Cuatro autores entre andamios
En un espacio que rompe la convención de la 'caja blanca', Miki Leal, Fernando Parrilla, Luis Gordillo y Abraham Lacalle protagonizan una interesante y heterogénea muestra.
Arte en obras. Luis Gordillo, Fernando Parrilla, Abraham Lacalle, Miki Leal. Cicus (Madre de Dios, 1), Sevilla. Hasta el próximo día 29.
Que la pintura es un arte de superficie y debe evitar la tercera dimensión, rechazándola como ilusoria, no es discusión reciente: hace 70 años la planteó Clement Greenberg, a la vista de los trabajos de los pintores neoyorquinos y tras construir una nueva narración de la historia de la pintura. Es cierto que las Ninfeas de Monet y los espacios cubistas son coherentes con la propuesta de Greenberg, si tomamos la profundidad del cuadro como la construcción de un escenario donde se sitúan personas y objetos. Pero la profundidad en pintura puede tener otro alcance.
Las obras de Luis Gordillo en esta muestra sugieren otra profundidad. En la serie, titulada Vinagre & Miel, hay a veces formas densas y consistentes, sobre otras ligeras y translúcidas que a su vez sobrenadan un laberinto de líneas que parecen tramar un fondo fluido; en otras ocasiones, formas con tintas cálidas compiten por sobreponerse a otras de tonos fríos eludiendo la mayor definición y peso de estas últimas. Este juego de profundidad establece en conjunto una indeterminación del espacio: la competencia que trazan entre sí las formas remite a un fondo que, más que estar ahí, firme, parece deslizarse, manar. El que en algunos de los monotipos se superponga a estas formas algo que recuerda vagamente a una cabeza, hace pensar que la incierta profundidad se relaciona con otra incertidumbre, la de la propia identidad. Si esto es así, tendríamos una sugerente poética de la profundidad que señala la debilidad del yo y la fecundidad de esa misma debilidad. Una propuesta inscrita quizá en el mismo título de la serie: es un extraño, breve poema (no exento de resonancias bíblicas) que, más que describir las piezas, abre un espacio entre texto e imagen, en el que cabe recuperar la olvidada costumbre de pensar.
Los espacios de la obra de Abraham Lacalle se atienen mucho más a la bidimensionalidad exigida por Greenberg. Sólo que poseen además la fuerza de un color directo, inmediato, y el dinamismo de lo heterogéneo. Son espacios quebrados, agitados a veces por fuertes oblicuas, fracturado, otras, en una ebullición de color, o vibrando por la huella del gesto del pintor. En ellos se insinúan figuras que son germen de una narración cuya reconstrucción corre por cuenta del espectador. Tarea no demasiado complicada porque lo que interesa es sobre todo el fondo crítico que viene enfatizado por la inmediatez de las formas, la sensualidad del color y la frescura del procedimiento: la acuarela resta dramatismo a la acumulación de ruidos, típica de nuestro día a día, y su sencillez es del todo coherente con un discurso que señala cómo nos empeñamos en destruir la naturaleza, ignorando nuestra propia condición de seres sensibles al color y a la luz.
Miki Leal trae a la muestra una serie de dibujos y cuatro grandes pinturas sobre papel. Los dibujos (quizá hubieran merecido otra presentación, sin el protocolo del marco) son la memoria de un largo viaje, el que hizo a dos cabañas para pensar: la que construyó Le Corbusier en Cap Martin y la que en la Selva Negra, acogió la escritura de Heidegger. Apuntes, pues, de un viaje que va desde fragmentos de mapas hasta ciertas referencias de ambas cabañas (hoy cerradas al visitante, incluido el propio pintor), como las fuentes características de la Selva Negra o el sistema tradicional con que esas cabañas se defienden del frío. Las pinturas poseen la destreza, el regusto cinematográfico y el humor característicos del autor. Los duelistas es un excelente trabajo de color, cuyo espacio recuerda al del cine; más interesante aún es una obra sin título fechada en 2011. Completa en cierto modo la serie de dibujos porque parece remitir al descanso (o la soledad) del viajero. El hatillo y el humo del cigarro no hacen sino enfatizar al protagonista de la obra: la marea alta de la noche.
La obra de Fernando Parrilla completa la muestra. Trabajos como Gadir o Sanlúcar de Cádiz tienen el indudable atractivo del color y la multiplicación de breves figuras, iconos con ciertos ecos de las vanguardias históricas. Las obras más recientes, parecidas a recamados, tienen la virtud de unificar el espacio del cuadro mediante un trabajo prácticamente monocromo.
La muestra tiene un valor añadido. El Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla ha sido doblemente audaz: proponer una muestra interesante pero heterogénea, y hacerlo en unos espacios de la antigua Escuela de Comercio aún no del todo rehabilitados. Andamios, escayolas interrumpidas o espacios sin revocar rompen la convención de la caja blanca y muestran una decisión que hace concebir esperanzas: en este tiempo de imperada escasez, estas salas son una promesa de futuro.
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