ROSS. Gran Sinfónico 4 | Crítica
La ROSS arde y vibra con Prokófiev
Entrevista
Málaga/Antonio Soler (Málaga, 1956) recela del término desbandá, con el que se conoce popularmente la huida de la población civil a pie de Málaga a Almería en febrero de 1937 bajo las bombas nacionales, alemanas e italianas. De hecho, la fórmula, acuñada en su día por el bando vencedor de la Guerra Civil (bajo la falsa premisa de que tal huida se debió a un desvarío colectivo, no a un crimen de guerra que dejó más víctimas que el bombardeo de Guernica), no tiene cabida en su último libro, El día del lobo (Espasa), un volumen forjado principalmente a través de la historia de los familiares del autor que vivieron en primera persona aquellos acontecimientos, con bifurcaciones significativas en otros ámbitos como Madrid y Casablanca. El escritor vuelve así al territorio de El nombre que ahora digo, su novela de 1999, aunque ahora desde una perspectiva mucho más íntima y cómplice, con un tono memorialístico y documental armado con los recursos propios de uno de los mejores novelistas de su generación en lengua española. Hace unos días, Soler presentó El día del lobo en un auditorio del Museo Picasso Málaga abarrotado en conversación con el historiador Fernando Arcas y el escritor Sergio del Molino.
-El día del lobo contiene testimonios de su familia, pero también de otros cronistas que vivieron aquellos días en Málaga como Gamel Woolsey, Mercedes Formica o Peter Chalmers Mitchell. ¿Fue muy difícil armonizar ambas fuentes?
-La idea original era contar el episodio del éxodo de la carretera de Málaga a Almería, pero eso tiene unos antecedentes muy claros sin los que este acontecimiento no se entiende. A su vez, el episodio tiene unas consecuencias inmediatas y terribles que mi familia vivió de manera particularmente dramática. Así que el libro está dividido en tres partes: una que sirve de contexto y da cuenta de los precedentes, otra centrada en el éxodo y la última en la que narro el camino de regreso a Málaga. Una Málaga que, por su parte, era también bastante terrible. En un momento dado, sin embargo, decidí que para contar la historia de mi familia tenía que contar también la historia de manera general, y para ello recurrí a fuentes documentales muy concretas, como las que citas.
-Las referencias literarias parecen afinarse cuando la acción se traslada a Madrid.
-Mi padre se convirtió en combatiente de la República en Madrid y vivió el cerco al que la ciudad estuvo sometida hasta que cayó finalmente. Mi narración de aquellos acontecimientos se sustenta en todo lo que me contó al respecto, pero he incluido referencias de libros como Largo noviembre de Madrid de Juan Eduardo Zúñiga y Las últimas banderas de Ángel María de Lera. A partir de ahí voy trenzando la historia de mi familia con las fuentes necesarias para que el lector tenga la visión más amplia de lo que estaba sucediendo.
-En comparación, las fuentes documentales del bombardeo de Málaga son muy escasas. Para reconstruir aquellos días, los testimonios de los supervivientes, fallecidos ya en su mayor parte, han sido cruciales, pero insuficientes. ¿Cree que será posible llegar a un consenso sobre lo que pasó y cómo pasó?
-Ojalá fuera así, pero imagino que siempre habrá gente interesada en manipular los hechos. Y ese es el principal problema que tenemos con la Guerra Civil y la Ley de Memoria Histórica. Ante algo que debería constituir un hecho histórico consensuado, todavía encontramos a personajes que con intereses partidistas intentan inocular aquel veneno en la política de hoy día. Se habla de vosotros y nosotros, pero ¿quiénes son vosotros y nosotros? ¿Queipo de Llano? ¿La Luftwaffe? ¿La gente que bombardeó Guernica? ¿Quieres decir que Núñez Feijoo es heredero de Queipo de Llano, alguien que decidió que se bombardera a la población civil tras un golpe de Estado cruento? ¿Insinúas que Pedro Sánchez es el organizador de Paracuellos? Ese maniqueísmo manipulador es muy peligroso.
-En Málaga confluyeron una fuerza golpista criminal y un gobierno que se desentendió y abandonó a la población a su suerte. Nadie tenía muchos motivos para hacer bandera de aquellos días.
-Ese es uno de los factores determinantes que explican por qué este suceso es tan poco conocido fuera de Málaga. Hay una vergüenza que atañe a las dos partes. Ojo, no es una responsabilidad repartida de manera equitativa: en el bando que decidió arrojar las bombas, la responsabilidad fue mucho mayor. Pero ninguno de los dos frentes tenía razones para sentirse orgulloso de lo que pasó en la caída de Málaga.
-¿Le costó mucho tiempo decidirse a escribir este libro?
-No. Llevaba mucho tiempo conviviendo con esta historia, pero no con la idea de abordarla como escritor. Es curioso. Y tuvo que ser a partir de un toque de atención desde fuera, de alguien que llamó a la puerta, supo de esta historia y me preguntó si nunca se me había ocurrido escribir sobre ello. Tuve entonces la sensación de estar dentro del bosque sin ver el bosque. Pero descarté escribir una novela, tenía que encontrar la mejor manera de escribir algo que ya estaba bien contado y bien armado en mi cabeza y que, de pronto, se me revelaba como una cuestión literaria. Y creo que la encontré.
"Si algún día escribiera una novela de ciencia-ficción, estoy seguro de que terminaría saliendo un vecino de la calle Mármoles"
-Hay, no obstante, personajes muy novelescos, como su tío Ramón Soler, exiliado en Casablanca. ¿Se delata en ellos el instinto del narrador?
-Sí, mi tío Ramón Soler se ajusta muy bien al arquetipo de hombre íntegro, una de esas pocas personas que encuentras en tu vida. Él lo fue, desde luego. Representó una figura muy importante para mí, puso su vida en peligro porque se negó a huir de cualquier manera. Primero tenía que garantizar la seguridad de su mujer y su hijo y solo cuando resolvió eso procuró su propia salvación. Es que, al final, en la historia de mi familia pude encontrar a verdaderos personajes representativos de muchas situaciones que se vivieron en la guerra. Hay historias de idas y vueltas y también desaparecidos de los nunca se volvió a saber nada. Mi abuelo fue uno de los topos de la Guerra Civil por su condición militante del Partido Socialista, mi tío se convirtió en un exiliado que pasó décadas fuera de España, mi padre fue combatiente de la República en Madrid. Todos ellos tienen algo de símbolo, de encarnación de una tragedia que compartieron muchos otros.
-Cuenta usted en el libro que cada uno de sus familiares que vivieron aquella tragedia tenía una impresión particular, como si cada uno la hubiera vivido de manera distinta. ¿Quizá esta obra tiene que ver con cómo reconstruimos la realidad como si fuese ficción para dotarla de sentido, para que sea más fácil de gestionar?
-Sí, esa es una cuestión central en El día del lobo y es también el problema principal con el que me encontré: la trampa de la memoria, que intento explicar de hecho a lo largo del libro. Podemos abordar este asunto desde distintos puntos de vista: los neurocientíficos, por ejemplo, afirman que la memoria es una construcción que incluye muchos elementos de ficción y que cada uno la compone con los elementos que considera oportunos. Félix de Azúa ya decía que la memoria es un territorio de la ficción. Y Caballero Bonald ya advertía en sus memorias que quien recuerda, miente. En este libro he escrito sobre personas de carne y hueso con las que he convivido, pero al hacerlo sentía que, a medida que me acercaba a ellas, iban difuminándose y convirtiéndose en personajes de ficción. Mis familiares me contaron determinados hechos que yo he reproducido, pero me interesaba contar también cómo los vivieron ellos, qué emociones sentían, qué se les pasaba por la cabeza cuando perdían a un hijo en la carretera. Y ahí, necesariamente, tengo que especular. No dispongo de la radiografía de sus emociones. Pero sí, todo el que pierde a un hijo lo pierde, digamos, a su manera. Incluso cada uno de los que se esconden en un agujero porque están cayendo bombas está viviendo ese trance de un modo distinto y luego lo va a contar de un modo igual de distinto. Lo que he hecho con este libro ha sido montar el puzzle de todo esto. O, por lo menos, intentarlo.
-En las últimas páginas, la historia del regreso envuelto en sospecha es especialmente conmovedora. ¿Ese recelo contra quien sale vivo de la tragedia es inherente a la condición humana?
-Antes de que se produjera la huida hacia Almería, Málaga se había convertido en receptora de huidos que habían salido a su vez de sus casas desde distintos puntos de Andalucía para salvar sus vidas. Continuamente se hablaba de violaciones y fusilamientos masivos en los territorios que iban cayendo, con un gran propagandista como Queipo de Llano que iba dando buena cuenta por la radio de todo lo que iba a pasar en Málaga, así que esa huida era razonable. Pero quienes huían se delataban, en el sentido de que ninguno debía esperar nada bueno de los que iban a venir. Si habías votado a determinados partidos o tenías un carnet como el que tenía mi abuelo, te convertías inmediatamente en sospechoso. Así que quienes volvieron no lo hicieron por gusto, sino porque las tropas italianas, aliadas del bando franquista, les obligaron a regresar al infierno del que habían salido con tanto riesgo para sus vidas. La supervivencia, por tanto, se convirtió en un suplicio diario. Mi abuelo llegó a borrarse de la realidad para vivir como alguien invisible durante tantos años. Imagínate lo que tiene que ser organizar la vida diaria en esas condiciones.
-Aunque cuenta una historia muy distinta, su última novela, Yo que fui un perro, también tenía su desencadenante en un hallazgo familiar. ¿Llega un momento en que la inspiración acude cuanto más cerca está el objeto del que se escribe?
-Siempre me ha costado alejarme mucho de mi entorno vital. No ya del geográfico, lo que en el fondo me da un poco lo mismo por mucho que haya ambientado algunas de mis novelas en Málaga; es que alejarme de ese entorno me resulta difícil en un sentido más amplio. Si algún día escribiera una novela de ciencia-ficción, estoy seguro de que terminaría saliendo un vecino de la calle Mármoles.
-En alguna entrevista anterior ha mostrado usted su poco apego a la autoficción, pero ¿son tan diferentes la ficción y la no ficción?
-No es que me guste la autoficción o me deje de gustar, es la denominación lo que me resulta chocante. A lo que hoy se conoce como autoficción siempre se le ha llamado memorias. Uno escribe unas memorias y ya está. Yo escribí un libro como Apóstoles y asesinos sin salirme de los hechos históricos y, cuando se iba a publicar, pregunté al editor cómo iba a venderla; y el editor me respondió que el libro iba a salir como novela porque, me dijo, aunque yo no me salía del corsé de la historia, había empleado los recursos propios de un novelista para narrar los acontecimientos. Lo curioso es que luego Paul Preston incluyó este título en la bibliografía de uno de sus ensayos, donde es muy raro encontrar novelas. Pero creo que esto es un buen ejemplo de que al final la ficción y la no ficción se cruzan todo el rato y de que no es muy distinto escribir una cosa u otra.
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