Y tras el bosque, un escritor

El debut del diplomático Guillermo Corral, con algunos relatos de antología, es uno de esos descubrimientos sobre los que vale la pena llamar la atención.

El diplomático y escritor Guillermo Corral (Bilbao, 1971).
El diplomático y escritor Guillermo Corral (Bilbao, 1971).
César Romero

09 de agosto 2015 - 05:00

Mientras crece el bosque de Guillermo Corral. La Pereza. Miami, 2015. 218 páginas. 14 euros

Para un aficionado a la lectura hay pocos placeres comparables al descubrimiento de un escritor, de un auténtico escritor. Coger, entre las novedades de autores consagrados y otros no tanto pero que ya suenan a manidos, un libro de un autor desconocido, en una nueva editorial, y hojear unas páginas, y ver que no lo hace mal, y comprar el libro y, luego, puestos a leer, leerse el libro de un tirón, parando de vez en cuando para decirse que sí, que ha descubierto a un escritor, un autor del que nadie le había hablado, al que ningún periódico había elogiado, un escritor del que está deseando dar noticia a otros lectores.

Guillermo Corral es el escritor. Mientras crece el bosque el libro. Diez relatos que transcurren en su mayoría en los Estados Unidos. Pero, a diferencia de algunas piezas de Calcedo o de Juan Carlos Márquez, la ambientación en ese país no suena a cliché, a paisajes y situaciones más vividos en Cheever o Carver que en la propia realidad, sino que transpiran vida, conocimiento directo. Se nota que el autor, diplomático de carrera que ha pasado buena parte de sus años adultos fuera de España, se ha pateado los lugares que describe. Los hace respirar, los narra como un buen escritor sabe hacerlo. Y no sólo al paisaje: también al paisanaje.

El nivel de los relatos es alto. Destacan Temporada de celo, La caza del oso y Colapso. En el primero, un joven matrimonio europeo se instala en una típica urbanización de una espaciosa ciudad yanqui, los mal llamados suburbios, y poco a poco la mujer, ociosa, va descubriendo lo que una de las parejas del vecindario esconde. En el segundo, una prometedora guionista de cine, sin inspiración, acude en medio del frío invierno a un pueblo del norte donde vive un afamado escritor que es además guionista (un tipo entre Cormac McCarthy y Salter), para que le eche una mano, pero el escritor anda cazando alces y no aparece. El que sí lo hace es su joven ahijado, veterano de Afganistán e Iraq, que va contando su peripecia, con un final de horror a lo Kurtz, de Conrad, que inspira a la guionista. En el tercero, la pareja de Temporada de celo se ve sometida al azote de una tormenta arrasadora que los deja sin luz, incomunicados. En la lucha por salir del atolladero aparece un vecino desconocido, un viejo cuya mujer, conectada a un respirador artificial, anda asfixiándose debido al corte de electricidad. El vecino joven carga con la frágil anciana a sus espaldas y atraviesa todo un bosque en busca de la energía salvadora. El final, mejor no contarlo. Junto a estos, literalmente de antología, hay otros relatos sobresalientes, como Extraterrestres (el único que transcurre en España), Simon Phols (con un soterrado final fantástico, levemente cruel, que angustia al ritmo en que su protagonista practica jogging) y Una conversación (ocho páginas con una historia iceberg, puro Hemingway).

Corral es dueño de un estilo imperceptible, sin aspavientos, con formidable pulso narrativo. Transmite el desasosiego de las vidas solitarias pese a la compañía, la extrañeza frente a situaciones límite que no son explotadas desde el efectismo sino integradas en la cotidianidad, afrontadas con los limitados medios, o no tanto, de la condición humana. Sabe contar la enormidad de los bosques y el otro orden de magnitud de los paisajes y el inagotable kilometraje de las carreteras estadounidenses con el mismo aplomo con que esboza la fragilidad de un matrimonio o la dureza de ciertas vidas cuando se las rasca un poco, como si quisiera compartir con el lector la latente impresión de que la verdadera enormidad y las magnitudes desconocidas, sorprendentes, aunque las apariencias digan otra cosa, en verdad están siempre en el lado humano, no en el de la naturaleza. Un escritor sobre cuyo primer libro publicado merece la pena llamar la atención.

Hasta aquí la reseña. Párrafo aparte merece la edición. La Pereza Ediciones es una editorial nueva. Su incipiente catálogo reúne escritores de renombre (Sergio Ramírez, Volpi, Aute) y otros digamos emergentes (Marta Sanz, Luisgé Martín) junto a noveles como Corral. Loable labor sólo desmerecida por la calidad de la edición: comillas equivocadas en los diálogos, comas mal ubicadas, tildes que parecen sueltas al tuntún (papás se convierten en papas; comos, dondes, porques con tildes cuando no deben, y no cuando sí; los pretéritos imperfectos de subjuntivo -aguantara, lamentara- se convierten siempre en futuros simples de indicativo -aguantará, lamentará-; etcétera), por no hablar de ese corredor que inspira, expira y, oh milagro, vuelve a inspirar más veces. Un libro editado así es una falta de respeto al lector. Y también al escritor. Cuando una editorial nueva publica con este descuido, flaco favor hace a sus autores, a sus posibles lectores, a ella misma. Porque ¿qué respeto puede demandar en el cada día más asilvestrado y raquítico mundo editorial, tan asediado por piratas de toda laya, quien no respeta su propio trabajo?

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