Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
De la tradición moderna en Olivares | Crítica
'De la tradición moderna en Olivares'. Diputación Provincial de Sevilla y Ayuntamiento de Olivares. Casa de la Provincia. Plaza del Triunfo, 1. Sevilla. Hasta el 25 de octubre
Un atractivo de la muestra es preguntar por qué la villa de Olivares, en poco más de medio siglo, genera seis artistas. Cinco, aquí considerados como pintores, y Francisco Gil-Bermejo, también pintor pero sobre todo poeta, fallecido en accidente de tráfico a los 22 años. A la pregunta responde con rigor y cierta ironía, en documentado ensayo, Pepe Yñiguez. Un segundo atractivo de la exposición es contrastar el pasado y el presente de los autores más veteranos (Delgado, Sierra y Bermejo) y recorrer las obras de Rodríguez Silva y José Antonio Reyes.
En los autores con más amplia ejecutoria es, en efecto, donde adquieren significado las obras del pasado. Hay de Gerardo Delgado (1942) dos cuadros (forman en la práctica uno solo) de 1980. Se inscriben en aquella serie de dípticos, pintados sobre puertas de fabricación industrial. Mantienen una envidiable frescura: muestran un saber del color (como tinta y como generador de luz) que se traduce en un lenguaje directo, osado y a la vez sensual. José Ramón Sierra (1945) pintó La novia con sólo 22 años. Es una obra doblemente transgresora: incorpora objetos (más allá del collage) y al usar esmalte industrial evita la seducción visual de la pintura. Puede haber en la obra ecos de Rauschenberg y sus travesuras (de nuevo Till Eulenpiegel, decía Leo Strindberg) pero tal vez la explique mejor la recepción muy personal que hace Sierra del dadaísmo: un descenso a cuanto el arte silencia. La obra Sin título de José María Bermejo (1952) es un compendio de esos años en que renuncia al grafismo de la palabra y no aborda aún la figuración: el cuadro es una lograda síntesis de gesto, materia, color y ritmo.
Cercana a su producción actual, Figura naranja de cadmio 2. 12. 1 (2014) resume muchas claves de la obra de Rodríguez Silva: valor de la materia, exacta construcción geométrica, conservación de la huella de fabricación industrial. Es una línea de trabajo y de investigación. También es expresiva la obra previa de Reyes: un ready made corregido elevado al lienzo con un breve rasgo de humor.
Ya en las obras actuales, Gerardo Delgado insiste en el fértil contencioso entre pintura y geometría. La serie Viga maestra opone rectángulos de borde duro a un fondo que traiciona a la mirada: de lejos parece formado por estrechas bandas de exacta geometría pero la mirada cercana descubre en ellas una vibración, el gesto trémulo de la pincelada y tal vez aquel hechizo de la línea ondulada, del que habló Hogarth, frente a la nitidez (pero también la exclusión) de la geometría. A destacar Viga maestra nº. 8: su gama de grises prolonga el silencio de La Ruta de San Mateo y de una breve pieza expuesta en el Colegio de Arquitectos hace un par de años.
Las piezas de Sierra, erizadas de objetos, con su tercera dimensión invaden la sala. Son cajas abiertas, sujeta la tapa con un tirante. Es sugerente el juego semántico entre la caja, que constituye la obra, y el título, casa, en la mayoría de las piezas. La caja no necesariamente atesora pero sí conserva y preserva los rasgos con que se cree haber construido la propia identidad. Por ello es adecuado el paralelo con la casa, reserva y defensa de la privacidad.
La obra reciente quizá de mayor interés es la de José María Bermejo. Bermejo es un pintor reflexivo: no renuncia a las posibilidades que encierra su trabajo aunque supongan un cambio de rumbo. Creo que eso es lo que ocurre ahora: las redes que componían sus obras, reiterando el rectángulo del lienzo o el papel, se han curvado y parecen pujar contra los límites del soporte. Ese dinamismo se transfiere a la pared donde cuelgan los papeles sin marco ni cristal. La sala se transforma. Un verdadero hallazgo.
Rodríguez Silva (1960) añade a su cercanía al minimalismo rasgos conceptuales. Los Frontales en fuga evocan el marco del cuadro y al estar vacíos, la obra es a la vez escultura, promesa de espacio, y ausencia y memoria de la pintura. Esta se muestra, al fin, en el gran cuadro monocromo, otra elaboración conceptual que hace de la pintura sobre todo soporte, sea de las irregularidades del pigmento extendido sobre el metal, de los cambios de luz de la sala o de las partículas de polvo del ambiente.
José Antonio Reyes (1976) ofrece otra versión del anti-arte, herencia dadaísta en el arte conceptual. Sus dibujos, autorretratos exactos y cuidados, ponen a la vez en solfa el cine (metamorfosis del león de la Metro), la música (la facilona Vida de Artista de Johann Strauss) y el mundillo del arte. A las anteriores exposiciones, sobre los toros y el cine, estas obras añaden el humor, esa cualidad que parece resistirse a cualquier definición quizá porque su experiencia desborda a las palabras. Tal vez consista en eso su fecundidad: logra hacer pensar, como ocurre aquí.
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