Los bellos cometas
Cameo continúa su apuesta por el cine experimental con una significativa recopilación de películas latinoamericanas
Cine a contracorriente. Un recorrido por el otro cine latinoamericano. Director Varios. Cameo/CCCB/SEACEX.
Reincidiendo en la brecha abierta con la pasada edición de cine experimental español -un recorrido a través de 50 años de amor a las potencialidades menos actualizadas del cinematógrafo patrio que tuvo por nombre Del éxtasis al arrebato-, Cameo, el CCCB y la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior editan ahora Cine a contracorriente. Un recorrido por el otro cine latinoamericano, un compendio hermano del anterior, que recupera muestras de similares ensayos en Latinoamérica. En esta ocasión, aún más que en la primigenia entrega, estamos ante el efecto de una lógica y dolorosa decantación -más de un siglo de cine en distintos países resumido en sólo 19 obras-, donde han primado los criterios estéticos y la voluntad de equilibrar la selección con ejemplos de cinematografías menos prolíficas y poderosas que las de Argentina, Brasil, Cuba y México, las más representadas. De 1933 a 2008, del celuloide al píxel, esta cronología que mezcla, relaciona y contrapone técnicas y estilos vuelve a ser una celebración luminosa del poder fascinador que se agazapa en las máquinas audiovisuales, una invitación al pensamiento que trasciende etiquetas, convenciones e instrucciones de uso.
En los países en los que el cine moderno tomó la forma de grito destemplado y puñetazo en la mesa -los días de la "estética del hambre" y el "cine imperfecto"; días, aquellos, de rabia y humor sardónico-, la práctica radical, a veces representada por los mismos nombres que mantenían un lugar en el cine más visible, ha estado teñida, más que en otras latitudes, de protesta, denuncia y resistencia. Cine a contracorriente abunda en este trazo subversivo y guerrillero con la selección de algunos títulos imperecederos como la boliviana Revolución (1963) de Jorge Sanjinés o Now! (1965) del cubano Santiago Álvarez -un caso inolvidable de reapropiación de las prácticas del montaje soviético y un influyente ensayo político foto-cinematográfico respectivamente- junto a otros que señalaron y señalan los agravios con ironía feroz y transgresora: los casos, por ejemplo, de las cubanas Chapucerías (1987), de Enrique Colina y Opus (2005), de José Ángel Toirac, las brasileñas Fome (Hambre) (1972) de Carlos Vergara e Ilha das Flores (1989) de Jorge Furtado -desarmante y visceral variación tropical del Genèse d'un repas (1978) de Luc Moullet- , o de la colombiana Agarrando pueblo (Los vampiros de la miseria) (1978) de Luis Ospina y Carlos Mayolo, ésta una divertida y vigente crítica a los desmanes del documentalismo sensacionalista, de esos realizadores de ayer y hoy tan afines a la "pornomiseria", en feliz neologismo de los cineastas colombianos. Esta veta crítica y autorreflexiva, que salpica a otros títulos de la edición (como al cortometraje Hamaca Paraguaya, semilla del posterior y homónimo largometraje de Paz Encina) y es en cierta medida su mínimo común múltiplo, deja espacio sin embargo a tres extraordinarias películas que convocan al cine como percutor de la mente y agente hipnótico: hablamos de Traum (Sueño), filme argentino-alemán de 1933 rodado en conjunto por Horacio Coppola y Walter Auerbach, Esta pared no es medianera, cinta peruana de Fernando de Szyszlo y Ofrenda (1978) del argentino Claudio Caldini. Las dos primeras son valiosas y escasamente vistas muestras de contagio vanguardista -de las formas y ritmos surrealizantes del Vormittagsspuk de Hans Richter al imaginario del perturbado por la pulsión, tan caro a Buñuel-, mientras que la última, clásico del underground argentino, explora las intensidades y evocaciones del cine estructural.
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