El ayer inhóspito

La historia en ruinas | Crítica

Alianza publica 'La historia en ruinas. El culto a los monumentos y a su destrucción', ensayo del historiador mexicano Mauricio Tenorio Trillo, donde se aducen las razones que condujeron a la reciente destrucción de monumentos en todo el planeta.

El historiador mexicano Mauricio Tenorio Trillo (La Piedad, Michoacán, 1962)
El historiador mexicano Mauricio Tenorio Trillo (La Piedad, Michoacán, 1962)
Manuel Gregorio González

22 de octubre 2023 - 06:00

La ficha

La historia en ruinas. El culto a los monumentos y a su destrucción. Mauricio Tenorio Trillo. Alianza. 208 págs. 20,95 €

La historia en ruinas, obra del historiador mexicano Mauricio Tenorio Trillo, se escribe al hilo de acontecimientos recientes, ocurridos en buena parte del globo, que afectaron a la conservación o el derribo de numerosas estatuas y monumentos, y cuyo significado actual no coincide ya con los valores y usos que antaño le otorgaron su lugar prominente. Esto significa que Tenorio Trillo parte de lo escrito a primeros del XX por Aloïs Riegl en El culto moderno a los monumentos (1903), y por Simmel en Las ruinas y en Concepto y tragedia de la cultura. Pero también que su ensayo cuenta con aspectos de la realidad entonces menos relevantes, como la velocidad de las comunicaciones, la moralización de la historia y la deriva doctrinaria y superficial del arte contemporáneo.

A juicio del autor, la mayoría de los monumentos quizá no merecieran el honor obtenido

Lo que se analiza, pues, en estas páginas es un hecho distintivo de la posmodernidad. Si la destrucción de monumentos corre pareja a la civilización (la historia de la inococlastia no nos dejará mentir), el modo en que esta se articula, y las razones por la que se produce, sí poseen un signo propio. Señalemos también que, a juicio del autor, la mayoría de los monumentos quizá no merecieran el honor obtenido. De modo que el interés que aquí muestra Tenorio por los monumentos no proviene de su veneración por ellos, sino del mismo proceso que ha precipitado su derribo. Según Tenorio, una primera razón para lo sucedido se halla en el maniqueismo que imponen, estructuralmente, las redes sociales, y cuyo efecto cancelatorio es inmediato. Otra segunda es el análisis del pasado desde parámetros actuales, de carácter vindicativo, de los que se deduce tanto una victimización del ayer, como una visión parcial, enfocada a identidades y minorías, más cercana a un enjuiciamiento moral de la historia que a su comprensión científica. Esta victimización sectorial del ayer es la que justificaría, en parte, el acerbo escrutinio al que hoy se someten los monumentos; pero también el deslizamiento de la disciplina histórica hacia una memoria sentimental, más subjetiva y falible. A todo ello se añade el uso circunstancial e interesado que el poder ha hecho históricamente de los monumentos, y a cuyo fondo se halla -aunque no solo, como es obvio- su naturaleza propagandística. La proliferación monumental de las tiranías del XX es suficiente prueba de ello. Es, pues, en esta lectura acomodaticia, provisional, utilitaria, donde Tenorio encuentra la confirmación a su tesis: la lucha por los monumentos es una lucha por el presente: por su apropiación y ordenación; por su proyección interesada, normativa, moralizante, en el pasado.

Dicha reprobación sumaria del ayer es la que Tenorio advierte, de modo reflejo, en el arte contemporáneo. Sin mencionar la vieja Querelle entre Antiguos y Modernos que se sustanció en Europa a finales del XVII y parte del XVIII, Tenorio encuentra que el arte contemporáneo huye de cualquier forma de historicismo, y practica una monumentalidad retórica, aleccionadora, donde lo concreto huye en pos de lo conceptual y lo alegórico. Este arte, fuertemente ideologizado, es también un arte declarativo, en el que la historia no tienen cabida, salvo como hecho condenable. A este arte, virado hacia el porvenir, de un elitismo críptico y circunflejo, Tenorio quiere oponerle una mirada irónica sobre el ayer, que devuelva al ser humano una visión menos acuciosa de su pasado. No sólo en el sentido de reconstruir aquello que Robbe-Grillet llamó “el mito de la profundidad”, y que no es sino el complejo humus cultural, religioso, político y anímico sobre el que el ser humano se alza y se desliza; sino el de considerar el olvido como una fuerza cohesiva de la sociedad, necesaria para su convivencia.

A esta cautelosa reconstrucción de la distancia entre el hombre y su pasado, distancia que en su día proporcionó tanto la Historia “científica” del XIX como la proliferación urbana del monumento “histórico”, es a la que parece aspirar Tenorio Trillo, pero hecha la salvedad del viejo apego a los mitos fundacionales del historicismo (la raza, la nación, el imperio, etcétera), y con una aceptación completa, abisal, despojada e irónica, de la naturaleza humana.

Dos nombres y un olvido

Los dos nombres, referidos a la cuestión de la monumental, son el del erudito José Antonio de Alzate, ilustrado mexicano y temprano defensor de la cultura indígena frente a la displicencia de Buffon; y la del militar español, nacido en Caracas, Francisco de Miranda, cuya correspondencia con el anticuario Quatremère de Quincy supone el alegato inaugural para una protección de los monumentos frente a las predación foránea (y en mayor modo napoleónica, dada la fecha). El olvido es el del malogrado comandante de la flota de Misenium, Plinio el Viejo, quien advierte sobre un escultor en su Historia Natural: “Que nadie ose alabar a Perilo, más cruel que el tirano Fálaris, para quien hizo un toro con la promesa de que, por medio de un fuego encendido debajo, haría mugir a los hombres; él fue el primero que experimentó aquel suplicio, víctima de una crueldad muy justa en este caso. (…) Sólo por esta razón se conservan sus obras, para que cualquiera que las vea, odie las manos de su autor”. De esta ejemplaridad inversa de los monumentos, conservados para su secular oprobio, no nos indica nada Tenorio Trillo.

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