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Fernando Botero y el intenso color de la vida

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La sede de la Fundación Cajasol en Sevilla acoge la primera exposición del artista colombiano tras su muerte

Botero eterno

Muere Fernando Botero

‘El baile’, uno de los cuadros en los que se advierte la vitalidad del pintor. / Juan Carlos Vázquez

"Lo que yo hago es revolucionario, va contra el orden establecido. Para uno ser artista tiene que estar en desacuerdo, y mientras más en desacuerdo esté más importante es. Si no, uno es un seguidor, no un artista". La cita es de Fernando Botero (Medellín, 1932 - Mónaco, 2023) e ilustra una de las paredes de la muestra que le dedica la sede de la Fundación Cajasol en Sevilla hasta principios de febrero. La exposición, señaló la comisaria Marisa Oropesa, es la primera "en la que hablamos en pasado" del artista, fallecido en septiembre, y una prueba más de la fidelidad que el autor mantuvo consigo mismo a lo largo de su trayectoria y del imaginario tan personal que le caracterizó. "¿A cuántas exposiciones va uno que abarcan desde los años 70 hasta 2023, y en las que cree que está en una colectiva? Con Botero, que desde el principio demostró una gran personalidad, eso no pasa", señala la especialista.

Fernando Botero. Sensualidad y melancolía, una retrospectiva en la que ha puesto "mucho empeño" la Fundación Cajasol, como recordó su presidente Antonio Pulido, sigue una máxima que defendió Federico Fellini y que también se apunta en las cartelas del recorrido: que "todo arte es autobiográfico". Un detalle revela hasta qué punto el colombiano, que vivió en España, en Francia y en Italia, nunca olvidó su tierra y en su pintura emprendía un viaje a las raíces: sus personajes visten la moda de los 50, "como si el tiempo no corriera. Todos están anclados en los recuerdos nostálgicos de la niñez y juventud del artista".

Antonio Pulido y Marisa Oropesa, ante una de las mujeres de Botero. / Juan Carlos Vázquez

Aunque por momentos Botero no ocultó su rabia por la injusticia, como en la serie que dedicó a las torturas de la prisión de Abu Ghraib en Iraq, el creador prefirió el color y la alegría tanto en su pintura y escultura como en la realidad. "Fue una persona muy vitalista hasta sus últimos días", cuenta Oropesa. De esa energía dan testimonio sus cuadros y dibujos, en los que mujeres "empoderadas" y hombres juegan a las cartas, toman las manzanas del árbol sin miedo a ser desterrados del paraíso y prueban posturas para el amor en el singular Boterosutra que perfila el autor. Las primeras salas se dedican igualmente al baile y el circo, retratados con un encanto delicioso.

Otro de los espacios de Fernando Botero. Sensualidad y melancolía se dedica a uno de los géneros que cultivó el colombiano, la naturaleza muerta, en la que se percibe la influencia de Velázquez, Sánchez Cotán y Pacheco. En otro de los apartados, Botero sale al exterior y rinde un homenaje a Courbet en el campo, un maestro pionero en su manera de plasmar la naturaleza. "Un paisaje pintado", opina el artista, "es siempre más hermoso que uno real, porque hay más allí. Todo es más sensual, y uno se refugia en su belleza. Y el hombre necesita expresión espiritual y alimento. Es por eso que incluso en la era prehistórica las personas dibujaban imágenes de bisontes en las paredes de las cuevas".

La 'Santa Rosalía'. / Juan Carlos Vázquez

A unos metros de su retrato de Courbet el espectador se encuentra con una Santa Rosalía que se plantea como un guiño a Zurbarán, uno de los clásicos por los que Botero siente devoción desde los años 50, cuando estudia en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, y asiste como copista al Museo del Prado y admira las obras de Velázquez y Goya.

Fernando Botero. Sensualidad y melancolía expone también esculturas de este creador que en sus volúmenes estaba "en las antípodas de Giacometti, pero con quien comparte tener una personalidad que todos reconocen", celebra Oropesa, que asegura que Botero "estaría contento de volver a Sevilla, una ciudad que adoraba".

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