La Phármaco: el animal soy yo
Bienal de Flamenco
La compañía de danza de Luz Arcas presenta este sábado en la Bienal el estreno absoluto de su nuevo espectáculo, ‘Mariana’, en un mano a mano fraternal con Bonela Hijo
A la hora de arrimarse al flamenco como instrumento artístico, la bailarina y coreógrafa malagueña Luz Arcas se percibe a sí misma como una exploradora sagaz y, también, como una intrusa. Al frente de La Phármaco, su compañía con sede en Madrid, la artista ha firmado uno de los fenómenos más interesantes de la danza contemporánea en España en las últimas décadas, en virtud de una evolución exenta de lugares comunes que poco a poco ha ido aproximándose al flamenco de un modo revelador y único. Esta dirección tiene que ver, tal y como recuerda la propia Luz Arcas, con el interés que su compañía ha mostrado desde sus inicios por el folklore y las tradiciones populares menos intervenidas, más preservadas, en hemisferios muy distintos. Si Miserere, su espectáculo estrenado en 2017, trazaba ya los primeros puentes en su condición de fiesta, luto y jaleo, el flamenco adquirió un relieve ya fundamental en Toná, donde el verdial y el fandango abandolao comparecían en un aquelarre preñado de contemporaneidad. El último envite de esta odisea se titula ‘Mariana’ y tendrá su estreno absoluto este sábado en el Teatro Central de Sevilla, dentro de la última jornada de la Bienal de Flamenco, lo que puede entenderse como una verdadera declaración de intenciones que Arcas define así: “En los últimos años, muchos flamencos se han acercado a lo contemporáneo. Así que ya va siendo hora de los contemporáneos nos acerquemos al flamenco”.
Dicho y hecho. Pero no hay aquí, que conste, una transformación de la bailarina en bailaora, sino una propuesta ferozmente contemporánea que hace del flamenco territorio y conquista, un barbecho desde el que Luz Arcas añade matices nuevos a su danza, ampliamente reconocida y fértil, capaz de pasar de la contención al estallido, de la ternura a la violencia, del sepelio al parto en apenas un gesto. Eso sí, si bien en Mariana Luz Arcas baila un solo, como hizo en Toná (y en contraste con los nutridos y diversos cuerpos de baile de espectáculos como Una gran emoción política o La domesticación), las latitudes son aquí distintas, sobre todo en el apartado sonoro: el envite al flamenco se hace definitivo con la participación del cantaor Bonela Hijo, referencia clave y necesaria de la jondura en Málaga, que completa aquí un tándem de atractivo portentoso por cuanto tiene, a priori, de armonización de contrarios: Bonela se ha mantenido siempre fiel a las orillas más ortodoxas del cante, desde donde ha madurado una manera harto singular del decir puesta ahora al servicio de agentes infiltrados. “Tardé mucho en encontrar al cantaor perfecto. Quería acercarme a la pureza, por todo lo que tiene de arcaico, de primitivo, para subrayar lo que a su vez tiene de modernidad radical”, explica Luz Arcas, quien añade: “Y mi mayor sorpresa fue encontrarlo en casa, en Málaga. Bonela es un cantaor y un músico excepcional, muy culto. Tiene una sabiduría enorme, un conocimiento vasto de su oficio y de otros muchos géneros. El trabajo con él ha sido muy natural, muy fluido. Bonela nunca había colaborado en un proyecto así, pero para mí supuso un gran alivio el día en que me contó que encontraba un respeto enorme hacia el flamenco en lo que yo hacía. Porque eso es lo que quiero demostrar: respeto”. A las tablas del Central subirá también el guitarrista Bonela Chico, hijo del cantaor (“Bonela me propuso que tocara en algunos temas, tal vez como segundo guitarrista, pero nada más escucharlo tuve claro que tenía que ser el primero”, apunta Arcas al respecto), Abraham Romero a la corneta, Carmen Ríos a las palmas y al zapateado y un viejo aliado de La Phármaco, Carlos González, a la percusión.
En cuanto a la Mariana del título de la obra, Luz Arcas evoca un tiento antiguo que cantaba las penas de un gitano errante que iba de pueblo en pueblo con su cabra. Aquel gitano llamaba a su cabra Mariana, y es aquí desde donde, con la colaboración dramatúrgica de Rafael Sánchez-Mateos Paniagua, y la implicación coreográfica de Abraham Gragera, Luz Arcas ha armado un espectáculo que centra su mirada en los animales que tradicionalmente han acompañado a los hombres en las tareas más duras, “la mula en la trilla, la cabra, la yegua. Hay multitud de referencias en el repertorio del flamenco tradicional. Casi siempre se trata de hembras, lo que no deja de contener una referencia velada a las mujeres, también, como herramienta de trabajo”. La bailarina y coreógrafa encuentra así un nuevo cauce a su inquietud antropológica que, de paso, le permite obtener una representación audaz de sí misma en relación con el flamenco: “En Mariana yo no soy la bailaora. Soy el animal. A menudo, mientras preparábamos el espectáculo, me preguntaba a mí misma qué hacía aquí, con la Bienal de Flamenco en el horizonte, metiéndome en este lío. Pues bien, la respuesta está clara: la bailaora no soy yo, yo soy la bestia”. Semejante afirmación revela hasta qué punto la comparecencia en el certamen sevillano entraña un reto para Luz Arcas, quien a su vez expresa su “mayor ilusión por este contexto inesperado. Tengo claro, desde luego, que éste es el mejor lugar en el que podríamos estar”. Eso sí, Mariana tiene ya fechas comprometidas para los Teatros del Canal de Madrid en abril de 2023 e irá completando una amplia gira nacional.
Advierte la malagueña que su forma de trabajar se ha hecho más intuitiva y espontánea: “Los espectáculos no nacen, como antes, de una investigación intelectual y pormenorizada. Desde hace un tiempo quiero que el cuerpo tome sus decisiones y me atengo a eso. Por este motivo no siempre soy consciente de esas intuiciones, pero he aprendido que el cuerpo sabe lo que tiene que hacer. Mariana nace directamente de esa disposición por mi parte a darle su lugar al cuerpo, escucharlo y actuar en correspondencia con lo que dice”. Podrá el espectador confiar en que el remedio de La Phármaco, en cualquier caso, seguirá siendo sanador.
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