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Las aventuras de Simbad el marino | Crítica
Las aventuras de Simbad el marino. Anónimo. Edición de René R. Khawan. Trad. De Manuel Serrat. Zenda-Edhasa. Madrid, 2023. Prólogo de Arturo Pérez-Reverte. 672 págs. 15,20 €
Siete son los viajes y los fracasos de Simbad, que aquí vuelven a ofrecerse ante el lector, presentados por Arturo Pérez-Reverte y en edición de René R. Khawam. Cabe preguntarse el porqué de esta edición exenta del Simbad..., cuando lo conocemos, desde principios del XVIII, en edición de Galland, embutido en ese friso de la maravilla y de lo exótico conocido por Las mil y una noches. El propio Borges practicó su maliciosa erudición sobre los primeros traductores de esta obra (Galland, Lane, Mardrus, Burton, Littmann...), donde el Oriente adquiriría, como sabemos, una imagen misteriosa, intemporal, reflejo de una espiritualidad desmesurada y arcana. Sin embargo, fue el mismo Khawam quien advirtió que relatos como Simbad, Aladino y Ali Baba eran añadidos occidentales a la compilación inicial de Las mil y una noches, la cual data del siglo XII, y cuyo origen, en el caso de Simbad, era anterior en varios siglos. Todo lo cual queda consignado oportunamente, con abundancia de datos, en el prólogo de Pérez-Reverte.
Es, pues, René R. Khawam, en los ochenta del siglo pasado, quien devuelve Las mil y una noches a su condición original, purgándola de los excesos que la erudición ilustrada quiso presentar como de una misma fuente y de una misma época. No en vano, Khawam señalaba que la propia historia de la edición occidental de Las mil y una noches era, en sí misma, milyunanochesca. Entonces las conocimos en la traducción de Gregorio Cantera, y ahora es la de Manuel Serrat la que se nos ofrece para saber de las desdichas y venturas de este navegante del siglo IX que surcó el Índico y el mar de la China, antes de que a Occidente llegaran noticias de aquellas geografías ocultas y como dormidas en la bruma, que traerá para nosotros, desde la cárcel de Génova, el Rustichello de Marco Polo.
Por otra parte, la versión de Khawam nos reintegra algo que velaron los púdicos traductores del Setecientos: el idioma vivaz y en absoluto cortesano con que estos viejos cuentos del medievo mediterráneo y oriental están escritos, y que se cifran, idealmente, en el Islam de Bagdad, en los días del califato de Harún-al-Rasid (un califato, en este caso, más mítico que hijo del rigor histórico), y donde el nombre de Simbad acaso resonó como pariente de la Fortuna y testigo del prodigio.
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