CUARTETO ISBILYA | CRÍTICA
Hacerse Joaquín Turina
En su primera individual en una galería privada de Sevilla, donde reside desde hace ya ocho años, Ana Barriga (Jerez, 1984) indaga en los procesos creativos que han caracterizado su trabajo desde que abandonara la escultura y el diseño de muebles para consagrarse a la pintura. Dieciséis obras inéditas, la mayoría sobre papel así como dos grandes lienzos trabajados con óleo, rotulador y espray de colores, componen El hombre y la madera, una relectura lúdica del papel de los mitos y la naturaleza en el quehacer artístico que puede verse hasta el 30 de octubre en la sala Birimbao.
Barriga revisa mediante imágenes fotográficas manipuladas la pintura figurativa, conectando su trabajo con las aportaciones incorporadas a esta corriente a comienzos del siglo XXI. En ese sentido, dirá ella, "me siento deudora de la generación 2000 de pintores sevillanos, a la que pertenecen Miki Leal, Rubén Guerrero, Gloria Martín... Aunque soy jerezana y tengo otras influencias externas, mi carrera artística se ha desarrollado aquí en Sevilla y he tenido la suerte de vivir en directo su pintura, sus exposiciones, y de compartir con ellos conversaciones y experiencias" .
Para Miguel Romero y Mercedes Muros, responsables de Birimbao, la galería que abre con ella la temporada y que demuestra una vez más su buen ojo y su compromiso con la escena andaluza actual, "Ana Barriga confiere un sentido nuevo a su pintura mediante el acto de animar objetos estáticos como juguetes, pizarras, objetos de recreo y sobre todo figuras de cerámica y ornamentación". Esto es especialmente evidente en una de las obras de mayor formato, Fiesta salvaje, donde compendia elementos que han ido asomándose por otras obras del conjunto: la figura de un nazareno, una dama de porcelana, un pimiento de plástico, un cervatillo de cerámica... "He dispuesto estas piezas estableciendo una conexión de miradas entre ellas. La figura de color rojo mira a la de color verde, la verde al ciervo amarillo, que dirige su atención fuera del cuadro al igual que el caballo y el nazareno... Están todos unidos ante el fondo floral y, a la vez, separados. Todo forma parte de una escenografía teatral, donde el contraste duro de los colores y el juego de luces y sombras le da un carácter algo dramático. Es un juego pero también algo más serio, incluso diría que un poco siniestro", reflexiona la propia artista.
Los títulos de las obras subrayan también la actitud lúdica de la autora en este proyecto y ayudan a completar la obra como un discurso que quiere incidir en la adulteración y mediación de la belleza en la sociedad actual. Puede verse esta intención, por ejemplo, en la obra Quién será el que me quiera a mí que dedica a la cantante londinense Amy Winehouse, nacida un año antes que la pintora y fallecida prematuramente a los 27 años. "La represento como una mujer muy fina y distinguida, con el pelo rubio pero a la vez con esos tatuajes que le dan un carácter tan envolvente a su figura. Amy Winehouse fue un icono para mi generación. La muestro así de rubia para subrayar que en esta exposición todo lo que vamos a ver está intervenido y manipulado por mí para expresar mi forma de ver las cosas y de paso reflexionar sobre la caducidad de la imagen".
Fichada por Espai Tactel, Barriga se ha proyectado internacionalmente a lo largo del año en curso gracias a su participación, de la mano de esta galería valenciana, en proyectos colectivos de gran repercusión crítica como Casa Leibniz, celebrada en el Palacio de Santa Bárbara en paralelo a ARCO 2015, la feria Arte Santander y Saturación: nueva pintura española, organizada en Londres por la plataforma digital SCAN, que difunde inglobalmente el trabajo de artistas españoles contemporáneos. Además, esta licenciada en Bellas Artes por la Hispalense fue seleccionada por el jurado de la I Bienal Interuniversitaria de Arte Contemporáneo (Biunic) como uno de los valores más sólidos, mostrándose su obra a principios de año en la Fundación Valentín de Madariaga en una muestra comisariada por Iván de la Torre y Juan Ramón Rodríguez-Mateo.
Los guiños al cómic y el pop, la incorporación del texto a la imagen en obras como Macorina, dedicada a Chavela Vargas y donde reflexiona sobre la representación de la mujer en la tradición clásica, así como su interés por la iconografía religiosa, como prueba el contundente trabajo titulado En algo hay que creer -"donde elimino las manos y el rostro de la divinidad, tan importantes en la imaginería", dice- son otras constantes del trabajo de Ana Barriga. Formada inicialmente en las Escuelas de Arte de Jerez y Cádiz en las especialidades de ebanistería y mobiliario, reconoce que el papel le interesa más que el lienzo porque le concede una "mayor libertad" a la hora de manipular el formato, como prueba el díptico Rayuela, donde deconstruye y reinventa el célebre juego infantil apropiándose de los colores del Parchís.
Y aunque su carta de colores es extensa, cada vez tienen más presencia y personalidad sus rojos y sus azules, tonos con los que consigue intensificar el carácter sensual y la belleza juguetona y adulterada de las figuras en una trayectoria que, como ella misma constata, "se va poniendo cada vez más seria".
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