Enciclopedia negra

Lo leo muy negro | Crítica

Antonio Lozano disecciona en una serie de amenos ensayos breves el género policíaco, que ha alcanzado una ubicuidad tal que ha acabado por fagocitar a casi toda la literatura comercial actual

Basil Rathbone y Nigel Bruce como Holmes y Watson en 'The Adventures of Sherlock Holmes' (1939).
Basil Rathbone y Nigel Bruce como Holmes y Watson en 'The Adventures of Sherlock Holmes' (1939). / D. S.
Luis Manuel Ruiz

18 de abril 2021 - 06:00

La ficha

'Lo leo muy negro'. Antonio Lozano. Destino, 2021. 422 páginas. 20 euros

En el tercer cuarto del siglo XIX, el héroe de la novela popular experimentó una metamorfosis cuyas consecuencias siguen sintiéndose todavía hoy en las librerías y la apreciación del público. De espadachín enmascarado y explorador de rincones remotos del globo, pasó a convertirse en un señor algo anodino, con levita y anteojos, que manejaba una lupa y guardaba cierto parentesco con el funcionario y el chupatintas. Es cierto que poseía la asombrosa capacidad de travestirse sin que prácticamente nadie lo advirtiera, y que un oscuro talento para el violín, el ajedrez u otro pasatiempo igual de sesudo o artístico lo inclinaba hacia el espectro más exótico de la humanidad. Esta criatura recién llegada cristalizaría en el inefable Sherlock Holmes, pero antes había sido monsieur Lecoq, monsieur Dupin, el sargento Cuff: acababa de nacer el detective, el más sólido protagonista de la ficción de nuestro tiempo. Para quien dude de esta última afirmación, bastará con que repase la oferta de cualquiera de esos canales de pago en los que se concentra el ocio de las dos últimas décadas.

Lo leo muy negro, la colección de amenos ensayos breves que el periodista Antonio Lozano dedica a la disección del género policíaco, se abre con una constatación: que dicho género ha alcanzado una ubicuidad y una versatilidad tales que ha terminado por fagocitar a la mayor parte de la literatura comercial de la actualidad. Basta con asomarse a cualquier mesa de novedades para advertir que la exageración no es tal: detectives masculinos y femeninos, de ayer y de hoy, de nuestro país y del de enfrente, compiten para reclamar la atención de un lector que, ay, inevitablemente tiende ya a confundirlos. Bajo el ropaje de novela policial puede esconderse casi cualquier cosa: desde el típico análisis sociológico, o la denuncia de la coyuntura política, a la radiografía de la mente desquiciada, en grano grueso o delgado; recetarios de cocina se cruzan con manuales de autoayuda sin empacho aparente; se prueban fórmulas y más fórmulas, algunas de éxito fulgurante, mientras la pila de cadáveres aumenta entre el valle del Baztán y los gélidos bosques noruegos. Sin duda, tal y como concluye Lozano con una metáfora lexicográfica, el relato negro "es un diccionario de esperanto con el que traducir la realidad que nos envuelve".

Y a la redacción de dicha enciclopedia se arroja él con no poco buen humor y los arrestos de quien conoce las cosas de las que habla. Confeccionado en el amable tono de una conversación entre amigos, Lo leo muy negro quiere ser, a la vez que un homenaje a esa literatura candente que hoy arrastra a las masas (es un decir) de lectores medios, también un mapa de coordenadas que nos oriente en sus principales selvas. Pues el género ha crecido tanto y tan exuberantemente desde su discreto origen en un jardín inglés, que hoy sería tarea de locos plantearse un safari sin un guía que adelante el camino: que nos sople qué son el fair play y el hard boiled, qué diferencia a Sherlock Holmes de Sam Spade y de Perry Mason, cuáles son las formas de asesinato preferidas por los fans, quiénes sus principales divas y maestros, dónde y cómo y por qué se hace la mejor cocina criminal y de qué depende. En el éxito de Lozano influye, a qué dudarlo, que haya colaborado con asiduidad en la organización del festival Barcelona Negra, y que desde hace varios años dirija nada menos que la famosa sección del ramo de la editorial RBA, todo un referente en lo que al asunto se refiere.

Portada del libro.
Portada del libro. / D. S.

Con el fin de aportar al profuso material de que se sirve una especie de pauta o hilo conductor, el autor ha distribuido su anecdotario en una serie de núcleos temáticos. El primero, Un poco de historia, se ocupa de los albores del tema y recoge las líneas que dieron origen a su forma actual, centrándose, como no puede ser de otro modo, en las figuras señeras de Edgar Allan Poe y su sucursal, Charles Baudelaire, que le prestó voz en Europa. A partir de una invención extravagante, Los crímenes de la rue Morgue (aunque los franceses siguen disputándose la paternidad del hallazgo y sacando a relucir las famosas memorias de Vidocq), centrada en un caballero de poderes sobrenaturales que pasa el día oculto en su hotel y pisa las aceras sólo cuando la calle se ha vaciado, una cohorte de imitadores comenzará a extenderse por ambos lados del Atlántico y dará lugar a la primera edad de oro del género: la del detective analítico, arrojado, aventurero, contaminado todavía del protagonista del folletín, que hallará encarnación en los textos de Grant Allen, Robert Barr, Gilbert K. Chesterton y, por supuesto, Arthur Conan Doyle.

A algunas de las lumbreras del siguiente período (el del fair play) está dedicada la segunda sección del libro de Lozano, Grandes clásicos. Aquí asistimos a la conversión de la novela policíaca en un pasatiempo para mentes con agorafobia, un exigente rompecabezas intelectual, preferentemente situado en la campiña inglesa, donde el misterio se reduce a saber cuál del círculo cerrado de sospechosos cometió el asesinato, qué arma utilizó para hacerlo, en qué habitación exacta de la mansión. De los clichés de Agatha Christie, la literatura criminal pasará luego a los violentos Estados Unidos y adquirirá las trazas de narrativa negra que más reconocible la vuelven ahora: el sabueso desengañado, eternamente adicto al whisky, enrolado en una causa perdida contra un mundo en que reinan la corrupción y la indiferencia. Estamos ya en el terreno de Dashiell Hammet y Raymond Chandler. De ahí a los recientes inspectores boreales o a nuestros guardias civiles de referencia hay poco más de un paso.

En el resto del volumen, Lozano aborda otras cuestiones que los interesados no dejarán de recorrer con las cejas alzadas: la documentación necesaria para escribir una novela negra de empaque (Cosas que aprendí gracias a la novela negra); los casos reales (o true crime) en que muchas de ellas se inspiran (Cuando la realidad supera a la ficción); la relación, siempre fructífera, que el género ha mantenido con cine y televisión (Fundido a negro: crimen y pantallas); incluso una sección específica consagrada a otro de los grandes iconos de su mitología, el asesino en serie. Lo dicho: muy bien informado, con un lenguaje accesible y cercano, he aquí un manual al alcance de todo aquel que, aparte de gozar con sus crímenes favoritos, quiera conocer cuál es el mejor modo de planear uno. Y no sólo literario, por cierto.

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