Brines, la luz y la nostalgia
Francisco Brines, Premio Cervantes
En una escena de Palabras a la oscuridad (1966), la voz del poeta se conmueve con la hermosura de dos jóvenes. Los contempla "en la hondura de la luz, ardiendo", pero teme también el zarpazo del destino: "Recorreréis países, seréis los exiliados / solitarios, y miraréis las cosas / con amor y amargura; / ninguno de vosotros fundará una ciudad, / labrará un campo, / y acaso os olvidéis uno del otro". En otro poema del mismo libro, Mere Road, el poeta observa a unos ciclistas que pasan todos los días ante su ventana –"llenan mis ojos con su fugacidad"– e intuye que esos muchachos felices también conocerán la soledad, sentirán la nostalgia. "Cuando la vida, un día, derribe en el olvido sus jóvenes edades, / podrá alguno volver a recordar, con emoción, este suceso mínimo / de pasar por la calle montando en bicicleta, con esfuerzo ligero / y fresca voz".
No era nueva esa lucidez, esa hondura, en Brines: en 1960 había inaugurado su carrera con Las brasas, en el que ya estaban la conmoción por la belleza, la preocupación por el paso del tiempo, y en el que el autor, que no había llegado a los 30, escogía a un anciano como protagonista. "Nada / queda de aquel fervor, y en el presente / no vive la esperanza". El poeta mediterráneo, sensorial, luminoso, siempre buscó la verdad concisa del lenguaje y la verdad íntima del hombre: "Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses, / o grandes monumentos funerarios, / las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega. / O aceptad el vacío que vendrá".
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