Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Bikeriders. La ley del asfalto | Crítica de cine
**** 'Bikeriders. La ley del asfalto'. Drama, EEUU, 2023, 116 min. Dirección y guion: Jeff Nichols. Fotografía: Adam Stone. Música: David Wingo: Intérpretes: Austin Butler, Tom Hardy, Jodie Comer, Michael Shannon, Norman Reedus, Mike Faist, Boyd Holbrook, Damon Herriman, Karl Glusman, Will Oldham.
Salvaje, Los ángeles del infierno, Easy rider o La ley de la calle son algunos de los títulos de referencia de ese subgénero del cine de motos y moteros que tuvo en los sesenta, bajo el auspicio del recientemente desaparecido Roger Corman, su eclosión como molde de serie B para sueños de rebeldía e identificación generacional en plena transición de la Norteamérica de la posguerra y el baby boom a los primeros brotes de la contracultura.
Son también esas las películas en las que se mira esta Bikeriders de Jeff Nichols, uno de los más interesantes narradores neoclásicos del último cine norteamericano (Take Shelter, Mud, Midnight Special, Loving), para rendir homenaje a aquellos jinetes del asfalto, la chupa de cuero y su cultura eminentemente masculina con la suficiente astucia como para poner tanta nostalgia como distancia sobre sus elementos a partir de una estructura narrativa donde el relato viene activado por un personaje femenino, a saber, la novia y luego esposa (Jodie Comer) de uno de esos moteros del Medio Oeste que inspiraron un famoso libro de fotografías de Danny Lyon publicado en 1967 que sirve de base y referencia para el filme.
Nichols juega así a estar dentro y fuera de una historia donde el grupo, sus códigos y la lealtad funcionan como aglutinadores de almas perdidas, inadaptadas o marginales que encontraron en las motos y la carretera una identidad, un arraigo y una vía de escape que la normalidad de la clase media y trabajadora no les iba a permitir nunca. Bikeriders se despliega así como la crónica, una crónica trágica, de los cambios dentro de una cultura y de cómo esta fue paulatinamente degradándose hasta desembocar en la vertiente más violenta y criminal con la que tantas veces ha sido estigmatizada o caricaturizada.
La relación entre el líder de los Valdals que interpreta un Tom Hardy en el límite y el cachorro solitario, enigmático e indomable que encarna el oscarizado Austin Butler se propone así como el paso de un relevo lógico dentro del grupo y la camaredería originales que se verá poco a poco alterado por la aparición de nuevas bandas, la competencia sucia entre ellas y la irrupción definitiva de quienes rompieron la baraja y las reglas de juego a golpe de gatillo.
Nichols modula de manera ejemplar las idas y venidas del relato y abraza la melancolía y el fin de una época como marco crepuscular desde el que manejar los hilos de su propio guion. La fotografía de Adam Stone, un gran elenco de rostros y presencias secundarias (Shannon, Reedus, Holbrook, Herriman, Wallace, Cohen, Faist) y un estupendo repertorio de canciones de la época completan el retrato y la banda sonora de un periodo y una subcultura que reviven aquí con tanto esplendor e intensidad como una justa distancia desde el presente.
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