ser originales; los que quieren ser la novia en la boda; los machirulos de piernas abiertas; un aspirante a poeta que, que ya en la mañana del domingo, después de muchas horas, nos soltó a bocajarro sus poemas conceptuales. Incluso hubo uno que dijo ser un asesino, el único al que ella despidió sin haber desarrollado la escena.
Un reto de gigante que fue superado con sobresaliente por una extraordinaria María Hervás, una actriz que ya admirábamos por sus anteriores trabajos (Jauría, Yerma, Machos Alfa…) y que aquí resiste de forma increíble el pulso de su personaje. Una mujer que, con la mente y los sentidos completamente abiertos, responde, conduce o incomoda a cada una de sus parejas para se muestren como son.
Sin abandonar nunca el personaje, María los acaricia, se arrastra ante ellos, se desata, hace el mono, o incluso funciona a espejo cuando alguno, abierto de piernas en la silla, se toca los genitales.
Frente a ella, la mayoría de los 99 partenaires -falló uno de los convocados, a las cinco de la mañana- se mostró absolutamente desconcertada, como suelen mostrarse aún muchos hombres cuando no están en posición de dominio.
En verdad, podrían haber sido 12 horas y 50 hombres, o 6 horas. Y también podía haber sido un hombre con 100 mujeres. Pero la propuesta es esta y tanto las autoras como la propia María -así se lo confesaba a nuestra compañera Cristina Cueto- querían poner de relieve el modo en que las mujeres, a lo largo de la historia, han tenido que lidiar y negociar cada día con cientos de masculinidades distintas “frente a las cuales intentamos, todo el rato, mitad complacerlas y mitad negociar con ellas para que todo salga adelante”.
El público, presente todo el tiempo con sus risas y sus bravos, premió al final con un impresionante aplauso la fuerza física, mental y psicológica de la actriz.
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