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Del arte que desborda la vida

Manuel Ortiz y Carla Carmona dialogan formal y conceptualmente en la muestra 'Correspondencias' del Cicus, cuyo catálogo se presenta mañana

1. Manuel Ortiz (Sevilla, 1962), artista y diseñador gráfico. 2. Carla Carmona (Sevilla, 1982), artista y profesora de Filosofía. 3 y 4. Obras sobre papel, a la derecha la que inició el proyecto. 5. Algunas de las pequeñas cajas, entre la pintura y el objeto, creadas por OlC.
Charo Ramos Sevilla

26 de octubre 2016 - 05:00

Un diálogo creativo entre dos artistas de formación y trayectoria dispares es el origen de Correspondencias, la muestra que acoge el Cicus hasta el 15 de diciembre y cuyo catálogo se presenta mañana a las 20:00. Manuel Ortiz, diseñador y editor, y Carla Carmona, pintora y profesora de Filosofía, han creado un heterónimo y un lenguaje común expresado en la marca OlC extraída de sus respectivos apellidos. Esta peculiar aventura se inició hace cuatro años, fecha en que está datada la obra con la que arranca el recorrido expositivo, una lúdica reunión de sellos, envoltorios y billetes de viaje que busca el asombro y la sorpresa. Conforme se avanza por la sala el visitante asiste a un flujo creativo, "sin ningún tipo de límites", coinciden Ortiz y Carmona, que se expresa en dibujos sobre papel, lienzos, collages, esculturas, ready-made, cajas, instalaciones y otras propuestas. "Pessoa creó varios heterónimos, como Caeiro o Reis. Aquí es lo opuesto, varios individuos que crean un heterónimo, una individualidad con vida propia", considera Ortiz.

Tras la primera correspondencia, que remite a aquellos cadáveres exquisitos que dibujaban los surrealistas, la propuesta se fue volviendo cada vez más compleja, conforme los sujetos originales se fueron desprendiendo de su identidad y maduraron los intereses y lenguajes comunes de la nueva figura. "Yo no hablaría de un colectivo. OlC no es la O y la C, sino OlC sin más. Se trata de un autor materializado en sus propias obras, que sólo existe en ellas y gracias a ellas. OlC es ante todo una mezcla de lenguaje y pensamiento, una conversación que gira en torno a una serie de ideas clave: las de correspondencia, identidad y cartografía", apunta Carmona.

Esa carga conceptual se advierte en obras como Cactus, un objeto originalmente de vidrio pero imposible de asir que para OlC es una reflexión sobre los límites de los materiales. O en los cubos o pirámides de los que brotan elementos orgánicos en Geometrías invadidas, serie donde emplean vegetación de los pinares de Barbate, muy cerca de las casas de verano donde se gestaron estas obras. "Todas las esculturas pueden entenderse como fruto de la tensión entre lo geométrico y lo orgánico, una consecuencia del carácter dialogante de nuestro trabajo. Dicha tensión hace que ramas de pino salgan violentamente de cubos de madera perfectos o que un catálogo amplio de figuras sinuosas y armónicas realicen auténticas acrobacias en esquemas geométricos diseñados conscientemente para ello", dice Carmona.

En otras series está más presente la fascinación por las primeras vanguardias históricas, con piezas que asumen la actitud dadaísta de Kurt Schwitters, Hans Arp o Hannah Höch. Quizá la pieza más contundente sea Historia de la literatura, sobre la que Isidoro Reguera y Ángela Pérez se extienden en el catálogo editado por el Cicus para esta muestra, y que se completa con textos de Elisa Garzón y del comisario de la cita, Antonio Molina Flores. Es la de OlC una biblioteca muy especial, donde el material literario está contenido en botellas de ginebra cuya disposición sugiere, de lejos, la de los albarelos en las antiguas boticas y donde uno puede "embriagarse a voluntad" con textos de autores como Bernhard, Baudelaire, Murakami, Stevenson, Cernuda o Borges.

Y si hay una huella indiscutible en el recorrido, es la del artista estadounidense Joseph Cornell, cuyo espíritu se aprecia, por ejemplo, en el cuaderno de viajes compuesto por cuatro cajas de habanos que Carmona y Ortiz adquirieron en un mercadillo neoyorquino. En ellas recogen experiencias de su periplo norteamericano, con paradas en el Gran Cañón, Central Park, el desierto de Arizona y la Ópera de Nueva York, para la que Chagall pintó dos inmensos murales y donde OlC asistió a una representación de La Traviata cuya perturbadora belleza ha logrado preservar bajo el cristal.

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