Beatriz Rodríguez: "En España la brujería no estuvo tan estigmatizada"

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La autora publica la novela 'El Espejo de Diana' (Lunwerg), un relato coral, entre la crónica negra y el realismo mítico, que construye una historia "épica-fundacional" en torno a la mujer

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La escritora Beatriz Rodríguez.
La escritora Beatriz Rodríguez. / Antonio Pizarro

Una novela “fundacional” que nos desvela, desde el realismo mítico, el rol de la mujer a lo largo de la historia. Ese lugar siempre al margen, ese papel siempre secundario, jamás considerado. Son estos los parámetros en los que se desarrolla El Espejo de Diana, de la escritora, filóloga y gestora cultural Beatriz Rodríguez (Sevilla, 1980). “He querido contar la historia épica-fundacional de la humanidad desde el punto de vista femenino. Creo que hay que contar historias épicas desde el punto de vista femenino para salirse del espacio de la intimidad, que de alguna manera nos sigue enclaustrando a las mujeres, nos sigue dejando a la mujer en un espacio más pequeño”.

La autora nos descubre una genealogía de mujeres, pertenecientes a una misma familia, dedicada al oficio de partera o matrona, una “ciencia de hembra” –así lo define Rodríguez- que se basa en un conocimiento ancestral, transmitido de generación en generación. El oficio de partera estaba reservado en exclusiva a la mujer, y “nunca se había introducido en el canon masculino”. Los hombres, relata la escritora, ignoraban esa práctica: “los médicos oficiales no conocían la ciencia de hembra” y además no se preocupaban “de todo lo que se refiere al cuerpo de la mujer y a los males que aquejan a la mujer”.

La ciencia de hembra proviene del ámbito de lo “mágico” o de lo “precientífico”, una coyuntura por otra parte habitual “en la ciencia” en épocas no muy lejanas. “Hasta que la Ilustración empezó a sentar las bases del racionalismo, lo que consideramos magia estaba muy implicado con el conocimiento científico. Es decir, los astrónomos o científicos hablaban igual de astronomía y de astrología. La magia estaba muy metida dentro del conocimiento”, desgrana Beatriz Rodríguez. “La magia –continúa la autora- opera de una manera muy parecida a la ciencia. Se basa en el método de prueba-error”.

En este contexto precientífico, era difícil distinguir lo que se consideraba magia y lo que se consideraba ciencia. Ambas eran disciplinas muy próximas entre sí. “Mujeres y hombres que se interesaban por el conocimiento de la naturaleza y de la medicina introducían en sus prácticas los conocimientos atávicos que venían muchas veces de la magia, algo que entronca también con el tema de la brujería”. Por lo que a las matronas se las podía etiquetas de “brujas”. Una palabra que pretendía estigmatizar esta labor que tan sólo ejercía la mujer.

La partera: una práctica cercana a la brujería

“Las mujeres que llamaban brujas eran las que practicaban esa ciencia de hembra; mujeres que practicaban ese conocimiento ancestral que muchas veces provenía de un panteísmo y de un culto a la diosa Diana, la diosa naturaleza”, sostiene la autora, quien aclara que “en España la brujería no estuvo tan estigmatizada”. “Pero en Centroeuropa sí hubo un holocausto femenino en torno al concepto de brujería. Hablamos de un momento en el que se estaba instaurando un patriarcado que trataba de arrebatarle cualquier tipo de poder y de conocimiento a la mujer. Había un miedo a que se igualara a los hombres, y de ahí el estigma de la brujería, para convertir a la mujer en seres peligrosos, aunque la partera fuese una mujer que ayudaba a la sociedad”.

Beatriz Rodríguez conoció a través de su familia esta historia de las parteras, de esas mujeres que sabían cómo operar en el parto en un tiempo en el que la medicina no contaba con los conocimientos que hoy dispone. “Sobre las parteras, algo sé por la tradición oral de mi familia, donde siempre se ha hablado de esto. De hecho, mi madre me lo contaba el otro día, que la partera o la matrona en Galaroza, en la sierra de Huelva, era una institución en el pueblo. Era una persona con un rango superior. Todas las familias necesitaban en algún momento de la partera. Para la novela empecé a documentarme tanto en España como en artículos de medicina que encontré en Chile, en Colombia”.

Felisa, Isabel Acosta, Isabel Maldonado, Alejandra y Diana son los nombres de estas mujeres que representan la historia de la mujer. Una historia en la que predomina la represión, el silencio, la persecución, el abuso. En El Espejo de Diana son los hombres –de la familia de los Rengel y los Acosta- los que ejercen esa opresión hacia las mujeres. “Yo quería hablar de la mujer cuando tuvo poder a través del matriarcado, que es algo que ha ocurrido muchas veces a lo largo de la historia y que muchas veces ha sido oprimido por el poder de los hombres”.

La naturaleza, otra mirada femenina y protagonista

Todo este relato, toda esta historia de la mujer contada a través de cuatro generaciones, sucede entre el bosque, el lago y la cueva; es decir, en la naturaleza, en un paisaje que también tiene voz en El Espejo de Diana. En concreto, el lago –que toma referencia del lago de Nemi, en Italia- es símbolo del agua estancada, es decir, de esa historia de la mujer, silenciada, a la que no se le ha permitido crecer, avanzar. Ese lago es llamado “el espejo de Diana”, diosa tan vinculada a la mujer, “y a la luna, las mareas, la propia naturaleza”.

La naturaleza –otra mirada femenina- es por tanto una protagonista más de la historia, y nos cuenta cuanto acontece. Es este un recurso que nos recuerda a esa estirpe del realismo mítico de Caballero Bonald, Juan Benet o Álvaro Cunqueiro. “El ámbito rural te permite entroncar y ver con más detalle todas las cuestiones antropológicas que obedecen a la fundación de una sociedad. La naturaleza y la mujer van parejas: el conocimiento que atesoraban las mujeres no estaba en los libros, pues no tenían acceso a la cultura digamos oficial, aunque sí tenían acceso a esa cultura que proviene de lo oral, de la tradición, del conocimiento que tenían de su entorno –un entorno, claro, rural, natural-”.

Son multitud los símbolos, claves y referencias que el lector encuentra en esta novela de Beatriz Rodríguez. En este relato coral que procura contarnos, desde la literatura, una historia cultural –en el amplio sentido de la palabra cultural- en la que están presentes la mitología, la religión y la antropología. 

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