Guía de los callejones de Frankfurt

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Benito Olmo regresa con ‘Los días felices’, una novela negra sobre la trastienda de la ciudad alemana: peleas clandestinas, enfrentamientos entre clanes y tráfico de mendigos

"El género negro es más que una moda"

Benito Olmo, fotografiado la semana pasada en Cádiz, donde presentó ‘Los días felices’.
Benito Olmo, fotografiado la semana pasada en Cádiz, donde presentó ‘Los días felices’. / Ramón Núñez

Una tarde, mientras residía en Frankfurt, el escritor Benito Olmo observó a un mendigo sin brazos y sin piernas que pedía en la puerta de un supermercado. "Me pregunté cómo habría llegado ese hombre allí, y no sólo a ese supermercado, sino al país", cuenta el autor de La maniobra de la tortuga, "porque hablaba un idioma extranjero. Y mientras lo contemplaba, llegó una furgoneta blanca y lo cargó. No fueron crueles ni bruscos, tampoco cariñosos, pero lo movieron como si trasladaran una mercancía, como si estuviesen ejecutando un trabajo. No tenía coche y no pude seguir a esa furgoneta, pero aquello despertó mi curiosidad y empecé a investigar", recuerda. Por las noticias se enteró de una red de mendigos que operaba en Francia, "que recogía a personas en África y se las llevaba a los alrededores de París, y las ponía a pedir limosna para ellos. Tenían a estos hombres en unas condiciones insalubres, con castigos si no llegaban a un mínimo de recaudación", detalla sobre esta "moderna forma de esclavitud que se ceba con los menos afortunados".

El tráfico de mendigos es uno de los hilos que componen Los días felices (Alianza), el libro con el que Olmo (Cádiz, 1980) retoma a los personajes y el universo de El Gran Rojo y, afianzado ya como uno de los nombres destacados de la novela negra española, vuelve a explorar los rincones más turbios de la sociedad. Peleas clandestinas y enfrentamientos entre clanes son otros componentes de una trama donde la ciudad de Frankfurt que asoma por estas páginas poco tiene que ver con la postal turística. Pero el autor sabe de lo que habla: vivió tres años en esa urbe, "y recuerdo que en los primeros paseos me sorprendió mucho", explica. "Me encontré con un Barrio Rojo muy miserable, muy maloliente. Yo llegué por casualidad, mientras veía rascacielos y monumentos, porque está a la vista de todos, en pleno centro, conviviendo con los Ferraris y con el distrito financiero. Es una zona muy peculiar, porque en el Barrio Rojo están también las narcosalas, con todos los toxicómanos por ahí, y te puedes topar allí con persecuciones, detenciones, reyertas… muchas historias. Y, claro, me pareció que aquello era un caldo de cultivo fantástico para las novelas que yo hago. Me trasladé allí porque a mi pareja le salió trabajo, y aproveché para llevarme Frankfurt a mi terreno. Escribí El Gran Rojo antes, y ahora Los días felices".

El título de su nueva obra es el nombre de un desguace donde se celebran "peleas de perros, de personas y de prácticamente cualquier cosa que pudiera mantenerse en pie el tiempo suficiente como para ofrecer un buen espectáculo", se lee en la novela. "Un sitio parecido existe a las afueras de Frankfurt", revela el novelista. "Yo estuve a punto de ir, pero el plan se fastidió. Gente del boxeo me contaba que existen este tipo de lugares, y que son una fuente de ingresos rápida pero también nada segura. No es lo mismo pelear con una federación, con unas normas, que meterte en un boquete en el que luchas prácticamente por tu vida, en el que las normas varían cada noche según lo que quiera el público o quieran los rivales". Por policías y por periodistas supo de redes que trafican con personas "pero no para la prostitución ni por los órganos, sino para meterlas en estas peleas. Y es algo que también pasa en España: no hace mucho desarticularon una banda en Terrassa por traer de forma ilegal a boxeadores nicaragüenses. Los traían engañados, los obligaban a pelear para ellos y los tenían en condiciones infrahumanas. Hay un mundo muy oscuro ahí, y además se divulga por streaming", dice Olmo, que presentó la pasada semana su libro en Cádiz y lo hará hoy a las 19:30 en Sevilla, en el Centro de Investigación y Recursos de las Artes Escénicas de Andalucía (CIRAE).

¿Puede un autor de novela negra seguir creyendo en la humanidad, pese a todas las miserias que retrata? "¿Qué hacemos?", se interroga. "Yo no puedo luchar contra una red de tráfico de mendigos, por ejemplo, pero si la pongo sobre el papel, oye, quién sabe a qué oídos puede llegar esto, a lo mejor alguien que lee este libro está más vigilante. Porque yo hablo de cosas que pasan cerca de nosotros, aunque no lo creamos, aunque nos parezcan inauditas. Creo que fue hace dos años que detuvieron a una familia en Barcelona que tenía esclavizados a una pareja de mendigos. Yo tengo confianza en el mundo, pero el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor, y cuando no tienes escrúpulos puedes cometer actos verdaderamente terribles", sostiene.

"Yo sigo teniendo confianza en el hombre, pero cuando alguien no tiene escrúpulos es capaz de lo peor”

Sobre la decisión de volver a los personajes de El Gran Rojo, Olmo afirma que "sobre todo quería regresar a Ayla, que en la obra anterior era una secundaria que acabó cogiendo más protagonismo del que pensaba, y me dio pena desembarazarme de ella. Me di cuenta de que tenía que crecer, porque es una adolescente, que cuida a su padre enfermo de alzhéimer, se dedica al menudeo de hachís, tiene que malvivir… ¿Cómo avanza una persona así? Alguien que sabe que la vida es hostil pero sigue peleando. Sentía que había aún mucho que contar sobre ella".

Ayla y el resto de personajes femeninos son mujeres con fuertes caracteres, como si Olmo se hubiese marcado desbaratar el estereotipo de lo femenino, y también el tratamiento de los criminales es inesperado: la novela arranca con un malhechor que consulta a una mujer que le echa las cartas qué pasos debe dar. "Yo creo en el cliché, considero que los arquetipos están ahí por algo, pero también me gusta llevarlos a mi terreno. Alguna vez he tomado el recurso de la mujer fatal, porque veía que funcionaba en una determinada trama. Las mujeres que aparecen en el libro se mueven en un mundo muy masculino, muy rudo, y no podrían ser débiles ni enamoradizas, tienen que demostrar que nadie va a pasarles por encima. Me divierte que algún hombre las subestime y crea que parte con ventaja y se lleve el palo de que no es así para nada", expone el narrador.

Portada del libro.
Portada del libro. / D. S.

En Los días felices, Olmo plantea un juego con la estructura del libro: ha alternado entre los capítulos fragmentos de un interrogatorio que puede leerse seguido, saltando entre las páginas y alternando así el orden natural de lectura. "Mi escritura es muy canónica, tiene las hechuras de la novela negra clásica. Aquí me apetecía romper el libro en dos. Esto no es Elige tu propia aventura, esas propuestas que de pequeño me fascinaban, aquí el lector no toma decisiones que afectan al desarrollo de la trama, la historia no cambia, pero sí la percepción de lo que ocurre, dependiendo de qué orden escojas. Como creador me costó mucho, pero reconozco que me lo pasé como un enano".

Tras la adaptación al cine de La maniobra de la tortuga que dirigió Juan Miguel del Castillo, Olmo, que ahora vive en Madrid, ha encontrado una nueva ilusión en el audiovisual. "Lo bonito de La maniobra... es que ha hecho que productores y directores se fijen en mí, y, bueno, yo tengo muchas historias. Estoy moviendo un par de proyectos muy interesantes con alguien, pero en este tiempo he aprendido algo: lo complicado que es que todo encaje en el cine. Que una producción salga adelante, que una película se haga, es directamente un milagro".

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