Una mujer en Córcega

Durante buena parte de su metraje, Borgo alterna dos tramas que aparentemente no se relacionan. En una, seguimos las investigaciones policiales de un doble asesinato cometido a las puertas del aeropuerto de Córcega, en lo que parece un ajuste de cuentas entre bandas mafiosas rivales. En la otra, que ocupa ya el grueso del filme, acompañamos a una joven funcionaria de prisiones recién llegada a la isla mediterránea en su trabajo dentro de la cárcel mientras lidia con un marido inadaptado y cuida de sus dos hijos pequeños.

Stéphane Demoustier (La chica del brazalete) apuesta decididamente por esta segunda, retrato fluido y sin concesiones psicologistas del desempeño y la fortaleza de una mujer en un mundo de hombres y en un entorno de alta presión ambiental y corrupción creciente. El personaje que interpreta una estupenda Hafsia Herzi (la descubrimos muy joven en el cine de Kechiche) camina siempre de frente y se maneja con determinación entre situaciones tensas y tipos rudos, a los que se camela a cambio de cigarrillos y una empatía que le granjean cierta simpatía e incluso respeto por parte de los reclusos en un relajado régimen abierto y sus contactos fuera de la prisión.

Vemos su mundo desde una perspectiva doblemente externa, como mujer (árabe) y también como forastera (viene de París) que busca emprender una nueva etapa en un lugar que no conoce y que parece tener sus propias reglas. Empero, la película va disolviendo poco a poco su fortaleza para ponerla a prueba cuando un interno miembro de una mafia local le empieza a pedir pequeños favores que cada vez la comprometen más. Borgo se dirige entonces, siempre con el mismo pulso metódico, hacia ese otro camino apuntado en el inicio como foco de conflicto moral y personal de nuestra funcionaria, revelando de paso el interesante décalage que ha sostenido ambas tramas vivas en dos tiempos diferentes.