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El arte, riesgo y hallazgo

Exposición en el CAAC

La exposición que el CAAC dedica a Jacobo Castellano recorre casi 20 años de trayectoria del autor andaluz.

El creador analiza cómo la memoria y las raíces se proyectan en nuestra vida.

Una de las salas de 'Riflepistolacañón', la muestra de Jacobo Castellano en el CAAC.
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

02 de octubre 2018 - 06:00

El narrador de En busca del tiempo perdido señala la irritación del protagonista ante la resistencia de los objetos. Un atardecer sereno, un cuerpo vibrante o el perfil de un viejo templo se ofrecen a los ojos y encienden el afecto pero no se dejan poseer por la palabra. Como si cualquier intento poético se desvaneciera ante el vigor del objeto. Más tarde aprenderá que de un leve gesto, una luz extemporánea o el roce de una loseta suelta puede surgir, sin embargo, un universo poético.

Suele ocurrir con los recuerdos. Celosamente los guardamos y hasta intentamos protegerlos, como fotografías bajo un cristal, pero así apenas generan algo más que una crónica correcta pero carente de fantasía. Hay, sin embargo, otros recuerdos: inesperados, salen al paso y abren perspectivas insospechadas.

Esta es la fuerza de Casa I, de Jacobo Castellano (Jaén, 1976). Entre la escultura y la instalación, diversos objetos -una balanza de las llamadas romanas, fotografías, una ventana (marco y batientes)- se antojan extraviados entre tubos de acero que, no forman un sitio para estar sino señalan direcciones en el espacio: puede que hacia lugares frecuentados o quizá de acceso difícil o prohibidos a los niños. La obra no es fácil pero basta recorrerla para que surja el potencial de la memoria involuntaria, la que cuidaban aquellas pequeñas criaturas que Julio Cortázar llamó cronopios: dejaban a los recuerdos corretear libremente para poder tropezar con ellos sin esperarlo.

En 'Objetos' se habla de la memoria involuntaria, del hallazgo afortunado, de la mirada que logra ver lo oculto

Más clara (pero no de menor alcance) es la gran máquina de un cine Cervantes que regentó el abuelo de Castellano. Junto a las butacas de madera y la exigua correspondencia de las distribuidoras, suscita la fuerza del cine que paliaba la condena de los pueblos al aislamiento. Frente a la máquina, la pieza de un antiguo arado: contrapunto eficaz para revivir un modo de vida donde una película podía forjar la fantasía de los chicos y mantener la esperanza de los grandes. Víctor Erice lo dijo con solvencia.

Este cultivo de la fantasía conecta, a mi juicio, con las obras de pequeño formato que cuelgan en las paredes del pasillo central de la sala. Son breves rectángulos verticales, cubiertos con carboncillo y barra de óleo que sólo dejan a la vista escuetos fragmentos del pan de oro que hay bajo el pigmento. Los he visto como sucintas metáforas de la pintura ¿no está, al fin, bajo las figuras, bajo el pigmento, la fuerza de cualquier cuadro? ¿no es esa potencia la que el espectador debe actualizar, si cree que la pintura es arte y no sólo imágenes correctas o color bien administrado?

La pieza 'Corrales', con la que se cierra la muestra.

En parecida dirección entiendo El pelele. Sin duda alude a la obra de Goya. Un grupo de muchachas mantean un muñeco, un varón. Es el poderío de la mujer, algo que el aragonés trató en dos Caprichos (Todos caerán, Ya van desplumados) y de modo más duro en el Disparate femenino: las muchachas mantean ahora a dos muñecos mientras en la propia manta aparecen un torso viril y un asno. Las piezas de madera y tela acolchada que Castellano dispone en vertical en dos paredes enfrentadas recuerdan al viejo maestro. Pero creo que hay algo más. Una metáfora, en este caso de eso que llaman creación artística. Para la opinión, tal creación es una suerte de don, cualidad excepcional dispensada al artista. Esa opinión es incierta, un legado de la religión y el mito de la inspiración. La invención artística es un proceso más duro: el autor se debate entre las posibilidades que de modo desordenado, casi caótico, se abren ante él, y el riesgo de encauzarlas mal: sea por caminos trillados o en moldes y formas ya hechas. La potencia de lo nuevo (el germen, decía Deleuze), que anima aquellas posibilidades, obliga a la catástrofe, esto es, a destruir cualquier cliché. Creo que esa tensión es la que suscitan las piezas que componen El pelele de Castellano: ¿no se agita el artista entre esas dos alternativas sin contar para resolverlas más que consigo mismo?

Una idea análoga creo rastrear en Corrales, la obra que cierra la muestra. No dudo de su raíz festiva (como la que reflexiona sobre el ritual de la procesión) pero la metáfora de la piñata, un recipiente cuyo contenido permanece oculto, y el bastón, golpe de suerte, siempre arriesgado, que puede sacarlo a la luz, no está lejos de la labor incierta del artista.

Una palabra final para Objetos: manos, cuñas de hierro (o tal vez cinceles), esferas, antiguas tallas de madera que por alguna razón se aserraron pueden ser un compendio de la muestra: hablan de la memoria involuntaria, del hallazgo afortunado, de la mirada que logra ver lo oculto. La vitrina es así una síntesis de la poética de Jacobo Castellano, tal vez eco del dibujo infantil que da título a la muestra.

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