Bryan Adams y el secreto de la inmortalidad
Bryan Adams | crítica
El canadiense inaugura en Sevilla su nueva gira, 'Roll With The Punches', con un vibrante concierto en el que repasó una carrera cercana al medio siglo
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¡Que suene la guitarraaaa!, atronó la voz de Bryan Adams. ¡La bateríaaaa!, ¡el bajoooo!, ¡el pianooo! Y a las primeras notas de la Stratocaster Sunburst de Keith Scott se fueron uniendo Pat Steward y Gary Breit, porque Sol Walker no estaba hoy en el escenario y el bajo lo llevaba el propio Adams. ¡Vamos a repartir patadas en el culoooo! Y desde ese momento, con un Kick Ass duro como el diamante, hasta que todo terminó mucho después con un All For Love blando como el talco, la banda desgranó más de dos docenas de canciones que abarcaron una carrera musical que pronto llegará a los 50 años. Bryan Adams hacía parar en nuestra ciudad una de sus giras mundiales por segunda vez; hace poco más de cinco años nos mostró de qué forma brillaba su luz y anoche nos vino a decir que todavía sigue rodando por los escenarios a pesar de los golpes de la vida. Y esta vez la parada es enormemente significativa, porque era el concierto de inauguración de su nueva gira, Roll With The Punches, que desde nuestra ciudad se extenderá por todos los países del mundo del mismo modo que lo hizo la anterior, So Happy It Hurts, que durante tres años le ha tenido dando 244 conciertos alrededor del globo, hasta terminar en los países de la península arábiga con el tiempo justo de volver a casa por navidad.
Han pasado 40 años desde que Adams editó Reckless, el disco que definió su carrera y que llevó a oídos de todo el mundo canciones como Somebody, Heaven, Run to You o Summer of '69, un póker de ases que también desplegó durante la partida de ayer en el repleto auditorio de FIBES, pero más allá del cliché del paso del tiempo por las grandes estrellas del rock, resultó admirable comprobar como él, a sus 65 años de edad, mantiene su imponente voz de tenor no solo a lo largo de esta vital y poderosa carrera, sino también de los últimos tres años, tan extremadamente ocupados. Una voz distintiva y magnífica que tomó el centro del escenario de principio a fin, ya fuese con canciones de rock contundentes como Can’t Stop This Thing We Started, 18 ‘Til I Die, Cuts Like a Knife, o cantando baladas de esas que entusiasmaron al público más afín al mainstream, como Please Forgive Me o (Everything I Do) I Do It For You. Su voz fue la única constante que unió todo el concierto. Por más icónicos que sean sus grandes éxitos, seguramente no lo hubieran convertido en uno de los músicos con más ventas de todos los tiempos sin esa voz, que le permite seguir cantándolos con la misma belleza de siempre. Y aunque su voz es la que acaparase la atención en todo momento, Adams también hizo un excelente uso de instrumentos como su guitarra acústica Martin GPCPA4 Rosewood con cuerdas de acero, e incluso de su armónica Hohner en momentos como Straight From the Heart, ya casi poniendo fin a la gran velada.
No fue Adams el único en lucirse, claro, porque por encima de las teatralidades de un show en vivo como el suyo, junto a su banda logró un espectáculo ensayado minuciosamente y perfectamente equilibrado tras tantos conciertos juntos casi día tras día, que ofreció a cada uno de los músicos una amplia oportunidad de mostrar sus habilidades. Scott, el brillante guitarrista principal, que lleva junto a la estrella desde que tenían dieciséis años, bordó la parte instrumental de It’s Only Love y con su pasión mostró lo excepcional que puede ser un músico cuando realmente construye una relación de amor con su instrumento. Steward, quien ha grabado y realizado giras con Adams desde principios de los 80, tuvo sus momentos de gloria en la batería durante The Only Thing That Looks Good On Me Is You y Cuts Like a Knive. Y las teclas de Breit fueron el único acompañamiento de Adams, aparte de su propia guitarra acústica. en Here I Am y I Will Always Return, temas de la banda sonora de la película de animación Spirit: el corcel indomable, de 2002. La interpretación de When You’re Gone fue todavía una coda que añadió a estos minutos acústicos ese sentimiento que hace que una canción conmueva al alma.
Emocionante fue la interpretación de Please Forgive Me calmando unos ánimos que se nos habían disparado en las primeras canciones, entre las que sonó Somebody, un tema clásico de su primordial disco, que todavía suena de maravilla, y 18 ‘Til I Die, a la que le cambió la letra original de algún día tendré 18 años y después 55, por los 65, edad que también se le ha quedado obsoleta hace dos meses y tendrá que ir volviendo a cambiar por los 75. Shine a Light aceleró el ritmo un poquito, después de pedir un profesor de español entre el público del recinto, para lo que se ofrecieron muchas voluntarias, pero enseguida volvió a bajar con Take Me Back, donde apreciamos el primer gran solo de guitarra de Adams, hasta ralentizarse casi del todo con Heaven que puso al público en un estado tal que si llega a pasar por allí en ese momento la brigada anti cursis nos lleva a todos por delante. Pero volvió a quedar claro que la dinámica entre Adams y Scott es más que evidente y muchas bandas anhelarían esa firmeza en sus dos frontmen. Los aires de blues rock de Go Down Rockin’ nos volvieron a infundir el ánimo necesario para salir de la languidez y atrevernos incluso a acompañar la canción con los uh-uh-uh de nuestras voces; su veloz final fue apoteósico.
La interacción entre músicos y público se acentuó desde ese momento y el concierto fue discurriendo entre los éxtasis de las baladas y los gritos de los rocks acelerados, con un Bryan Adams que sabe apreciar muy bien el fino arte de la estética, seguramente debido a sus años como fotógrafo de alta gama y de espíritu elevado en busca de la esencia del mundo. Su experiencia le hace distinguir muy bien la pompa de la circunstancia. Por eso sus conciertos dan la medida de una vida entera dedicado a ellos. La segunda de las canciones que dedicó a alguien -la primera fue Shine a Light a su padre, fallecido hace seis años- fue It’s Only Love, la que cantaba junto a Tina Turner, amiga suya desde que tenía 24 años, como tributo a la gran dama que fue, por lo que entre medias de sus notas incluyó también varias partes de un par de los grandes éxitos de ella: Simply the Best y What’s Love Got to Do With It. La sección de dedicatorias volvió casi al final, cuando los tres músicos que le acompañaban se fueron del escenario y se quedó él solo para las dos últimas piezas y para firmarle autógrafos a todo el extasiado público de las primeras filas que se lo pedía. Straight From the Heart se la dedicó a su madre, de 97 años, y a todos nosotros.
Antes de arrancarse por el camino del rockabilly con You Belong to Me pidió Adams al público que permaneciese levantado de sus asientos -algo que casi todos estábamos haciendo desde la primera canción- y bailase, porque el operario de la cámara iba a grabarlos desde el escenario y los iban a mostrar en la enorme pantalla que estaba detrás de los músicos. Fue el rato más divertido del concierto, lleno de gente bailando con evidentes sonrisas de satisfacción, y la cámara se centró sobre todo en Carmen, una chavalita pequeña que lo estaba dando todo con sus bailes, encandilando no solo a todo el público, que la aplaudía, sino a la propia estrella de la noche que terminó la canción, a la que le incrustó en medio algunas estrofas de Blue Suede Shoes para aumentar el tiempo de diversión, bajándose del escenario para tocar la guitarra al ladito mismo de la chiquilla, convertida en otra estrellita de magnitud aún superior a la de Bryan Adams. Las risas no terminaron ahí, porque de nuevo arriba, el intérprete nos contó que su padre era un gran amante del flamenco puro y una vez le trajo desde Lisboa a Sevilla a ver a Camarón, por eso a él se le pegó algo de ese amor; así que cuando le propusieron hacer una canción para la banda sonora de Don Juan de Marco, Adams pensó que ninguna guitarra sonaría al lado de la suya mejor que la de Paco de Lucía. Se comunicó vía fax con su representante en España, que le contestó que no podría ser porque Paco estaba de vacaciones en Jamaica. Daba la tremenda casualidad de que Adams también estaba en esta isla, a tan solo dos hoteles de distancia del maestro de Algeciras, por lo que no hubo problema en ponerse de acuerdo para la colaboración. Que resultó algo accidentada al principio, eso sí, porque Adams contó también entre risas que Paco le preguntó si no tendría un cigarrito de la risa de esos y le respondió que sí, le quedaba uno, pero debía tener cuidado porque era demasiado potente -recuerden que estaban en Jamaica-. El caso es que Paco se lo fumó y estuvo tres días fuera de circulación. Pero al final se unieron y grabaron una gran canción para aquella película de Marlon Brando y Johnny Deep que fue Have You Ever Really Loved a Woman?. Ni que decir tiene que fue esa la que sonó seguidamente en una preciosa versión con Scott y Adams a la guitarra española, unas suaves notas de teclado de Breit y Steward abandonando la batería para ejercer de palmero.
Una vez todos electrificados de nuevo hicieron algo inusual, la versión de una canción ajena a ellos, para lo que eligieron el Rock and Roll Hell de Kiss, que sonó con la prestancia en los graves que proporcionaba el bajo de verdad que tomaba en ocasiones Adams, mucho mejor que cuando las notas más bajas salían del movimiento de la mano de Breit sobre el teclado del Moog que tenía a su izquierda. Se mantuvo con el bajo también en la explosiva The Only Thing That Looks Good on Me Is You, que fue la siguiente, y en algunas posteriores, en las que también lo cambiaba por alguna de las guitarras que sacó: Always Have Always Will, The Best of Me, Run to You, o Cuts like a Knife, para la que antes de tocarla preguntó si alguien de la sala quería besarlo y alzaron las manos todavía más voluntarias que para lo de las clases. En medio de esa serie de canciones, (Everything I Do) I Do It For You hizo que la gente se rindiese a sus pies, sobre todo cuando se bajó del escenario para mezclarse con los espectadores de la platea, en un baño de multitud. Fue otro de esos momentos azucarados de los que rápidamente salimos con el ritmo vivo de Back to You y, sobre todo, de la alegre y tarareable So Happy It Hurts. Con Summer of ’69 pareció que todo se terminaba; la inolvidable introducción de su riff de guitarra volvió a darle una marcha más al público, que se embaló ya definitivamente mientras cantaba con Adams aquello de esos fueron los mejores días de mi vida y, por lo que se podía apreciar en los planos que salían en la pantalla, para algunos esa aseveración era del todo cierta, aplicada a esta noche. Después los músicos saludaron y se retiraron de escena, pero Adams permaneció solo allí para las dos últimas piezas, la que dedicó a su madre, que enlazó, previo paso por un guiño a Shine A Light para que la gente se diese por aludida y convirtiese el auditorio en un mar de lucecitas, propiciando un fondo espectacular, con All For Love.
Canción tras canción, éxito tras éxito, himno tras himno, anoche Bryan Adams no se anduvo con rodeos mientras lanzaba ronda tras ronda de golpes de gracia, muchos de ellos todavía capaces de sacudir un culo tan viejo como el mío, que es dos años y medio mayor que el suyo. A pesar de ser considerada la década más ominosa, los años 80 todavía nos vuelven locos a la gente como yo. Y durante más de dos gloriosas horas todos fuimos inmortales.
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