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REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA
**Gala inaugural. Programa: Selección de ‘Iberia’ de Isaac Albéniz (orquestación de E. Fernández Arbós); ‘Siete canciones populares españolas’ de Manuel de Falla (orquestación de Ernesto Halffter); ‘La tarántula’ y ‘Sierras de Granada’, de G. Giménez; ‘Tres horas antes del día’, de F. Moreno Torroba; ‘Carceleras’, de R. Chapí. Soprano: Carmen Larios. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Directora: Beatriz Fernández Aucejo. Lugar: Patio de la Montería del Real Alcázar. Fecha: Jueves, 12 de septiembre. Aforo: Lleno.
La tendencia a popularizar la música clásica tiene sus riesgos. Y uno de ellos es el de bajar el nivel de calidad y de autoexigencia artística para, de manera populista, creer que así se llega más fácilmente a un público que habitualmente no consume este tipo de productos culturales. Y no es eso. Y es lo que pasó en esta apertura de temporada de la Sinfónica con un espectáculo fallido en su mayor parte.
No estaba la orquesta en buena forma tras el largo parón veraniego. Se pudieron apreciar diversos desajustes en las entradas de las secciones, especialmente en Triana. Y es que la densa escritura de Albéniz, pasada a la orquesta por Fernández Arbós, exige una absoluta precisión en las entradas, como en un encaje milimétrico. Por su parte, a las cuerdas les falta rodaje para lograr ese sonido terso y brillante que han lucido la temporada pasada. Sonidos abiertos y sin homogeneidad fueron la tónica de la velada. Hay que mencionar en descargo parcial que en los conciertos al aire libre es complicado cerrar bien el empaste orquestal porque hay mucho sonido que se pierde y los músicos no se escuchan bien los unos a los otros, con la descoordinación en materia de articulación subsiguiente. Pero, si además, no hay una batuta atenta al frente, la cosa se complica. Fernández Aucejo se limitó a marcar el tempo y poco más. Y de forma metronómica además. No acertó, ya desde Evocación, en distinguir y otorgar relieve a las frases instrumentales que soportan las melodías principales, como ese corno inglés casi inaudible que canta sobre el intrincado tejido ornamental. O ese cantus firmus gregoriano que emerge en Corpus Christi en Sevilla. Y así tantas veces, sin saber reconducir el encaje errático entre secciones orquestales. Eso sí, a la percusión le dio vía libre para explayarse. No hubo matices, acentuaciones ni rubato, con la monotonía correspondiente.
Carmen Larios, con su timbrada voz de soprano lírico-ligera, pasó de forma aséptica por encima de las canciones de Falla, sin dejar caer una sola inflexión ni jugar con el tempo (la Jota fue sumamente sosa). Tiende a sonidos fijos y no aprovecha las variaciones de color como elemento expresivo, como en el caso del Polo. Domina bien la coloratura, pero tiende a escamotear la correcta articulación de las consonantes, especialmente de las oclusivas.
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