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Armiñán, cirujano de la conquista de libertades

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El cineasta Jaime de Armiñán inyectó crítica y reflexión en formatos convencionales que, en sus hábiles manos de guionista y director, superaban el nivel medio del género

Muere el director Jaime de Armiñán a los 97 años

Jaime de Armiñán recibió el Goya de Honor en 2014. / Alberto Martín

Las conquistas de espacios de libertad de expresión y creación dentro de los límites impuestos por una dictadura pueden hacerse con un corte violento o quirúrgicamente. Lo primero puede tener una gran fuerza como desafío y gesto simbólico; pero poco más logra salvo que se inscriba en una generalizada acción para derrocarla o acelerar su fin cuando la dictadura está en fase agónica. Lo segundo funciona como el corte quirúrgico: una cuidadosa sección y separación de los tejidos para poder operar, es decir, crear y expresarse yendo más allá de los límites impuestos por la censura, burlándola. Los mecanismos para hacerlo son muy variados. Lo importante es que la herida se haga con tanta habilidad que los censores no se despierten del cloroformo que les suministra su propia cortedad y estupidez. Aunque a veces sus limitaciones permitían que les metieran goles como Viridiana, El verdugo o Mi querida señorita.

Jaime de Armiñán, fallecido a los 97 años, fue uno de estos cirujanos que poco a poco, corte a corte, fue ampliando los espacios que le hacían posible expresarse ofreciendo al público a través del teatro, el cine y la televisión obras que aprovechaban los estrictos límites impuestos por la censura para ir abriendo, siempre con extremo cuidado hasta el bombazo de Mi querida señorita en 1972 espacios cada vez mayores de libertad de expresión, inyectando -por seguir con los símiles médicos- crítica y reflexión en formatos convencionales, sobre todo de comedia costumbrista moderna, que en sus hábiles manos de guionista y director superaban el nivel medio del género.

En la primera etapa de su larguísima carrera televisiva de 40 años, iniciada al poco de haberse dedicado al teatro desde 1952 en clave de comedia ligera e ingeniosa, lo demostró al lograr, dentro de los límites que en aquella TVE eran aún más reducidos que en el cine, crear las series Galería de maridos (1959), interpretada por Marsillach y una debutante Amparo Baró, Galería de esposas (1960), con Margot Cottens y Antonio Ferrandis, Mujeres solas y su continuación Chicas en la ciudad (1960/1961), con Amparo Baró, Elena María Tejeiro, Maite Blasco y Alicia Hermida, o las 70 entregas de Confidencias, emitidas entre 1963 y 1965, cada episodio ofreciendo una historia distinta sobre la vida cotidiana interpretado por el lujo de actores que aquella televisión podía permitirse: Ferrandis, Gutiérrez Caba, Merlo, Prada, Landa, Prendes, Baró, Herrera, Bódalo, Caffarel, Cottens, Morris o Laguna entre otros. Su éxito le permitió prorrogarla con las 60 entregas de Tiempo y hora, emitidas entre 1965 y 1967, con el mismo concepto y reparto. Solo como guionista, con dirección de Pedro Amalio López, le siguió Las 12 caras de Juan (1967) interpretada por Alberto Closas, cuyo éxito garantizó tiempo después su continuación -también solo como guionista- en Las 12 caras de Eva (1971). Fueron espacios de inteligencia que poco a poco iban conquistando márgenes cada vez mayores de libertad bajo la forma de comedias con carga crítica matizada por la ironía.

Mientras tanto, el que ya era uno de los más reconocidos guionistas y realizadores de televisión, se iba iniciando como guionista cinematográfico trabajando con José María Forqué en ocho películas entre 1962 y 1967. Debutó como director con una mala película que además fue un fracaso, Carola de día, Carola de noche (1969), presentación de la Marisol adulta. Le siguió otra mala (aunque menos) película, La Lola dicen que no vive sola (1970). Y tras ellas, por sorpresa, estalló Mi querida señorita (1972), la película por la que, quien ya estaba en la historia de la televisión, pasó a la del cine. Monumental engaño a la censura escrita por él y José Luis Borau a lo largo de dos años y cinco versiones del guión hasta dar con el que logró (asombrosamente) burlar a la censura. La magistral dirección de Armiñan la dotó de una inteligente ambigüedad que presentaba un caso de indeterminación sexual en el que Adela y Juan compartían el cuerpo de un José Luis López Vázquez que en principio se negó a interpretarla aterrado por su atrevimiento, pero sobre todo por hacer el ridículo. Logró, por el contrario, una de las mejores, complejas y espectaculares interpretaciones de su larga carrera. Adelantada a su época es poco decir. Medio siglo después Los Javis van a hacer un remake-homenaje en el que sería deseable que lo explícito no estropeara lo sugerido, respetándose la libertad de interpretación del espectador. La película, con 1.800.000 espectadores, fue el éxito del año. El Círculo de Escritores Cinematográficos le concedió cuatro premios: guión, dirección, intérprete y actor de reparto (Antonio Ferrandis). Fue nominada al Oscar -López Vázquez deslumbró a George Cukor, que lo consideró uno de los mejores actores del mundo y valoró la frase que cierra la película (¿qué me va usted a contar, señorita?) como la mejor de la historia del cine tras la de Con faldas y a lo loco- que estuvo a punto de ganar, siendo vencida por El discreto encanto de la burguesía de Buñuel. Si quieren un ejemplo de cine de corte violento de un español exiliado y cine quirúrgico rodado en España, aquí lo tienen.

No se agota la filmografía de Armiñán en esta obra maestra. Tras ellas vinieron obras notables como El amor del capitán Brando (1974), El nido (1980), En septiembre (1982), Stico (1984), La hora bruja (1985) o Mi general (1987). Aunque ninguna alcanzó la fuerza de Mi querida señorita. Sus mayores éxitos tras ella los alcanzó en la televisión, que nunca abandonó, con las series Tres eran tres (1972-73), siempre con los lujos repartos que le gustaba reunir -Amparo Soler Leal, Julieta Serrano, Emma Cogen, Charo López- a la que se sumaron los guiones de Suspiros de España (1974-75, dirigida por Jesús Yagüe) y el inmenso éxito de Ramón y Cajal (1982, dirigida por Forqué). Hasta culminar su carrera televisiva con la magistral Juncal (1989), de reparto que hoy resulta asombroso -Fernán Gómez, Emma Penella, Lola Flores, Cristiana Hoyos, Manuel Zarzo, María Galiana, María Luisa Ponte o José Vivó- encabezado por unos sublimes Francisco Rabal como el viejo maestro José Álvarez Juncal y Rafael Álvarez El Brujo como el limpiabotas Búfalo. Una obra maestra que resume toda la sabiduría narrativa del Armiñán novelista, autor teatral y guionista, todo su talento como director de actores -Rabal la consideraba su mejor interpretación junto a Viridiana y Los santos inocentes- y todo su talento como realizador siempre, con modestia, al servicio de las historias y sobre todo de los personajes. Tras ella se despidió con gran clase homenajeando a sus queridos actores con Una gloria nacional, en la que Rabal interpreta a un Juncal de la escena, una vieja gloria que quiere volver a los escenarios. En 1985 le fue concedida la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y en 2014 el Goya de Honor.

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