Escribir una carta, echar raíces
Libros
Algunas de las voces más destacadas de la poesía y la narrativa joven se reúnen en 'Árboles frutales', una antología surgida del confinamiento y publicada por la editorial sevillana Dieciséis
"Escribir una carta se parece a plantar un árbol. Cultivas la semilla, le das agua y luz. Intentas construir un paisaje. Lo riegas o la envías. Esperas que llegue. Confirmas la necesidad del otro, confías en que encuentre compañía, en que también te acompañe a ti", apunta Laura Villar Gómez en Árboles frutales, una antología publicada por la editorial Dieciséis que reúne a algunas de las voces jóvenes más estimulantes de la literatura actual, autores que a raíz del confinamiento reflejaron, antes en la plataforma Medium, invitados por Adrián Viéitez, y ahora en este libro concebido como espacio público, la incertidumbre y la vulnerabilidad, esa necesidad del otro, que todos sentimos ante el horizonte inesperado y extraño de la pandemia.
En el volumen se entrecruzan las cartas de poetas y novelistas ampliamente reconocidos pese a su juventud, una lista que alcanza la cuarentena de nombres y que incluye entre otros a Rosa Berbel, Luis Díaz, Ismael Ramos, Andrea Bescós, Juan Gallego Benot, Elizabeth Duval, Francisco Javier Navarro Prieto, Carla Nyman, Andrea Abreu o Rodrigo García Marina. "Si yo fuera editora en algún gran grupo, te habría contratado ya como scout de nuevas voces", le dice Luna Miguel,otra de las autoras que participan en el proyecto, a Viéitez. "Hace unos días me pasaron la convocatoria para la selección Granta en Español y yo pensé: Que le jodan a Granta. Quién quiere leer una revista con los mejores narradores españoles si en Árboles frutales nuestro colega Adrián ya está reclutándolos a todos".
La fuerza de los primeros textos que se divulgaron en Medium fue la que llevó a Alejandro Marín, responsable junto con Fernando Peña de la editorial Dieciséis, a imaginar el trasvase de aquel caudal al formato libro. "Cuando estalló la pandemia", reconoce, "yo pensaba que jamás publicaría nada que tuviera algún vínculo con el confinamiento, me parecía algo fácil, predecible. Pero el potencial que tenían esas voces me hicieron cambiar de idea", confiesa. "Me dije: Algo así tiene que estar en papel. No esperé a ver la acogida, odio lo de apostar por el caballo ganador". A Marín le parecía que la estructura de carta "era idónea para el momento que vivíamos, también por la paradoja de que a veces es más fácil expresarse cuando se escribe a otro, esa fórmula permitía apelar a los demás, buscar un receptor para las emociones". Desde el sello sevillano tantearon que los autores "readaptaran sus creaciones, para sacarlas de ese marco temporal, para evitar sumarnos a la moda de propuestas sobre el virus. Pero los autores no lo veían: los textos tenían su sentido por las circunstancias en que fueron creados, aquello servía de hilo conductor y, si lo quitabas, algo se perdía".
Así, en las páginas de Árboles frutales se aprecia el latido, desconcertado y temeroso, de aquellos días en que el mundo que conocíamos parecía desmoronarse. "Ahora que el futuro ha adoptado la forma de la ciencia ficción y que hemos aplazado sin garantía", anota Rosa Berbel, "los planes y las metas, solo queda vivir radicalmente, es decir, estar en el presente con una intensidad y una potencia que intuyo favorables para la producción de pensamiento. Solo se puede escribir sin esperar la réplica". "A partir de hoy estoy en contra de lo simbólico", asegura por su parte Adrián Fauro. "Solo quiero lo visible, lo palpable; hechos, demostraciones de amor, odio, admiración o menosprecio reconocibles. No me sirven aplausos o golpes a cacerolas para sentirse egoístamente comprometido".
En el itinerario aparecen referencias dispares, desde San Juan de la Cruz a Éric Rohmer, invocados en esos primeros días de pandemia. "Supongo que es por la formación que comparten los autores", reflexiona Marín. "Muchos están entre las amistades de Adrián Viéitez, gente con intereses comunes, y eso se aprecia en unas mismas influencias filosóficas, literarias, cinematográficas", analiza el editor, que también señala que en el libro "destaca el interés por los inicios, la infancia, los contextos familiares". Uno de los rasgos que más ha sorprendido al editor de la selección es el carácter "emocional" de los escritos y la apuesta por "la religión, el horóscopo, la necesidad de creer" de esta generación. "Hay fragmentos dedicados a la ciencia [como el capítulo de Francisco Javier Navarro Prieto, un homenaje a la bióloga Lynn Margulis], pero la fe está muy presente". Juan Gallego Benot, por ejemplo, evoca las tardes que pasaba con su abuela, en las que ambos rezaban juntos "y luego empanábamos filetes". Víctor Soho encuentra "semejanzas entre la mística cristiana y las relaciones por internet": ambas son aproximaciones a lo intangible que requieren importantes dosis de confianza.
Adrián Viéitez, por su parte, explica que el germen del proyecto surgió por la distancia que el confinamiento impuso a unos amigos que "teníamos el hábito de pasar tiempo juntos, de hablar". Partiendo de esa "comunicación truncada", pidió a los implicados en Árboles frutales que "construyeran un relato libre, en lo formal y lo temático. Me interesaba reunir distintas miradas, preservando la individualidad de cada una, pero también poniéndola al servicio de la comunidad".
Viéitez, que ha publicado recientemente el poemario Tratado sobre tu nombre (Ediciones En el mar), eligió el título de Árboles frutales porque buscaba "una imagen luminosa, pero no frívola, que no ignorara la realidad que estábamos viviendo", e invitó a la propuesta a "gente reconocida, pero también a otra que no se dedica a la escritura ni a las humanidades. Fue un ejercicio muy enriquecedor, porque estos autores desactivan ciertos mecanismos recurrentes en el mundo literario".
El coordinador de esta antología alberga ahora la sensación de que la propuesta "se ha extendido más allá de sus límites", de la plataforma en la que aparecieron los textos y el libro en el que desembocaron estos fragmentos. "Me cuesta recordar quién está dentro de estas páginas y quién no. Poetas como Carlos Catena o María Elena Higueruelo, por ejemplo, no participan, pero para mí es como si estuviesen, en mi mente lo hacen, porque pertenecen a la red que hemos construido. Me gusta pensar que este es un proyecto abierto". Como un árbol frutal, plagado de semillas y futuro, que no se agota en sí mismo.
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