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'Archipiélago de los desastres': el fracaso es un lugar hermoso

Artes escénicas

Isabel Vázquez y Elena Carrascal estrenan en noviembre en Granada (y en enero en Sevilla) su nueva obra, una defensa de la vulnerabilidad

Los intérpretes de 'Archipiélago de los desastres' ensayan una escena. / Juan Carlos Vázquez

Para el guionista y escritor Jean-Claude Carrière, "los héroes demasiado compactos nos resultan ajenos. Les falta algo. La debilidad nos acerca unos a otros más que la fuerza", apuntaba el colaborador de Buñuel en La fragilidad, un libro en el que señalaba que "todo el teatro, todo el cine, toda la literatura, toda forma de expresión" funciona gracias a las grietas en la coraza, y un personaje no puede emocionar al público si no está herido, mermado, por los zarpazos de la vida. Como Carrière, que se cuenta entre las inspiraciones de este proyecto, la coreógrafa y directora Isabel Vázquez y la productora Elena Carrascal reivindican la fraternidad de los imperfectos, el compartir las heridas íntimas y la derrota, en Archipiélago de los desastres, una obra que ensayan en el Centro Cultural de la Villa de San José de la Rinconada, que estrenarán en el Teatro Alhambra de Granada el 12 y 13 de noviembre y que llegará también al Teatro Central de Sevilla en enero, los días 14 y 15.

Tras destapar las trampas de la virilidad y su difícil gestión de las emociones en La maldición de los hombres Malboro, el tándem compuesto por Carrascal y Vázquez, una de las alianzas más estimulantes de la escena andaluza, se rebela ahora contra otro peso que impone la sociedad: el engañoso concepto del éxito, la creencia extendida de que uno no tiene valor si no triunfa. "Nosotros, los que nos dedicamos a las artes escénicas, estamos muy acostumbrados al fracaso, y más si vives en este país, en esta comunidad", apunta Vázquez. "Aquí, por muy bien que te vaya, una y otra vez empiezas desde cero. Da igual lo que hayas avanzado, que siempre vuelves a la casilla de salida". Pese a la situación, Archipiélago de los desastres levanta el vuelo gracias a una inesperada certeza: con la vulnerabilidad, dicen los responsables del montaje, "se puede llegar a lugares a los que jamás llegaríamos desde la seguridad". Vázquez cree que en esos momentos de desánimo, tras los reveses, es cuando "uno está en la posición de resurgir. Todo lo que salga de ese estado vulnerable me parece más interesante, potente y bello".

La obra, que ha reclutado a un sólido reparto –Javier Centeno, Santi Martínez, Nerea Cordero, Arturo Parrilla, Deivid Barrera, Lucía Bocanegra y Ana F. Melero–, se plantea también como un homenaje a una profesión tan ingrata como emocionante, al tesón de quienes siguen subiéndose al escenario a pesar de la adversidad. "Aunque tratamos también otras derrotas, como el fracaso amoroso, es un tributo a la vida de los intérpretes, a esa capacidad de que pase lo que pase siempre estaremos ahí, tirando para delante, resurgiendo de las ruinas", explica la directora del espectáculo, que incide en las conquistas y revelaciones que se dan en el bando de los perdedores. "El clown, por ejemplo, trabaja desde el fracaso, y es ahí donde se ve la verdad", defiende Vázquez, que en esta producción aboga por "un lugar donde no tuviésemos miedo a rompernos", donde "fracasar fuera todo un éxito" y la vulnerabilidad no se entendiera como un lastre, sino como "un superpoder". "Si hoy, que sólo mostramos lo bien que nos va en las redes sociales, existiera ese espacio donde pudiésemos mostrarnos frágiles, el mundo sería muy diferente", opina.

Isabel Vázquez y Elena Carrascal. / Juan Carlos Vázquez

La creadora de otras piezas como Hora de cierre, un conmovedor solo en el que se preguntaba por cómo encara una bailarina las limitaciones físicas de la edad, siente que su universo se ensancha con este Archipiélago de los desastres. "La danza es mi lenguaje, pero cada vez me apetece más lo teatral, entender el movimiento como una herramienta para narrar. Y cada vez necesito más la palabra, y necesito más a los actores, pero también buscaba a actores que cantaran... Tomo de una y de otra disciplina, procurando que no chirríe", analiza sobre una propuesta que se resiste a catalogar. "No sé si es teatro-danza, danza-teatro o un musical, pero estoy haciendo lo que me apetece", afirma.

Javier Berger, David Montero y Javier Centeno, también uno de los protagonistas, aportan los textos, y otro de los actores, Santi Martínez, se desdobla como es habitual en su trayectoria también en su faceta de músico. "Llevamos trabajando un año para encontrar el tono", dice Vázquez sobre esta colaboración. "Yo quería contar el fracaso a través de canciones muy exitosas. Pero para esta obra, que habla de la vida como de una travesía en la que se naufraga una y otra vez, quería resonancias marineras, un alma de cabaret, y hemos utilizado el ukelele, el acordeón, para recrear ese sonido, y esas canciones conocidas se han versionado en esa onda", expone.

La obra plantea un homenaje al tesón y la resistencia de quienes se dedican al teatro

La coreógrafa destaca además otros atractivos de este Archipiélago: en la escenografía habrá unas sillas y un telón que pertenecieron al Teatro de La Latina, en Madrid. "Un día que estábamos allí vi esas sillas apiladas, las iban a llevar a un almacén, y eran precisamente lo que yo tenía en la cabeza para la obra. Fue mágico dar con ellas, y pensar ahora que provienen del teatro de Lina Morgan le añade un componente más a este homenaje a la profesión, al mundo de la escena". Otra sorpresa de la obra será el vestuario de Rafael R. Villalobos, más conocido como director. "Es un vestuario muy sencillo, muy práctico, pero Rafa me ha dado muchas claves. Yvette Guilbert, a la que retrató Toulouse-Lautrec y una de las inspiraciones de este proyecto, sale y tendrá un vestidazo, el éxito aparece como algo deslumbrante, pero hay algo que me interesa mucho: que en la dramaturgia del vestuario vamos viendo a los personajes cada vez más desnudos. Porque yo concebía para el momento en que estos superfracasados se empoderan un disfraz, pero Rafa me dijo: No, si se empoderan no tienen que ponerse nada, tienen que ser ellos, con lo mínimo. Y así acaban en ropa interior", adelanta.

Otro momento del ensayo. / Juan Carlos Vázquez

Elena Carrascal, que en estos últimos años ha levantado otros montajes como Cortejo, de Baldo Ruiz y Paloma Calderón, Sistemas binarios, de Miguel Rivera, o Los cuerpos celestes, de Marco Vargas y Chloé Brûlé, por el que fue candidata al Max a la mejor labor de producción, prolonga con este Archipiélago de los desastres su ya larga relación profesional con Vázquez. "Llevamos 15 años juntas. Ella se acercó a mi empresa porque buscaba distribución para un espectáculo, un proyecto experimental [Yo cocino y él friega los platos, en el que también estaban Juan Luis Matilla y Alejandro Rojas Marcos] que nos dio muchas alegrías. Después trabajamos con Paloma Díaz y La Permanente en Una palabra, pero fue con Hora de cierre cuando conocí más a Isabel, a la coreógrafa y a la mujer, y me cautivó su pensamiento, que es tan interesante, tan inteligente", recuerda la productora. La maldición de los hombres Malboro, que surgió de la curiosidad de Vázquez por trabajar con un elenco completamente masculino, supuso un hito en la carrera de ambas: tras una larga gira hicieron una exitosa escala en Madrid, en el Teatro La Latina, y aún tienen pendiente presentar la obra en la Expo de Dubái en marzo. "Archipiélago... pone la guinda a este recorrido", declara Carrascal. "Es emocionante preparar un espectáculo junto a ella, la construcción mental antes de empezar con los ensayos, todo lo que hemos leído sobre el fracaso y que poníamos en común, antes entre nosotras y después con el equipo".

Arturo Parrilla y Deivid Barrera, que formaban parte de los Malboro, sienten que "en la anterior propuesta teníamos que encarnar algo, esa historia de la represión masculina, pero aquí partimos de nuestra propia verdad, está siendo un proceso más honesto. Todos los que nos dedicamos a esto hemos tenido subidas y bajadas, hemos estado en lo oscuro y peleado para salir". "Y es interesante", añade Barrera, "que seamos un reparto tan diverso: desde gente ya madura a otros que estamos en la veintena. La danza se asocia a jovencitos, a cuerpazos, pero no es así: todos podemos movernos, y todos tenemos algo que contar".

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