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El árbol de la lengua | Crítica
'El árbol de la lengua'. Lola Pons Rodríguez. Arpa. Barcelona, 2020. 320 páginas. 19.90 euros
Las palabras definen y nos definen. Limitan los conceptos, concretan el alcance de nuestras ideas, dan forma a nuestras reflexiones mediante la expresión. Con las palabras, con el lenguaje, los poetas han hecho de una realidad, o de una idea, un arte. Los publicistas han creado campañas que nos han acompañado en nuestras vidas. Los cantantes han interpretado temas que nos recuerdan momentos, veranos, viajes, personas. Con las palabras se ha logrado justicia, pero también barbarie. Se han fundado y han persistido civilizaciones, filosofías; se han emitido discursos que han cambiado el rumbo de la historia. La palabra ha sido el origen, la transición y el final. Lola Pons Lola Ponsconoce bien estas palabras. Catedrática de Lengua Española en la Universidad de Sevilla, lleva años investigando y estudiando los dialectos, la sintaxis… del español. Siempre sobresaliente, nos instruye –y nos hace reír, y nos emociona– desde lo académico y desde la divulgación. En una combinación de ambos registros que es marca de la casa. Algunos ejemplos: su manual La lengua de ayer. Manual práctico de historia del español o Una lengua muy larga.
Publicado en Arpa, nos llega ahora El árbol de la lengua. Un volumen que recopila algunos artículos de divulgación de la profesora Pons. Si suele leerla con asiduidad en prensa, le sonarán o recordará muchos de estos textos, aunque ahora modificados en su extensión o en su contenido. Son textos brillantes (por algo no los hemos olvidado) que hacen de la filología un aprendizaje lleno de interés, de cultura y de disfrute. El lector curioso encontrará hallazgos en muchas de sus páginas; el especialista, un motivo más para seguir profundizando en su materia. Para seguir estudiando y conociendo una disciplina que nos acompaña en nuestro día a día.
La intención didáctica fue uno de los rasgos de aquella primera prosa en español. Un propósito que en este libro, siglos después, se conserva. El árbol de la lengua es un recorrido por la historia del español, un idioma del que se nos dan las primeras pistas en el artículo Todos hablamos un dialecto y no una lengua. De manera magistral, Lola Pons nos concede la primera, y sorprendente, lección: "No importa de dónde seas: tú hablas un dialecto. Todos hablamos dialecto: yo hablo dialecto; la presentadora de los informativos, al terminar su locución, habla un dialecto; el mejor de los escritores y el más cutre de ellos hablan un dialecto. Incluso si no eres hablante de español, sino un simpático guiri que está aprendiendo la lengua cervantina: hablas un dialecto de la lengua que estás adquiriendo como segunda lengua". Y argumenta: "Toda lengua, pues, se materializa a través de dialectos y estos no se asocian solo a un territorio concreto: hablamos el dialecto de nuestra zona, con los rasgos socioculturales que nos da nuestro nivel de formación, con el vocabulario jergal que posiblemente nos da la profesión concreta que ejercemos".
Resulta conveniente –qué remedio– señalar el artículo Con acento andaluz. Donde una vez más se insiste en una verdad que no termina de escucharse: las hablas andaluzas no suponen, de manera sistemática, un nivel sociocultural o económico. Dicho con otras palabras: aspirar consonantes no es señal de ser un semianalfabeto. O de vivir en un gueto marginal. De manera más clara y precisa, Lola Pons nos dice que "la lingüística no considera que ningún rasgo de pronunciación de ninguna lengua sea peor que otro, y no se pueden caracterizar como desvíos del español los rasgos más llamativos de la pronunciación andaluza (la mayoría presentes también en América), que tienen justamente la misma antigüedad que los de la pronunciación castellano-norteña".
Entre estos artículos de un tono más crítico (o que invitan a una reflexión), nos quedamos con el que lleva por título En la clase de lengua. Quienes hemos crecido en los años ochenta y noventa, nos veremos reflejados en la metodología que aquí se expone y se cuestiona; una metodología caduca y poco eficaz. Sin resultados especialmente notables entre los alumnos. Con el genial estilo que caracteriza a la autora, el artículo arranca con un ejemplo que bien nos sitúa en lo que nos espera: "Las preposiciones (…) se convirtieron para el alumnado de mi generación en una cadena de unidades que funcionaban solo en esa lista. Sabérsela era ya un fin en sí mismo". Tras un análisis, muy medido, por el modelo educativo que tenemos, y sin resultar un juicio gratuito, desafortunado o demasiado tremendista (como a veces se lee), Lola Pons concluye que "si usted ve que el maestro de lengua de su hijo lo pone a preparar una entrevista, o a hacer fotos de carteles de la calle para que entienda que vive en una sociedad multilingüe (…) si en el colegio lo están estimulando a leer dos libros al mes, piense que su hijo está recibiendo la enseñanza de lengua más importante. Está aprendiendo a hacer cosas con, contra, de, para, por, sobre palabras".
En El árbol de la lengua hay también sitio para las curiosidades, el placer de aprender. Como en ¿Por qué el nombre Ambrosio nos suena a mayordomo?, texto en el que la profesora Pons nos hace un breve repaso por aquellos nombres que guardan una relación con un significado o con un sentido. Que denotan. Como fue el caso de Sancho, quien en el siglo XVII era "nombre de buena persona, de alguien sensato, prudente y poco conflictivo". O de Juan, que "evocaba hasta el siglo XVII a alguien simple y con facilidad para caer en un engaño".
La lengua es un inmenso árbol que da sombra –o luz– a lo que somos; es decir, a lo que nombramos. A las palabras que nos indican y nos dan sentidos, metáforas, emociones. A las palabras que por siempre nos acompañan, aunque evolucionen, aunque cambien sus significados. Lola Pons nos lleva en este libro por estas palabras de siempre, aunque de forma tan personal y sobresaliente que tenemos que añadir un apunte: palabras de siempre, pero como nunca.
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