Bondad y fuerza: más de un año sin Angelita Vargas

Un grupo de alumnas de la mítica bailaora trianera intenta mantener vivo su legado recordándola en la intimidad mientras planea un homenaje solidario en Sevilla.

Los pobres también lloran.

Angelita Vargas, en una actuación en el Teatro Central.
Angelita Vargas, en una actuación en el Teatro Central. / Antonio Pizarro

A principios de noviembre de 2023 la ciudad estaba cegada por el destello de los Latin Grammy Awards, que levantaban en Fibes el escenario por el que celebridades de los géneros mainstream desfilarían ante la atención del mundo. Simultáneamente, al otro lado de la realidad, en el barrio de la Esquina del Gato de San Juan, desaparecía una bailaora discreta y casi olvidada: Angelita Vargas fallecía el 11 de noviembre a los setenta y siete años a causa de un ictus, el mismo ataque que la había dejado impedida para el baile una década antes. 

Nacida en Triana, Vargas se dedicó al arte jondo desde niña. Llegó a grabar un disco de cantes festeros, pero pronto se consagró como una bailaora descomunal. Fue hermana de dos artistas bien conocidos entre los aficionados: el cantaor Changuito -padre de El Potito- y el bailaor Isidro Vargas, con quien compartía una impronta muy reconocible. Puntualmente, Angelita formó además pareja artística con su marido, José El Biencasao, y el hijo de ambos, Joselito. Pero fue ella quien se consagró como primera figura, formando parte de la compañía de Curro Vélez, Matilde Coral o José Greco. En los años ochenta cosecha una serie de intervenciones gloriosas en espectáculos tan recordados como aquel Flamenco Puro, estrenado en 1987 en la Feria de Otoño de París junto a los principales nombres del baile, entre los que se encuentra su admirado Farruco; o la célebre final del Primer Giraldillo del Baile en la Bienal de Sevilla en 1982.  

Entre sus admiradoras confesas están Manuela Carrasco y La Farruca

Su baile por soleá supone un canon estético por su dramática conjunción de sobriedad y exuberancia. Para Rosalía Gómez, crítica de danza de este Diario, Vargas representó un tipo de baile en claro declive: “Eso se está yendo poco a poco, esa combinación de baile gitano y gran nivel técnico. Ver bailar a Angelita por soleá era darse cuenta de que tenía unos pies maravillosos, con una musicalidad innata. Era una bailaora larga, con muchos registros. Como buena sevillana cuidaba las caderas y los brazos, tenía además esa fuerza tan racial que le duró hasta el final”. Basta decir que entre sus admiradoras confesas se encuentran Manuela Carrasco o La Farruca. A pesar del tremendo impacto que su arte causó siempre entre los profesionales, el nombre de Angelita Vargas no trascendió al escalón más mediático. La bailaora sevillana Isabel Bayón, Premio Nacional de Danza, la recuerda como "una excelente persona, muy tímida, quizás eso no le ayudó a venderse, porque esta profesión también va de eso”. De la maestra trianera destaca sobre todo la singular desnudez de su baile: “El arte se construye de personalidades, y en ese sentido ella era inconmensurable. Hoy podemos copiar todo lo que queramos, pero ella hacía las cosas con una intuición increíble. No sólo los pasos, también moverse por el escenario y pararse, que es muy importante. En ella todo comunicaba”. 

Para su discípula y amiga, Rhina Motohkaw, esa es la clave de la figura de Angelita: “Hoy los bailaores trabajan con conceptos para construir una obra más o menos narrativa, y titulan los espectáculos en base a eso. A ella no le hacía falta: Angelita Vargas, ese era el nombre de su obra”. Rhina trabó amistad con su maestra a raíz de una serie de lecciones privadas. La docencia fue siempre un refugio para Vargas, que encontró en las clases un oasis de reconocimiento y cariño en medio de sus infiernos personales. Esa relación con sus estudiantes nutrió decisivamente su vida en los últimos años, siendo ellas quienes, en un acto de devoción colectiva, se encargaron en buena medida de su bienestar. La acompañaban al médico, la escuchaban, la contrataban en Japón. Pero un derrame cerebral la obligó a retirarse de los escenarios en 2011. Es entonces cuando Rhina empieza a visitarla en su domicilio de San Juan: “La recuerdo siempre a oscuras en el salón, viendo la tele, sin hacer nada. Un día estábamos viendo una telenovela y al sonar música ella comenzó a moverse. Entonces le pregunté si le apetecía bailar, a lo que respondió que por supuesto. Tuvimos la idea de anunciar una serie de masterclass que titulamos Esencia y fue un éxito rotundo”. Aquellas tres sesiones son ya parte de la historia del flamenco: “Me encantaba verla llena de vida, el baile era todo para ella”, recuerda Rhina. Quienes asistieron al estudio en los Corralones de El Pelícano contemplaron cómo Rhina la sujetaba con delicadeza para que la maestra se levantara brevemente y así exponer los marcajes, poses e intenciones que sus alumnas apreciaban por la desbordante expresividad de sus gestos, pese a estar postrada en una silla de ruedas. Aquellos días, Rhina fue la sombra, el músculo de una de las flamencas más importantes de todos los tiempos dando sus últimos pasos. “Ella hacía mucho hincapié en cómo colocar la cabeza, cómo alzar los brazos, en definitiva cómo expresar, por eso titulamos Esencia, porque eso es la pureza”. 

Angelita fue un símbolo de muchas cosas, una superviviente

Pese a diversos homenajes que recibió en vida, como el que se le tributó en Utrera en 2016 o la glorieta que lleva su nombre en San Juan, Rhina siente que no se ha hecho justicia con su maestra en Sevilla. Por ello, en el aniversario de su fallecimiento, reunió a un grupo de allegados en el estudio donde la vieron bailar por última vez para recordarla en la intimidad. De aquel encuentro surgió la idea de organizar un congreso con su nombre, un proyecto al que ya se han sumado artistas como Carmen Ledesma o Angelita Montoya. “La idea es crear algo valioso para el futuro, no algo postrado en el pasado como una estatua”, explica Rhina. “Ella representó muchas cosas: una artista irrepetible, un ejemplo de mujer gitana y madre. Fue una superviviente: de violencia de género e infarto cerebral, además de sufrir la soledad que aqueja a muchos mayores en nuestros días. Queremos contar con asociaciones que se dediquen a cada uno de esos ámbitos para que difundan su actividades y recaudar fondos para ellos con actuaciones de flamenco tanto de sus discípulas como de las figuras que quieran participar”. Pretenden así hacer germinar un legado artístico y personal que corre el riesgo de ser sepultado por un negligente olvido. 

Mientras lidian con la sordera institucional y la aridez de los trámites burocráticos, sus seres queridos la recuerdan siempre emocionados: “Ella era muy dulce, le encantaba reírse y rememorar cosas del flamenco de antes”, cuenta Rhina con una sonrisa, “pero como mejor se comunicaba era bailando”. Ahí quedó expuesta toda su fuerza, toda su bondad.

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