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'El arte de perder' | Crítica
El arte de perder. Alice Zeniter. Trad. José Antonio Soriano Marco. Salamandra, 2019. 428 páginas. 21 euros
Un lector español poco avezado en la Historia contemporánea de Francia puede haber escuchado alguna vez el término harki. O harqueño, como está escrito a lo largo de toda esta novela. Si le gusta el fútbol le puede sonar a un insulto que algunos ultras de equipos rivales le dedicaban a Zinedine Zidane cuando jugaba algún partido de la Liga de Campeones en Francia. Incluso si se introduce el vocablo en Google es fácil encontrar un vídeo en el que aparece el hoy jugador del Betis, Nabil Fekir, a quien un aficionado le grita "harki" desde la grada, con toda su carga despectiva.
Con él se designa a los árabes que se alinearon con Francia durante la guerra de la independencia de Argelia. Eran tan argelinos como franceses, pero eligieron mal, se equivocaron de bando. Muchos de ellos habían luchado en Europa en la Segunda Guerra Mundial (Véase la recomendable película Indigenes, traducida en España como Días de gloria). Y sus padres en la Primera. Entonces sí eligieron el lado correcto y fueron aclamados como héroes tanto en Francia como en su Argelia natal. Pero todo cambió cuando estalló la revolución y los sublevados empezaron a exigir a aquellos viejos soldados que renunciaran a sus pagas de la metrópoli porque no querían nada de Francia.
Por algo tan sencillo como mantener su pensión hubo quien fue sentenciado a muerte. La mayoría de los harqueños tuvieron que salir de forma apresurada del nuevo país que nacía en el norte de África, pasar años de hambre y frío en campos de refugiados en una Francia a la que ya no le interesaba aquellos que habían vertido su sangre árabe combatiendo contra los nazis veinte años atrás, y a los que sólo les quedaron sus medallas como recuerdo de otro tiempo en los que eran considerados franceses de pro. Mientras, Argelia prohibía la entrada en el país incluso a sus descendientes.
Finalmente, salieron adelante con mucho esfuerzo y más penuria, instalándose en barriadas de viviendas sociales que se acabarían convirtiendo en guetos y que grabarían en las siguientes generaciones la idea de que el Estado los había olvidado. Por no hablar del racismo que sufrieron a diario. Mucho de eso hay en los disturbios del extrarradio de París que se han repetido en las últimas décadas con cierta periodicidad. Y también en la radicalización de algunos que han visto en el Islam una identidad y un sentimiento de pertenencia que su país no era capaz de otorgarles. Muchos de los terroristas que cometieron atentados en Francia en los últimos años, como los de Charlie Hebdo Charlie Hebdoo los de la sala Bataclan, eran nacidos y criados en los suburbios galos.
Todo eso está en El arte de perder, una novela de una joven escritora francesa descendiente de harqueños llamada Alice Zeniter, que ha publicado recientemente en España la editorial Salamandra. Este sello, por cierto, parece tener un director editorial con un ojo clínico que nada envidiaría al mejor Monchi a la hora de acertar con los fichajes. El libro de Zeniter es un ejemplo más de una escritora prácticamente desconocida en España (aunque ya tenía otros libros publicados anteriormente) por la que esta editorial apuesta y gana. Lo hizo en su día con las brillantes Zadie Smith o Jhumpa Lahiri y en el último año y medio ha vuelto a dar un par de ejemplos de que se encuentra en plena forma, como El Nix, de Nathan Hill, y Un caballero en Moscú, de Amor Towles.
Volviendo a Zeniter, presenta una novela larga y con un formato más bien clásico, en el que cuenta la historia de tres generaciones de una familia harqueña, que no tiene por qué ser la suya pero que a buen seguro que se le parecerá mucho. Está estructurada en tres partes, correspondientes a cada una de las tres generaciones: el abuelo que luchó en Monte Cassino y fue recibido como un héroe de guerra para luego huir antes de que lo mataran en su Argelia natal, el padre que se crió en los campos de refugiados y en los bloques de viviendas sociales y que sacó adelante a su familia trabajando toda su vida en una fábrica y que nunca quiso hablar de su tierra natal, y la hija que ya tiene estudios universitarios y ha logrado salir del suburbio para instalarse en una vida relativamente cómoda en París, pero a la que la autora enfrentará con sus propios fantasmas obligándola a visitar el país de sus padres.
Detrás de toda esta novela generacional hay, además de una buena y documentada lección de Historia contemporánea, una profunda reflexión sobre la identidad de estos argelinos franceses a los que no quisieron ni en Argelia ni en Francia, que ni siquiera ellos saben muy bien ya de dónde son. Son perdedores de una guerra y perdedores también de una vida. Lo que aquí llamaríamos carne de cañón. La protagonista se pregunta si se puede perder tanto como para perder un país. Quizás la respuesta sea que no perdieron uno, sino dos.
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