Juventud y madurez musical

CUARTETO BRUMA | CRÍTICA

Cuarteto Bruma
Cuarteto Bruma / D.S.

La ficha

****Noches en los Jardines del Real Alcázar. Programa: ‘Scherzo andaluz’, de T. Bretón; Cuarteto nº 2 ‘Ecos del Sur’, de L. I. Marín; Cuarteto nº 1 en Re menor, de J. C. Arriaga; ‘Danza del Molinero’, de M. de Falla. Intérpretes: Claudia Gallardo (violín), Irene Morales (violín), Julián Huete (viola) y Ricardo Huete (violonchelo). Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Jueves, 18 de julio. Aforo: Lleno.

Dos chicas del Campo de Gibraltar y dos chicos de Cuenca, pero todos formados en el Conservatorio Superior Manuel Castillo de Sevilla, forman este ilusionante Cuarteto Bruma que repitió en el ciclo del Alcázar tras su aplaudida participación del año pasado junto al saxofonista Manu Brazo. Si ya por entonces nos llamó la atención el nivel de calidad del cuarteto, si bien algo opacado por servir de arropo al solista del saxo, en esta ocasión, en solitario y con un repertorio netamente cuartetístico, aquella impresión no sólo se reafirma, sino que se incrementa. Sorprende, dada la juventud de sus integrantes, el grado de madurez como conjunto que ofrecen, algo que normalmente suele ser fruto de años de trabajo. Todos comparten los mismos criterios interpretativos adaptados al estilo de las piezas que interpretan, unificando intensidades de los ataques, gradaciones del vibrato y exhibiendo una sobresaliente precisión. El sonido, en consecuencia, es de un sobresaliente empaste, con las mismas tonalidades en los cuatro intérpretes, sin estridencias puntuales ni vacilaciones en la afinación.

Arrancaron la velada con el Scherzo andaluz de Bretón, que en realidad es el Allegro no mucho de su cuarteto nº 3, pero que procede de la segunda de las Cuatro piezas españolas para trío. Aquí supieron sostener con viveza el ritmo de bolero mientras el violín de Gallardo desplegaba un sonido brillante y una línea de canto apasionada. El cuarteto del nervense Luis Ignacio Marín sorprende por la calidad de su inspiración melódica y su apuesta por una tonalidad rica en cromatismos y que podría enlazar con el lenguaje camerístico de Turina en su evocación sutil y difuminada de aires andaluces, con apariciones de melodías de aire sefardí en el tercer y cuarto movimiento. Espléndida y brillante versión dada por el cuarteto, dedicatario de la obra, con especial relieve en el tratamiento rítmico. La densidad del sonido que el Bruma puede conseguir salió a flote en los ataques iniciales del primer cuarteto de Arriaga, con su inquietante tonalidad de Re menor prerromántica. Aquí se evidenció la atención por alcanzar un sonido acorde con la época de creación, con un vibrato moderado y tempos bien acentuados. De nuevo la intensidad del fraseo de Gallardo guió al grupo en unas versiones muy depuradas y con toques de personalidad, como la manera suavizada de atacar la primera frase del Menuetto para luego imprimir más vivacidad en el Trío. Y con un estupendo arreglo de la propia Gallardo, la Danza del Molinero sirvió para lucir profundidad y riqueza cromática en los potentes unísonos, con un lucido accelerando final.

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