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La de M. Night Shyamalan con James Newton Howard es una de esas relaciones director-compositor merecedoras de un lugar destacado en la historia del cine reciente tanto como las de Burton-Elfman, Cronenberg-Shore, Coen-Burwell, Nolan-Zimmer, Anderson-Desplat o Almodóvar-Iglesias. Ocho películas y un sello musical distintivo la avalan entre El sexto sentido (1999) y After Earth (2013), ocho colaboraciones sobre la base de un cine de género reelaborado bajo la perspectiva singular del cineasta de origen indio y un sustrato triste y melancólico que las aparta de los habituales clichés de la acción o el suspense hollywoodienses.
Newton Howard (n.1951) era ya un veterano y prestigioso compositor (Pretty woman, Grand Canyon, Glenngarry Glen Ross, El príncipe de las mareas, Wyatt Earp) cuando es reclamado por Shyamalan para su segundo y exitoso filme. Juntos explorarán, a partir de motivos breves y recurrentes y un tono eminentemente rapsódico, los discursos internos de cada filme (El protegido, Señales, El bosque, La joven del agua, El incidente, Airbender: el último guerrero), que esconden siempre una reflexión sobre el dolor, la pérdida, la soledad o la restauración de la fe que conectan con cierta sensibilidad religiosa compartida por ambos.
Terminada su relación después del fracaso comercial de sus últimas películas y el paso de Shyamalan a una producción más independiente, las bandas sonoras de aquellos ocho títulos han sido reelaboradas ahora en otras tantas suites para una nueva grabación (Sony Classical) que les da forma orquestal autónoma y un cierta voluntad meditativa con el hilo conductor del piano de Jean-Yves Thibaudet, la participación solista de la violinista Hilary Hahn y la violonchelista Maya Beiser y algunos coros grabados en los estudios Air de Londres bajo la batuta de Gavin Greenaway. Disponible en formato físico y plataformas, esta grabación se nos antoja una verdadera tarjeta de presentación para una deseada gira de conciertos.
Dedicada a Robbie Robertson, fallecido el pasado 9 de agosto, Los asesinos de la luna cierra de manera póstuma una relación entre el músico y compositor de The Band y Martin Scorsese que se remonta a la juventud y que tuvo en la filmación del mítico concierto The Last Waltz (1978) el punto de partida para una serie de colaboraciones tanto en la creación de bandas sonoras originales (El color del dinero, El irlandés) como en el asesoramiento a la hora de seleccionar canciones o fragmentos de repertorio para filmes como Casino, Gangs of New York o Shutter Island.
La de esta película era además una ocasión especialmente personal para Robertson, hijo de madre mohawk criada en la reserva de Six Nations. Sus raíces indias y la historia del filme se anudan así en un tratamiento contemporáneo marcado por un potente tema principal donde los tambores y la guitarra eléctrica presentan las credenciales de un score que busca su identidad sonora en las flautas indígenas, el banjo, la armónica, la slide guitar, el órgano o el bajo eléctrico y en los modos y voces de la música nativa y el blues pasados por el filtro de Robertson.
Un motivo en el contrabajo, Heartbeat, será usado recurrentemente, incluso hasta el exceso, como auténtico sostén narrativo de largos tramos del filme.
La de Errol Morris y Philip Glass también es otra de esas colaboraciones entre cineasta y músico que marcan una impronta a toda una filmografía, incluso cuando, como en ocasiones recientes, Danny Elfman (S.O.P., The unknowkn known) o Paul Leonard-Morgan (Wormwood, My Psychedelic Love Story) han ocupado los créditos que un día tuviera (desde The thin blue line a The fog of war) el octogenario compositor minimalista en una clara línea continuista.
En The pigeon tunnel, sobre el famoso escritor de novelas de espías John Le Carré, Glass define el tema central y el tono cargados de sentido del suspense y con guiños a los tiempos de la Guerra Fría, y le cede el trabajo duro a su colaborador Leonard-Morgan, que prolonga con fidelidad el rítmico tapiz sonoro que acompaña en buena parte del filme, encontrando siempre los huecos entre la palabra de Le Carré y las recreaciones ficcionales de su ambiguo relato.
Diez años han pasado desde el estreno del último largometraje de Hayao Miyazaki, El viento se levanta. Diez años que han alimentado aún más el mito y la leyenda entorno al que sin duda es el maestro de la animación contemporánea. Su regreso, siempre bajo la amenaza de una retirada definitiva, llega de la mano de una nueva fábula humanista ambientada en la Segunda Guerra Mundial y protagonizada por un joven que accede al mundo mágico como catarsis.
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