'La cinta blanca': Gélido manual de anatomía patológica

Crítica

Un fotograma de este drama que indaga en las raíces del nazismo.
Carlos Colón

16 de enero 2010 - 05:00

La cinta blanca. Drama, Austria, 2009, 145 min. Dirección y Guión: Michael Haneke. Fotografía: Christian Berger. Intérpretes: Susanne Lothar, Ulrich Tukur, Burghart Klaußner, Josef Bierbichler, Marisa Growaldt, Steffi Kühnert, Michael Schenk, Janina Fautz, Michael Kranz.

El horror siempre crece fuera de campo y también se despliega fuera de él, hasta que irrumpe cuando es demasiado tarde para frenarlo. Tal vez por eso en esta película, que se pretende una indagación simbólica sobre los orígenes profundos, íntimos y sociales, del nacionalsocialismo, la atroz violencia se desarrolla casi siempre fuera de campo o tras una puerta cerrada. Un maestro recuerda, años después, los espantosos acontecimientos que se sucedieron en la víspera de la Primera Guerra Mundial en un pueblecito aparentemente idílico. Estos hechos fueron públicos y excepcionales, y sacudieron a la comunidad; o cotidianos y privados, y la corroyeron internamente. De una parte, desapariciones, atentados, torturas. De otra, gélidos malos tratos, padres que abusan sexualmente de sus hijos o los torturan física y psicológicamente. Todo en un clima de extremo rigorismo religioso y rígido autoritarismo estamental.

Aparentemente La cinta blanca trata de las malformaciones que hicieron posible el nazismo cuando los niños de esta aldea, víctimas y agentes del horror, fueron adultos. Para mí trata también -o más bien nace- del nihilismo que corroe toda alegría, incuba todo pesimismo, hace imposible toda compasión y al final justifica una nueva e insaciable barbarie. Porque la desatada por la ambición, la ideología o la creencia se sacia cuando alcanza su objetivo, pero la desatada por el nihilismo es insaciable y perece haciéndolo perecer todo con ella. Eso fue el nazismo en sus zonas más profundas. Y esta película lleva en sus entrañas y exhibe el nihilismo que traspasa toda la obra de Haneke. Así, más que en su zona consciente, es en la inconsciente, en la que tiene que ver con los oscuros demonios que parecen habitar al realizador, donde con más fuerza se alude al origen de ese tan germánico mal.

En un sórdido y gélido juego multiplicador de espejos la carencia de compasión de unos personajes para con otros es acrecentada por la carencia de compasión de Haneke hacia el mundo que crea y los seres que lo habitan. Un vómito helado; un desapasionado ajuste de cuentas con demonios interiores en mayor medida que exteriores, íntimos y actuales en mayor medida que colectivos e históricos; un autorretrato consciente o inconsciente. "Me voy para que los niños no crezcan en este ambiente dominado por la maldad, la indiferencia, la envidia y la brutalidad", dice la baronesa cuando rompe con su marido. Pues no le queda otra que salirse de la filmografía de su creador, en la que es difícil encontrar otra cosa.

Formalmente impecable, inspirada en Bergman y Dreyer (pero un Dreyer del que se han tomado soluciones formales desangrándolas de contenidos humanos, mutilado de Kierkegaard) en la severidad de sus desnudas composiciones en blanco y negro, La cinta blanca miente con convicción y apariencia de desgarradora sinceridad en su sombría y plana representación radicalmente luterana, pero al mismo tiempo atea (como si al protestantismo se le hubiera extirpado todo su contenido hasta dejar sólo sus ásperos y secos rigores puritanos para fundirlo con el más desolado pesimismo naturalista). Tomarse esta película demasiado en serio es intentar conocer la naturaleza humana ojeando un manual de anatomía patológica.

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