Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Literatura
A Luis Manuel Ruiz (Sevilla, 1973) le asombraban de niño los prodigios que se encontraba al abrir alguno de los tomos de la enciclopedia. "Me encantaba no sólo leer las entradas, también me maravillaban las imágenes. El mundo era esa cosa confusa que retrataban todas esas letras y esas ilustraciones", recuerda el autor, que con Atlas, publicado por Aristas Martínez, homenajea a ese libro "que lo contiene todo" y "que el progreso tecnológico ha erradicado prácticamente de nuestras estanterías".
Convencido de que la imaginación es "la agencia de viajes que puede ofrecer mayor variedad de destinos", Ruiz arma un delicioso inventario de biografías, personajes, gestas y fenómenos alumbrados desde una generosa inventiva, una cartografía inesperada que sirve como "mapa del mundo, de todo lo que existe. Le puse el título de Atlas porque lo planteaba como un libro de viajes fantásticos, estilo medieval, en el que contaría que en tal país ocurre esto, que una piedra hace tal cosa, que un animal es de esta manera... Una especie de bestiario que se fue ramificando, en el que empecé a hablar de enfermedades, de libros. Se convirtió en mi imaginario personal", explica el narrador, profesor de Filosofía y colaborador habitual de este periódico.
En las páginas de Atlas se despliegan un sinfín de posibilidades: hay ciudades plegables, arquitecturas más amigas del vacío o de las ruinas, comunidades que aprenden de nuevo sus oficios gracias a una compañía de actores, ángeles que leen las obras que los autores planean y aún no han escrito. Historias con las que su autor reivindica la imaginación como "la capacidad que tenemos los seres humanos de saltar en el espacio y en el tiempo, de no ser sólo lo que somos. Ahí sí que me posiciono: frente a la literatura realista, social o crítica con el presente, yo defiendo otro registro. Escapismo suena mal, porque parece que uno está eludiendo los problemas, pero lo que hacemos los autores que nos dedicamos a esto, simplemente, es contemplarlo desde otra perspectiva y lograr que así todo pueda ser más maravilloso, más fantástico". Como le ocurre a uno de los personajes invitados del libro, Joseph Merrick, el Hombre Elefante, que gracias a un espejo deformado logra la apariencia de un hombre rubio, en los relatos de Atlas los objetos y las situaciones revelan otra naturaleza "si se contemplan de otro modo, si simplemente cambias de lugar al mirarlos".
En las ficciones de Luis Manuel Ruiz la filosofía puede abrir agujeros en el suelo y los libros devoran la memoria o fulminan a quienes se adentran en ellos, como si la lectura y el pensamiento fueran ejercicios de los que no se sale indemne. "A veces, la literatura es más intensa que la propia vida doméstica, que la vida material", analiza el creador, que en uno de los relatos se pregunta si el mundo no ha renunciado a la poesía y la leyenda, y figuras temidas en otros tiempos como el Gólem de Praga no despiertan más que la risa en una juventud descreída. "Siento añoranza por esos miedos infantiles ante el cuarto oscuro, lo que pueda haber debajo de la cama. Cuando creces te das cuenta de que todo es más cutre, incluso lo que te inspira terror. En ese texto, los niños le pegan una paliza al Coco, y yo creo que eso podría pasar si existiera ese monstruo. Los chavales están fogueados en Youtube y lo han visto todo. Este tiempo es muy distinto a la época en la que yo crecí".
En estas piezas, publicadas a lo largo de diez años en Territorios, el suplemento literario de El Correo Vasco, Ruiz aborda y reinterpreta cuentos tradicionales como El flautista de Hamelín o El traje nuevo del emperador. "Esas narraciones parecen historias archisabidas, carentes de sofisticación, pero tienen una eficacia narrativa y moral enorme. A mí me siguen sirviendo para hacerme preguntas", señala el escritor.
Ruiz, que admite en sus obras un parentesco con las recopilaciones de Marcel Schwob, Borges, Italo Calvino o Ángel Olgoso, apunta que Atlas es uno de sus libros más personales, "porque en las novelas planifico lo que voy a contar, pero estas narraciones han tenido algo de escritura automática, tan sólo partía de una vaga idea y me dejaba llevar". Así aparecieron "repeticiones y obsesiones, como ese interés por el cambio de perspectiva" o la pregunta de "qué significa ser escritor, en qué consiste ese trabajo".
Los autores que aparecen por Atlas, como Kafka y Pessoa, resultan dolorosamente humanos. En estos cuentos Ruiz vislumbra que tal vez el primero se cansó de los laberintos y los escarabajos, de "la inquina al padre", y escribió "medio centenar de relatos de aventuras para jóvenes" donde "exploradores aguerridos y apaches sin plumas desentierran tesoros y abaten forajidos", las historias que los especialistas atribuyen a Karl May. "Más allá de esa broma", sopesa el narrador, "creo que nadie es lo que parece, Kafka tampoco. Ha llegado hasta nuestros días como la quintaesencia del absurdo, de la desesperación, y ciertamente su obra no empuja a pensar lo contrario. Pero Monterroso decía que nunca se había reído tanto como con los libros de Kafka, que le parecía un humorista excelente. De nuevo es una cuestión de perspectiva, como en ese relato del Hombre Elefante", concluye Ruiz, "porque yo nunca habría pensado algo así".
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